El aniversario de la democracia es más que una excusa para hacer evidente otras fechas que marcaron el camino a este momento histórico
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A pesar de que en nuestro país siempre se habla de las divisiones entre dos facciones de pensamiento o de grietas, en este momento particular, las fechas y en especial un número parece hacer de puente entre esas longitudinales distancias. A poco de quedar a tan solo 110 años de la Ley Sáenz Peña, un posible punto de encuentro sería factible para reducir la brecha política.
En términos de legalidad republicana, la que se basa en los principios republicanos de igualdad, libertad, fraternidad y laicidad, comparar el aclamado 10 de diciembre de 1983, que nos devolvió la democracia, con aquel 10 de febrero de 1912, donde se estableció el voto obligatorio, puede ser un principio de práctica y un intento sin esfuerzo para aclarar algunos dilemas que hoy separan a nuestra sociedad.
La independencia de los sectores populares
Sancionada la ley nacional de Elecciones N° 8.871, conocida como “Ley Sáenz Peña” -que desechó el voto calificado y estableció el sufragio a universal, secreto y obligatorio y el sistema de lista incompleta-, se le dio representación legislativa a una minoría que por distintas razones no se acercaba a las urnas.
Esta punta del paréntesis republicano (donde la Ley Sáenz Peña y la vuelta a la democracia son los dos extremos de este) permitió que se realizaran por primera vez en Argentina elecciones libres y democráticas, aunque solo limitadas a varones (habría que esperar hasta 1947 para que a las mujeres se les reconociera el derecho a votar y ser elegidas). El voto secreto y obligatorio independizó políticamente a los sectores populares de los poderes económicos. En la práctica, esta ley recién fue un hecho para las elecciones presidenciales de 1916.
En cada una de las provincias argentinas, a partir de ese momento, se garantizó un sistema competitivo, pluralista y democrático. Resultado de este nuevo sistema de poder apoyado sobre flamantes bases de legitimidad: la opinión pública y una dinámica sistémica entre oficialismo-oposición más abierta, y en el que entró a jugar un rol fundamental la ciudadanía política.
Existía una fractura entre la sociedad y la política, que debía ser eliminada como condición previa para el desarrollo de una vida política honesta, para que esta pudiera fluir y ser a partir de ahí, la única forma posible de desarrollar al país.
El derecho también de votar para las mujeres
Luego de su sanción nombrada anteriormente en 1947, la democracia argentina estrenó el voto femenino en las elecciones de 1951, una jornada recordada como de “mucha alegría”. Las lejanas luchas de mujeres icónicas por fin obtenían tan esperado logro que en su primer artículo expresaba:
“Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos.” Igualando así el hecho tan apreciado de 1912 y cumpliendo como nexo de unión con el posterior logro de la recuperación democrática de 1983.
La lucha por la vuelta a la democracia
Al ser uno de los principales pilares (junto con la Constitución) de lo que sentaría las bases de la democracia moderna, la lucha por la vuelta a la democracia en el año 1983 afianzaría esos pilares y se afirmaría como otro pilar más, es por eso que esta transición -en donde un régimen autoritario está en proceso de disolución y daba lugar a la inserción y posterior asentamiento de la democracia-, tenía que mostrarse con firmeza.
“(En el año y medio previo a las elecciones) la sociedad argentina no solo revivió y se expresó con amplitud sino que se ilusionó con las posibilidades de la recuperación democrática”, dice el historiador José Luis Romero en su libro “Breve historia de la Argentina”.
Como si toda aquella “revolución” no pareciera tener parangón, la terrible situación debido al golpe de estado y posterior dictadura militar, le otorgó a todos los argentinos la posibilidad de recuperar el derecho a votar y elegir a sus propias autoridades y gobernantes, tal como se contempla en la Constitución Nacional. Y, por supuesto, no solo eso, sino también todo lo que implica vivir en democracia y con derechos inalienables: el derecho a la vida, la libertad de expresión, la igualdad, la identidad, la seguridad, la felicidad y tantos más.
Por eso, quizás, uno pueda llegar a pensar en casualidades, por eso uno pueda creer que el punto de conexión de la felicidad se una en los pilares y la bella coincidencia agregada al número 10 (10 de febrero de 1912- 10 de diciembre de 1983) que también marcó aquel día Raúl Alfonsín en su discurso de asunción: “…una feliz circunstancia ha querido que en este día en que los argentinos comenzamos una etapa de cien años de libertad, paz y democracia, sea el día de los derechos humanos…”
Sin dudas, un “reinicio” que fue celebrado con alegría, con sonrisas, con esperanza, por madres y abuelas que ahora podían ver que el esfuerzo, la tenacidad y la desfachatez que en un principio parecía algo oscuro, ahí, ese 10 de diciembre de 1983 mostraba una primera luz que se volvería incandescente. El camino estaba por fin en construcción, la esperanza republicana y la felicidad habían vuelto en forma de soberanía.
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