Un nadador de aguas abiertas la proyectó para entrenar en medio de un vergel que evoca paisajes tan distintos como el monte tucumano y la Alhambra.
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Hacia finales del siglo XIX, Barracas era muy distinta: proliferaban quintas de veraneo con grandes jardines. Pero llegó la epidemia de fiebre amarilla, y los lujos de la vida aristocrática se trasladaron al norte de la ciudad. Entonces, el abandono. Y el tiempo.
De esa época data esta casona que atraviesa la manzana de lado a lado con un inusual jardín de 50 metros de fondo. Cuando sus propietarios actuales la vieron, automáticamente pensaron en las viejas construcciones del Trastevere romano, y se dejaron llevar por esa imagen de bohemia finamente calibrada para restaurarla.
Vergel insospechado
Un largo fondo, tres palmeras y un tanque australiano en desuso fueron la base para rediseñar este lugar. Por su pasión y necesidad de entrenar, el dueño de casa y su pareja hicieron esta pileta. “Es un carril de nado”, advierte él.
“Cuando empezamos a desmalezar nos encontramos tirado este portón, que era original de la casa. Decidimos rendirle un merecido homenaje y colgarlo junto a la pileta, así como estaba, pero con un fondo de espejo”.
El quincho se construyó con los clásicos parámetros del norte argentino: techos a dos aguas bien bajos y estructura de madera. Se trata de un ambiente en el que nada es lo esperado, pero el rosa viejo le imprime un aire criollo de antaño, además de brindar una necesaria cuota de armonía.
Todos los muebles de este quincho fueron comprados en remates, y cada una de sus piezas colocada de forma meditada, como el inmenso farol (Gabriel del Campo), bien acompañado por tres lámparas de caireles idénticas.
Un patio en rosa y verde
Las altísimas galerías, con bovedilla de ladrillos, se ambientaron con cortinas traslúcidas, faroles de barco, un tradicional juego de sillones de mimbre y otros de hierro. Además, se sumó un mueble vintage a tono con los postigos verde agua, en infalible combinación con el rosado y la profusión de plantas.
Divino eclecticismo
La exuberancia del afuera da paso a un interior ambientado con la misma espectacularidad que encontramos acá, uno de los espacios más impactantes de la casa, en el que ni un metro queda libre.
La diversión y el coqueteo con el kitsch se plasman en elementos como el entelado con patrón escocés, una imponente chimenea de mármol y un amplio Chesterfield color ciruela, sobre el que hay un espectacular guiño de humor: retrato naif de la decoración inglesa ideal, sobre un biombo comprado en el anticuario Gabriel del Campo. Enfrente, sillón y butaca de estilo barroco.
Alargada, neta, bien iluminada, la biblioteca pintada en color malva es un golpe de modernidad en medio de la calidez fastuosa de los muebles y géneros de distintas épocas y partes del mundo. El diseño contemporáneo dice presente con la lámpara ‘Sky Garden’, de Marcel Wanders, que puede verse en la foto de la derecha.
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