Dejó la Argentina con la idea de vivir en Europa unos meses, pero decidió quedarse en Suiza, un país donde encontró felicidad y que hoy la lleva a reflexionar acerca de los dichos de la ministra de Seguridad Sabina Frederic.
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¿Aburrido? ¿Qué significa aburrirse? ¿Acaso para todos representa lo mismo?, se pregunta Micaela Lopez Nesci, una joven argentina que reside en Neuchâtel, Suiza, hace tres años. Ella, como tantos otros extranjeros en tierras lejanas, cuestiona la tendencia de ciertos políticos a realizar declaraciones un tanto infantiles y reduccionistas, donde lo que prima es la construcción de grietas, nivelar hacia abajo, la falta de empatía hacia las víctimas que sufren hechos de inseguridad dolorosos, y los premios consuelo: ¿Acaso se sugiere que, si ganamos en tranquilidad, nos volveremos aburridos? ¿Acaso no podemos aprender de otros para construir un país mejor, donde abunde la sonrisa, la “diversión”, y que también sea seguro?
“Volver sola a casa caminando a las 4 de la madrugada no tiene precio. Dejar la bici sin candado o que tus hijos puedan ir al colegio solos a los 6 años es un camino de ida”, asegura Micaela. “Creo que cuando conocés lo que es realmente vivir con seguridad se transforma en un no negociable. Puedo negociar el estilo de vida, la economía o el trabajo. Pero vivir con seguridad es realmente vivir”.
“Si con aburrido nos referimos a un país en donde no existen problemas de seguridad externos que afecten tu tranquilidad, sí, Suiza es un país aburrido”, continúa con una sonrisa. “Pero si lo utilizamos con el término de `falta de diversión´, la realidad es que no generalizaría: todo depende del estilo de vida de cada uno. En Suiza, si buscás tranquilidad la vas a encontrar, ahora, si buscás diversión también la vas a encontrar”.
“Para muchos, aburrido es que quizás no se pueda hacer ruido un domingo porque es el día de silencio, o que acá las fiestas empiecen mucho más temprano. Pero es una cultura totalmente distinta, no se pueden comparar mundos tan opuestos. La gente es más cerrada, sí, no habla de su vida privada con cualquiera. Si eso es ser aburrido entonces lo será”.
“Para mí divertido es poder encontrarte con un amigo y que te cuente cómo pasó sus vacaciones, no cómo le robaron a un familiar la semana pasada. Si eso es aburrido, prefiero el aburrimiento”.
Hacia un nuevo hogar: Suiza
Neuchâtel amanece radiante. Desde su adorado balcón, Micaela observa la postal que la rodea y sonríe, agradecida. A pesar del tiempo que lleva viviendo en aquel rincón del mundo, no deja de sorprenderle los veranos en su comunidad: la ciudad cobra vida incluso en el marco surrealista de la pandemia, y esto, la colma de una exquisita sensación de bienestar.
En el pasado, en aquellos días argentinos en los cuales fantaseaba un sinfín de viajes y aventuras por el viejo continente, Suiza nunca aparecía como aquel país que adoptaría como su nuevo hogar. Hoy, sin embargo, cuando le preguntan si extraña su tierra de origen, la seguridad en su respuesta la asombra: “Por supuesto, siempre y, aun así, este lugar en el mundo logró atravesar todas mis fibras y acariciar mi corazón; es mi casa, forma parte de mi ser, de mi identidad”.
A Suiza llegó inesperadamente, cuando decidió inscribirse en un curso de francés en la universidad de una ciudad de la que apenas había escuchado hablar. La oportunidad surgió formidable: tres meses de estudio y Europa al alcance de su mano, un sueño que la había acompañado desde la infancia. Con el apoyo pleno de su familia, en Ezeiza la despedida fue alegre y emotiva ante la perspectiva de salir al mundo para conocer otras culturas y vivir realidades alejadas a su universo conocido. En aquel instante, Micaela López Nesci abrazó a su familia con la seguridad de un regreso cercano.
Pero el destino quiso más para una joven dispuesta a tomar riesgos: “Cuando estaba por terminar el curso me ofrecieron un trabajo fijo en una agencia de viajes”, rememora Mica, quien cuenta con una licenciatura en turismo. “Volví a la Argentina para irme, con la noticia de que había aceptado la oferta. Se lo tomaron muy bien. Sabían que, entre mis deseos, estaba incluido vivir en Europa algún día, pero jamás hubiese imaginado que mi sueño se daría en Suiza”.
El lado “b”, sin embargo, no se hizo esperar. A los cuatro meses del arribo de Micaela en Neuchâtel, su madre sufrió un cuadro complejo y delicado de salud: la impotencia cobró protagonismo. La argentina, que había partido tras la búsqueda de nuevas experiencias que la enriquecieran, comprendió de inmediato el alto costo de vivir lejos: “En los momentos lindos y en los momentos complicados la lejanía se siente fuerte y se extraña muchísimo. Pero, aun así, nunca me arrepentí ni dejé de estar contenta con el camino que había tomado; lo había elegido yo”.
Otros hábitos, nuevas costumbres
Desde el comienzo, Neuchâtel, capital del cantón y del distrito homónimo, emergió bella ante la mirada de una joven poco acostumbrada a vivir rodeada por la naturaleza. Situada a orillas del lago Neuchâtel y sobre el flanco sur del macizo del Jura, en su población halló seres amables, educados en extremo, muy serviciales, aunque muy reservados. Esta última impresión, sin embargo, cobraría otros matices con el correr del tiempo.
Deseosa por visitar las comunidades vecinas y cercanas, Mica pronto descubrió que le bastaban recorrer pocos kilómetros para encontrarse en otro cantón, y para su sorpresa, con otro idioma y otras costumbres:
“En Suiza se hablan cuatro lenguas - alemán, francés, italiano y romanche – y al comienzo me chocaban esos cambios, tan bruscos, estando todos tan cerca y en un mismo país. Fue un desafío. En el caso de Neuchâtel, se trata de una de las ciudades más grandes de la parte francesa, aunque su casco histórico es pequeño. Acá se disfruta al máximo en verano, gracias a su hermosísimo lago”, cuenta la argentina. “En los primeros meses, como les sucede a muchos en otros destinos del mundo, me descolocaron los horarios. ¡Pero me adapté rápido! Asimismo, al hábito de dejar el calzado de calle en la puerta antes de entrar también me acostumbré: tiene sentido no querer esparcir la suciedad de la calle en la casa, de esta manera se mantiene mejor la limpieza”, continúa.
Instalada de forma definitiva y adaptada a su rutina laboral, otros aspectos de la sociedad que había elegido sobresalieron; hábitos un tanto extraños para una joven familiarizada con otras formas alejadas de aquella realidad, que por momentos parecían provenir de épocas que creía pasadas: “Acá, por ejemplo, es considerado muy importante que todo llegue por carta. Cuando vi que siguen yendo al correo y que utilizan sobres clásicos con estampillas que había visto alguna vez de pequeña, no lo podía creer. En mi trabajo tengo que enviar todo por correo ¡Realmente pensaba que era algo que había dejado de usarse en los noventa!”, ríe. “Con el tiempo también me di cuenta de la cantidad de reglas que hay en esta sociedad. El simple hecho de pensar en romperlas ya es una mala idea, acá nadie se las cuestiona, se siguen y punto”.
Calidad de vida, calidad humana: “Los suizos pueden ser más abiertos de lo que parecen en todo momento”
Con la llegada del primer invierno un nuevo impacto alteró las emociones de la joven. Una metamorfosis inevitable arrebató el espíritu veraniego de una ciudad que, de pronto, pareció quedar dormida. El verano, saturado de eventos culturales, festivales coloridos, y sonrisas plenas junto al lago, alejó la diversión de un día para el otro dándole la bienvenida al silencio, al trabajo duro, el estudio y la introspección.
Por fortuna, y gracias a su curso previo de francés, Micaela había estrechado lazos de confianza con su jefa y varias de sus compañeras de trabajo en aquellos días previos a su mudanza definitiva. En un comienzo vivió en la casa de una de ellas, antes de conseguir su lugar propio: “Me ayudaron a tramitar la residencia, la obra social y otros papeles, por lo que me sentí muy bienvenida. A pesar de que en verano la gente se vuelve más sociable y se la ve feliz, de a poco descubrí que los suizos pueden ser más abiertos de lo que parecen en todo momento”, asegura la argentina.
“Me hice muchos amigos suizos y por ello me comencé a sentir como en casa”, continúa. “Sucede que las personas acá son también cerradas entre sí, no es que no quieran abrirse, simplemente no están acostumbrados en su entorno. Pueden pasar años hasta que te cuenten algo que les está pasando a nivel personal, pero una vez que lo logran son muy fieles y van a estar para vos para lo que sea. Mis compañeras, que se transformaron en grandes amigas, me dicen: nosotros nos abrimos con vos, porque vos te abriste con nosotras. Es nuestra forma argentina lo que los inspira a abrir su corazón”.
En el trabajo, Micaela también tuvo que acomodarse a otras formas. Rápidamente se encontró inmersa en una comunidad con un nivel de exigencia superlativo. Descubrió que el suizo prefiere ir más despacio, lejos de las ansiedades, para evitar los errores:
“Está todo tan bien armado, que el suizo puede sostener una calidad de vida muy alta. Claro que es un país caro, pero lo es ante todo para el turista. Internamente, con cualquier trabajo los residentes pueden vivir bien, ahorrar y salir de vacaciones”, afirma. “La tranquilidad también te hace cambiar la calidad de vida, hay mucho verde, el entorno te incita a hacer cosas distintas. En mi ciudad siempre se ve mucha gente haciendo algún deporte en la naturaleza. Por otro lado, la seguridad es increíble: perder el hábito de mirar hacia atrás cuando uno vuelve a la una de la mañana es una sensación única y supone un salto en la calidad de vida de otro nivel”.
“Suiza me permite disfrutar mucho”
Para Micaela, su tan preciado balcón se transformó en uno de sus lugares predilectos. Allí lleva su computadora, el mate, respira profundo y contempla en paz el gran lago hasta colmarse el alma. Piensa en sus seres queridos, lejos, y le pide al cielo por la salud y bienestar de su país amado. Se percibe afortunada.
“Soy una persona muy familiera y tengo muchos amigos en Argentina, que son una parte muy importante de mi vida. La frase `cómo me gustaría estar o que estén para tal o cual momento´ se repite seguido. Uno anhela compartir y me hacen falta, pero lo que vivo hoy es una elección de vida. Cuando uno elige un determinado camino, hay renuncia; siempre hay un lado `b´”.
“Acá aprendí sobre aceptación. La manera de ser y trabajar de un suizo es muy distinta a la nuestra. En esta parte del mundo son muy exigentes consigo mismos porque están acostumbrados a que todo funcione. Un argentino, con los pocos problemas que hay acá, puede ser muy feliz y disfrutar de una buena calidad de vida en estas tierras. Pero conozco mucha gente que no lo soportó, justamente porque hay que poner mucho de uno. Suiza no te deja las cosas servidas, uno tiene que salir, tiene que arriesgarse, tiene que pasar por las barreras inevitables de la incomodidad, y aceptar que viven de otra manera. Depende de la personalidad de cada uno, de las ganas de adaptarse y de las circunstancias en las que uno llega. En mi caso, el lugar me permite disfrutar mucho. Cada día me siento más feliz, más inserta en la sociedad. Ya siento que este también es mi país, mi nueva cultura, mi nueva casa. Estoy aceptando que forma parte de mi identidad”.
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