“Mi papá era coleccionista y mi abuelo también”, nos cuenta Consuelo Vidal, reconocida artista tigrense con una obra inspirada en la vegetación y sus simbolismos, su infancia en este pueblo ribereño y los veranos en el campo.
“Papá se especializaba en facones, rastras, platería. Era un coleccionista en serio; nada que ver con los cachivaches que junto yo”, se ríe, mientras cuenta historias de su padre y su abuelo, ambos nacidos y criados en Tigre. “Mi abuelo partía en tren a Retiro a buscar antigüedades locales, y luego fundó el Museo de la Reconquista, que todavía persiste sobre la calle Liniers”.
Consuelo nos recibe con su marido, Tester, también artista. Juntos fundaron Club Albarellos, donde promueven el arte y él tiene su taller. La casa es el resultado de un legado y una vida en la que el arte, los objetos que los emocionan y el color hilvanan un estilo que tiene algo que no se ve y que en algunos lugares se le dice “magia”.
Como en la casa no hay comedor formal, la cocina es generosa. Su mesa central y las sillas fueron restauradas y pintadas por los dueños de casa. Las paredes se van poblando de tesoros encontrados por Consuelo, desde fuentes hasta frascos de galletitas antiguos.
“Nosotros tenemos una dinámica familiar en la que no hay horarios fijos. Habitamos nuestra casa con intensidad”. Y se nota. Cada rincón te obliga a acercarte y mirar en detalle las paredes, las estanterías y descubrir objetos de otras épocas, como una suerte de santuario doméstico.
Los cisnes eligen pareja y siguen juntos hasta que se mueren. Yo trabajo mucho el romanticismo, el amor eterno; los cisnes son el emblema de todo eso.
Arriba, un mueble tipo alacena (“Costo: 100 pesos”, ríe Consuelo) rescatado en equipo con su hermana. Juntas forman Las Vidalas, restauran e intervienen muebles a pedido.
Un hogar que se mueve
“La casa vive en constante transformación, y como hacemos todo nosotros (pintamos, ponemos mosquiteros, contramarcos en las ventanas), vamos de a poco”.
El cambio más importante fue el cerramiento de hierro y vidrio que separa la cocina del living. Antes era todo un único gran ambiente.
Como esta es una casa sencilla de barrio, los dormitorios no venían con placards integrados. Nosotros resolvimos hacer el del cuarto de Isidoro con puertas de demolición”.
“Los jardines con helechos, monsteras, malvones y geranios en macetas con forma de cisne, los altares de vírgenes para buen augurio a pescadores, los carteles fileteados... Para algunos son kitsch, a mí me inspiran”.
Jardín con sorpresa
Acá, como se estila en estos pagos, la cocina y el living están en el primer piso y hay que bajar la escalera para ir al jardín. Y este esconde algo más que salvador verde: un taller que Consuelo hizo con sus propias manos (y las de un amigo albañil) para separar su rutina de trabajo de la de su casa.
“Mi idea era construir algo que se fundiera en el paisaje y que fuera bien propio del lugar”. Por eso las cenefas, la chapa y los pilotes, esenciales para cuando la sudestada deja el jardín bajo agua.
Nuestra anfitriona se entusiasma mostrándonos libros de culturas indígenas. Pero ahora está trabajando en retablos con vírgenes, algo artesanal que explora con fervor.
“Me inspiran los altares que se arman en la calle y su simbología: desde el Gauchito Gil hasta los amuletos antiguos. Esa sensación de protección que todos necesitamos en algún punto, que nos une más allá de la religión”.
“Uno no compra arte como algo utilitario: compra por emoción, por intuición. Entonces, conocer al artista detrás de la obra y su lugar de trabajo, me parece tan parte de la obra como el cuadro en sí”.
Nos llaman la atención los contramarcos celestes. “Los encontré en una demolición. Enseguida tuve la idea de pintarlos y dorarlos a la hoja”.
En su arte, la dueña del taller resalta el valor de oficios tradicionales (el filete, la artesanía en madera, el dorado a la hoja, la labor de letristas), y la música con que acompaña estas labores, como la cumbia y el folclore. Aquí, las guirnaldas, las ventanas (rescate de demolición), la chapa, son parte de ese homenaje.