Una bandera para la patria
El gran aporte de Manuel Belgrano fue el gesto de soberanía, el impulso emancipador en la dirección de una independencia simbólica y a la vez concreta
Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional: espero sea de la aprobación de Ud.
Con estas simples palabras, Manuel Belgrano le anunciaba aquel 27 de febrero de 1812 al gobierno de las Provincias del Río de la Plata que había creado la bandera. Un gesto de audacia, cuando aún el símbolo patrio no estaba oficialmente aprobado, que emociona a generaciones y generaciones de argentinos.
A fines de enero de 1812, el Triunvirato (dominado por su secretario Bernardino Rivadavia) decidió fortificar la zona de Rosario por el peligro que amenazaba desde la Banda Oriental. Se le ordenó a Belgrano trasladarse a las barrancas rosarinas para cerrarles paso a los realistas por el río Paraná. Al ver la necesidad de un distintivo para diferenciarse de los enemigos, le escribió al gobierno el 13 de febrero de 1812 pidiendo una escarapela unificada, dado que cada uno usaba el distintivo que le parecía. Cinco días después, el 18 de febrero, el Triunvirato creó oficialmente la escarapela celeste y blanca, con los colores que desde los tiempos de la revolución, con Mariano Moreno a la cabeza, venían simbolizando las ansias del gobierno propio.
El 26 de febrero, Belgrano se volvió a dirigir al gobierno para quejarse porque se seguían usando las banderas de nuestros enemigos. Con lucidez, apuntó: Parece que aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud. Decidió no conformarse, ni quedarse de brazos cruzados.
Así fue que en ocasión de la inauguración de las baterías Libertad e Independencia, y con el objetivo de entusiasmar a las tropas, presentó una bandera basada en los mismos colores de la escarapela. Sucedió en la tarde del 27 de febrero de 1812 y Belgrano llamó a la tropa a jurar vencer a los enemigos interiores y exteriores.
Más calmo, al finalizar el notable acontecimiento, tomó la pluma y escribió las palabras con que arranca esta columna. Luego de presentarla ante las tropas, sin previa autorización, comunicó lo realizado a las autoridades, pero al Triunvirato le pareció una audacia excesiva y lo reprendió el 3 de marzo, en nota que no llegó a sus manos porque ya había marchado a hacerse cargo del Ejército del Norte.
Le exigían ocultarla disimuladamente y seguir enarbolando la que hasta ahora se usa en la fortaleza: la roja-amarilla-roja aún flameaba en el Fuerte de Buenos Aires. Es que su actitud iba en contra de la estrategia diplomática del Gobierno, que buscaba el apoyo o la neutralidad de Gran Bretaña, por entonces aliada de España en lucha con Napoleón.
Reprendido por segunda vez, por haberla usado de nuevo en el norte del país, contestó con obediencia: ¿Habré por esto cometido un delito? La bandera la he recogido y la desharé para que no haya ni memoria de ella (…) si acaso me preguntan por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el ejército. Pero el paso ya estaba dado.
Tras el triunfo de las tropas de Belgrano en la batalla de Tucumán, la bandera fue izada en el fuerte: ocurrió cuando se conoció la noticia, el 5 de octubre de 1812. En realidad, se pusieron ambas banderas, pero en lo alto se colocó la celeste y blanca. Una gran victoria lo había hecho posible.
El emblema nacional se enarboló de manera definitiva el 17 de abril de 1815, en el Fuerte de Buenos Aires, pero tuvo que pasar más de un año para que ese paso tuviera el respaldo de la legalidad, con la declaración de Independencia de 1816 en el Congreso de Tucumán: allí se la adoptó como estandarte oficial del país independiente.
A diferencia del relato escolar tradicional, Belgrano no fue quien diseñó la bandera nacional, dado que tomó colores pre-existentes y se inspiró en la escarapela. Su gran aporte fue el gesto de soberanía, el impulso emancipador que lo llevó, tanto en Rosario como en Jujuy, –y cuando el destino de la Revolución era poco claro– a dar un paso en la dirección de una independencia simbólica y a la vez concreta. La vida de Belgrano nos propone un mensaje de dedicación, perseverancia y altruismo. Fue un audaz, que supo vislumbrar el futuro detrás de una batalla.