Una ciudad sin sexo
Durante los tempranos 2000, la independencia de las treintañeras se ilustraba con una foto: Carrie Bradshaw, Miranda Hobbes, Charlotte York y Samantha Jones sonrientes y del brazo, producidísimas y montadas sobre sus tacos de diseñador en una calle cualquiera del Village neoyorkino. Eran el aspiracional de una generación de profesionales –blancas, cis y heterosexuales– que, en parte gracias a Sex and the City, se animaba a vivir de acuerdo a la premisa central de la serie: "¿Pueden las mujeres tener sexo como los hombres?". En seis temporadas, la adaptación del libro de Candace Bushnell marcó un antes y un después en la forma de narrar la relación de las mujeres con el amor, el placer, el sexo y el consumo, y despabiló con ironía a quienes habíamos crecido viendo comedias románticas en las mismas locaciones: finalmente, la vida ideal se parecía más a brindar con Cosmopolitans y comer ensaladas con amigas, que a quedarnos esperando la llegada de un príncipe imposible en lo alto del Empire State.
De los cuatro personajes, el de Samantha (Kim Cattrall), la mayor y la más experimentada, era quien se encargaba de responder con su historia a la pregunta inicial. Relacionista pública, soltera, decidida a amarse siempre más a ella misma que a ningún hombre, cultora del sexo sin compromisos y de probarlo todo en la cama, era la que les enseñaba a sus amigas –a uno y otro lado de la pantalla– que estaba bien tratar a nuestros eventuales compañeros sexuales de la misma manera que ellos pretendían hacerlo con nosotras. ¿De qué servía la independencia que pagaba las cuentas y los Manolos si a la mañana siguiente íbamos a llorar porque un señor se había ido demasiado temprano? Samantha nos enseñó a ponernos los tacos y partir sin culpa antes del amanecer. No entremos en la discusión acerca de si era feminista; Samantha se había hecho a sí misma, era fuerte, era valiente, y hablaba sin inhibiciones de lo que en ese momento era tabú: masturbación, consoladores, aborto, VIH, poliamor o la libido después del cáncer de mama. Fue también la única de las cuatro protagonistas que se mantuvo fiel a su independencia hasta el último capítulo: eligió no ser madre y no casarse aún cuando hasta Carrie terminó claudicando ante el sueño romántico del vestido blanco.
Por eso no es casual que ahora que, a 15 años de su última emisión (obviemos por piedad las dos películas), se anuncia una nueva temporada de Sex and the City, pero sin Samantha, la prensa y las redes en todo el mundo hayan reaccionado más a esta noticia que al lanzamiento del brevísimo teaser promocional. En los diez nuevos episodios de And just like that… (Y así como si nada…), la frase que da nombre a la secuela, se verá a Carrie (Sarah Jessica Parker), Miranda (Cynthia Nixon) y Charlotte (Kristin Davis) a los 50, no veremos sin embargo los 64 de la Samantha de Cattrall, que mantiene una pelea pública con SJP desde hace años y declaró que nunca volvería a ser parte del elenco. Su ausencia, claro, no pasó como si nada. La propia Parker tuvo que aclarar en sus redes: "Samantha no es parte de esta historia pero siempre será parte de nosotras".
¿Puede sobrevivir la serie sin el personaje que reivindicaba el sexo libre que fue su emblema? ¿Cuánto le quedará a la ciudad de sexo si Samantha ya no está en el casting? También vale pensar por un momento cómo habrían resistido sus enseñanzas el paso del tiempo, cuando la pregunta que le daba sentido a la serie perdió vigencia: ya no importa saber si las chicas podemos tener sexo con la supuesta frialdad de los varones, ahora queremos que sean ellos quienes tengan sexo como el mandato siempre dijo que nos gustaba a las mujeres, con empatía y responsabilidad afectiva. ¿Tendrá que avenirse el guión de esta secuela a los nuevos códigos de corrección política? Si la pandemia y la crisis se llevaron los tacos altos hasta de la tapa de Vogue, ¿volverá a usar sus Manolos Carrie Bradshaw? ¿Cómo se adaptarán las tres amigas sobrevivientes a una era de mayor austeridad? Spoiler: Carrie, Miranda y Charlotte tienen menos sexo y se visten peor. Quizá no esté tan mal, después de todo, recordar a la Samantha Jones que conocimos, antes que ver a aquella mujer liberada reducirse al puritanismo de esta época o, peor, ponerse unas flats y caminar a medio centímetro del piso..
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