Una relación que concluyó inspirando a dos directores de cine; hoy, Ana Cheong es una referente en el rubro gastronómico de la Ciudad
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Su restaurante, Una canción coreana, cumple apenas 10 años. No obstante, los dueños y sus platos sostienen un reconocimiento más longevo que trasciende las fronteras de la comunidad. Acercarse a la hora del almuerzo puede llevar una espera de hora, hora y media, si no se fue previsor y se llegó temprano. Una trayectoria detrás avala su fama.
—¿A qué se dedicaban antes?
—Manejábamos un bazar. Acá mismo. Todos los meses arribaba un stock de materiales coreanos. Lo que se te ocurra: heladeras, utensilios, de todo… Mi mamá los enviaba desde Corea y la comunidad los agotaba en dos segundos.
—El local también tiene otro nombre: Hyangka. ¿Qué significa?
—Hyangka (향가) se traduce como “la canción del pueblo”. Tiene un trasfondo histórico: es una palabra que se usa para representar los géneros poéticos y canciones de la época de Silla, un reino que existió en la península coreana durante el primer milenio del calendario gregoriano.
Mucho antes de Una canción coreana
El restaurante se sitúa en Avenida Carabobo al 1549, entre Balbastro y Saraza. Su entorno se parece a un típico barrio porteño: casas bajas con largas galerías que viajan hasta el centro de las manzanas, panaderías con anchos toldos tendidos sobre la puerta de entrada, iglesias, consultorios odontológicos y veredas cubiertas de hojarasca, entre otras clásicas imágenes. A simple vista, la cuadra no podría ser más característica de la Ciudad de Buenos Aires, aunque la decoran ciertos carteles escritos con un alfabeto extranjero. Entonces las señales son tangibles: uno está en el corazón del barrio coreano.
En los escalones de la puerta de entrada está Ana Cheong, dueña y manager. Su barbijo hasta el mentón. Sonríe, para luego invitar a LA NACION a comer. Y a charlar. Tiene mucho para contar. Por ejemplo, la historia de amor que la “obligó” a quedarse en el país y que la motivó a transformar el viejo bazar en uno de los bastiones de la gastronomía de ese país en la capital argentina. Un proceso que atrajo a dos directores de cine amateurs. Su vida está repleta de anécdotas.
Una relación que nació en un aula
A Ana Cheong le cortaron su adolescencia. Tenía 17 años cuando sus padres le dijeron que habían decidido irse a vivir a la Argentina. Hasta ese día, vivía en Seúl. Emigró con su familia porque Corea atravesaba una época de posguerra. Corrían los años ‘60.
El destino fue Buenos Aires, un lugar, en ese tiempo, muy elegido por los coreanos que podían optar por la salida. “La edad no me favorecía”, cuenta. “No podía adaptarme a la escolaridad y sabía poco y nada de castellano”. Aunque, a pesar de todo, logró ingresar a la escuela Cangallo, donde se las ingenió para aprobar todas las materias. Al mismo tiempo, comenzó a tomar clases con un maestro particular que la ayudó con todas las materias del colegio. Y con él, el vínculo escaló rápidamente. “Nos terminamos casando”, se ríe. “Se llama Víctor”.
Víctor es tres años mayor que ella y cuenta que la conoció en una iglesia evangélica del barrio coreano, en Flores. Ana era la hija del pastor. “Primero me hice muy amigo con uno de sus hermanos mayores. Ella tiene cuatro hermanos y una hermana. Y ella es la menor de todas. Ella era como una chica ejemplar para los adultos coreanos. Por su modales y conductas. Mi padre solía decir que le gustaría que ella fuera su nuera. A mí ni se me cruzaba por la cabeza porque ella era la hermana de un amigo... y, además, ¡¡era demasiado alta!! Casi 10 cm más alta que yo”.
Y añade: “Fui su profesor porque le ayudé con sus tareas ya que a ella le costaba el castellano. No sé exactamente en qué momento fue..., pero me enamoré de ella. Estuve casi un año sufriendo en secreto. Porque yo era muy tímido. Nunca había tenido una novia; nunca me había enamorado. Hasta que se lo confesé a una de sus amigas. Entonces ella me envió una carta y empezamos a salir. Fuimos novios durante 4 años y nos casamos. Ella es mi primer amor. Yo también soy su único novio. Ya vamos 33 años de casados”.
¿Por qué Una canción coreana?
Adentro, Ho dobla un repasador mientras confecciona un menú que diez minutos después ofrecerá por cuenta de la casa. Luego, revela información esencial para comprender la procedencia del nombre del restaurante.
“A los tres meses de edad, Ana tuvo un problema de salud en la garganta que los doctores no podían identificar. No podía comer ni beber nada, tampoco llorar. Su familia esperaba lo peor. Pero un día, su mamá la llevó a un hospital. Allí, los médicos le extrajeron «algo» de la boca. No sé bien qué era. Pero cuando se lo quitaron, explotó en llanto y todos comprendieron que estaba curada. De ahí en adelante pudo vivir una vida plena y sana. Y, años después, logró cumplir su sueño de ser cantante”.
Por ese entonces, la casa donde hoy funciona Hyangka aún era un bazar. Pero, mes a mes, las trabas a las importaciones fueron bloqueando el suministro de bienes. “Era cada vez más complicado con las importaciones. Ya era insostenible. Así que hicimos una reunión familiar para ver qué hacer. Mi madre insistía que quería un restaurante. Pero nosotros no queríamos porque ya habíamos tenido una experiencia similar y sabíamos que era muy duro. Pero mi madre insistía...”
Lo que la madre de Ho deseaba era un restaurante cerrado solo para comunidad. “Nos convenció, pero nosotros le pusimos una condición: que fuera un restaurante donde también pudieran comer clientes argentinos”. Y arrancaron, con la consigna de que fuera friendly para no-coreanos.
Una carrera artística que terminó llegando al cine
Antes de incursionar en el mundo gastronómico, Ana Cheong recorrió una fugaz aventura en el rubro de las artes. Fue cantante y profesora de música para el coro de niños del Instituto Coreano Argentino (ICA). Y su talento llamó la atención de dos directores de cine, Yael Tujsnaider y Gustavo Tarrío, quienes detectaron una historia y le consultaron si podrían filmar un documental sobre su vida. Ella accedió, y rápidamente comenzó el rodaje de las primeras escenas de Una canción coreana, que, tiempo después, sería nominada para los premios BAFICI e inspiraría a llamar al restaurante de la misma manera. Pero, ¿cómo ocurrió ese contacto?
“Ana era conocida de Yael Tujsnaider. Después de compartir un tiempo con ella y su familia, Yael me propuso que pensáramos en la posibilidad de hacer un documental sobre ella. Desde el principio descartamos que fuera sobre la comunidad coreana en Buenos Aires. Quisimos contar su historia en particular. Especialmente la historia de su voz”, cuenta Gustavo Tarrío.
“La película, que focaliza en la vida de Ana y entremezcla el rol de la mujer inmigrante y la conexión entre el barrio coreano y Villa Crespo, fue filmada en un lapso de tres años. Es muy destacable que, siendo un documental, haya sido nominada junto a otras trece filmaciones de las cuales todas eran películas de ficción”, subraya Víctor. Y añade: “Terminamos bautizando al local con el mismo nombre”.
La cacerola de mandú rellenos con Kimchi
La mesa estaba vacía, pero, en dos minutos, se pobló con los tres platos más pedidos del establecimiento.
-Coma, coma…
Así fue que, rápidamente, apareció una cacerola de mandú (dumplings coreanos) rellenos con kimchi y carne picada; neokdubindetok (una tortilla de verduras); carne de cerdo salteada con cebolla de verdeo y una pulgarada de salsa picante. Y nabos cortados en pequeños cuadrados, que según confió la pareja dueña, sirven para “limpiar la boca antes de comenzar un plato distinto”.
Luego arribaron los banchan (guarniciones), que suelen aparecer en expresión de kimchi fresco y arroz coreano, del pegajoso; ese que se puede agarrar con los palillos sin mayores complicaciones.
Por dentro, el restaurante luce un aspecto similar al de una cantina argentina. Pero se pueden detectar ciertos adornos: botellas de soju presentadas en repisas blancas, paquetes de chocolates marca Peppero y grabados de arte coreana atornillados contra las paredes.
En la película de Tarrío y Tujsnaider se revela que, previo a su estreno en las pantallas, Una canción coreana había tenido un adelanto en formato de teatro. Allí se ve que el lugar del evento fue un espacio de “experimentación cinematográfica” ubicado en un viejo galpón de Villa Crespo. En una escena particular se exhibe una de las invitaciones para el show. Así decía el texto: “Se estrena una obra teatral sobre la vida de una inmigrante coreana el próximo 29 en Abrancancha Teatro (Martínez Rosas 941). La obra, que presenta a su protagonista, Ana Cheong, quien canta en vivo acompañada por la pianista Cecilia Bienatti, entrecruza la cultura del K-Pop, el folclore coreano y la fe religiosa, en un viaje que une el Barrio Coreano con Villa Crespo”. Esas 63 palabras resumen la identidad de este chalet en el cual ya dos generaciones familiares sellaron su impronta.
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