Hornos, tornos, cientos de piezas de cerámica y un variado grupo de alumnos encontraron su lugar en una casa chorizo reciclada para albergar el noble oficio de la alfarería.
Buscando un espacio, Carolina dio con una vieja casa chorizo en el barrio de Florida. Emiliano, su pareja, la acompañó en la decisión y en el reciclado, aportando su oficio de carpintero: arreglaron paredes, ampliaron los ambientes, cambiaron aberturas y repusieron vidrios.
Al momento de valorar una pieza de cerámica, Carolina apunta al carácter artesanal del oficio: “Esas pequeñas diferencias donde se advierte la mano que trabajó la arcilla y la impronta que dejó el torno son las cosas que hacen un objeto único e irrepetible”.
Con las clases de cerámica convive Vienede, la carpintería de su pareja, Emiliano, responsable de todo el mobiliario, que incluye la variedad de estanterías que organizan la multitud de piezas. Frente a la mesa de trabajo, cuadro ‘Buda’ (Carolina del Pino).
Las sillas de madera se combinan con banquetas de hierro regulables (Bruto) para adaptarse a la altura de los alumnos, que tienen desde 3 hasta 82 años.
A Carolina le gusta decir que “en un principio, todo fue pella” (palabra que define la masa que se une y aprieta), por eso bautizó a su taller Antes Pella. Un homenaje a esa porción de arcilla de la que parte el alfarero y que sus manos transformarán en objeto.
Para preservar la cantidad de piezas que pueblan los ambientes, hay una regla muy clara: los diseños que no son propios y aún no pasaron por el horno, no se tocan. A los más chiquitos se les explica eso en la primera clase, así como el peligro del fuego, y jamás es un problema.
Estantes de cedro exhiben los libros que matizan la espera de los padres junto al ventanal de hierro. Este elemento que terminó de definir el carácter del espacio: apareció inesperadamente después de la mudanza, estaba destruido oculto tras una tela.
Texto: Lucrecia Álvarez.