Esta casita fue reformada por una familia porteña para conquistar el sueño de una vida con menos ruido y más espacio para disfrutar los días.
Tardes de siesta, un paseo hasta el dique en bicicleta, servir los frutos de la cosecha propia. Una vida alegre y sosegada transcurre muy cerca de la ciudad, a unos 100 kilómetros del Obelisco. Tras ese sueño fue Elisa con su familia: el de una casa a mitad de camino entre el campo y la ciudad, a una distancia que permitiera que sus afectos pudieran visitarlos por el día. “El deseo de cambiar un poco de aire”, dice. Después, apareció la propiedad en San Antonio de Areco; modesta, de pueblo, como querían. La reforma se hizo con la ayuda de los arquitectos Juan González Calderón y Gabino Alvelo, y, un año después, llegó el momento de la mudanza. Diseñadora textil, Elisa hizo gala de su experiencia y buen gusto con muebles de su casa anterior y con otros tantos en préstamo. Entonces su hija Julia tenía dos años y medio, y aquí fue creciendo. Mientras tanto, su mamá hizo crecer también la huerta y el jardín para perfumar las jornadas que van pasando como en cualquier otro lugar, pero con la alegría de haber encontrado el propio.
Texto: Lucrecia Álvarez
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