Las imágenes mentales de ese lugar de serenidad que cada uno tiene dentro –casi siempre inmutables o con muy pocos cambios durante la vida, si nos ponemos a ver– son tan variadas, justamente, como gente existe. Hay algunos que meditan cada día pensando en el mismo paisaje de playa, suyo enteramente. Otros escuchan la palabra "montaña", y por tres segundos están lejos, lejos, en una porción de horizonte particular y entrañable. A otros, la vista de un lago patagónico en el protector de pantalla de su laptop los hace empezar el día con una sonrisa. Y son muchos, sobre todo en Buenos Aires, los que están tomados por el espíritu del Delta. El clac clac del agua contra los pilotes, los juncos que se mueven despacito, las sorpresas que se penetran, el estallido de un aleteo repentino, los sauces, el silencio. Pensándolo mejor, esas imágenes tan personales seguramente se parecen (con alguna diferencia en el matiz de la luz o el encuadre) a las de algún otro. Con ése tenemos que escaparnos a esta cabaña escondida.
Así recibe la cabaña ‘Los Juncos’, de Isla Verde Lodge, con la tibieza irreemplazable de la leña apenas traspuesto el umbral. Son un par de días, así que el equipaje es liviano. Pero el de la ropa nomás, porque la cosa se presta para el picoteo y todos los rituales del disfrute.
Grande como el mar desde la Costanera, es adentrarse en la creciente estrechez del Paraná para encontrar la paz y la delicia de sus recovecos secretos, ideales para un plan de fuga.
¿Cocinar mirando al sudeste? ¿O hacer uso y abuso de la pava, la cafetera y correr a la playita? No hay apuro, el día da para todo.
Luz filtrada por la cortina de junco, bien delteña, o por los paños de color de la ventana de vidrio repartido en el corredor vecino.
Una composición de calcáreos viste a la pared de la bañadera. El ambiente se completa con una alfombra de seagrass (Everything) y cortina liviana.
Uno de esos momentos cuando se siente la satisfacción sonriente y profunda de que no hace falta nada, nada más. Pero el mate sigue andando, ¿no?
Mansos los perros acostumbrados al ir y venir de visitantes. Y contentos con la perspectiva de que, seguro –segurísimo–, siempre alguien les va a chiflar para que lo acompañen en su caminata exploratoria.
Nosotros los vemos. Y ellos, ¿nos verán también? Qué bueno estar apostados de este lado por una vez.
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