A los 16 fue de vacaciones a Inglaterra con su familia, allí tomó clases de vuelo y nunca más dejó de pensar en aviones
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Las guerras son errores de la humanidad, son quiebres en la vida de cada uno de los que participan en ellas. Pero no todos forman parte de la misma manera. Hay quienes participan obligadamente en ellas y quienes, al verlas como injusticias, sacan su lado heroico.
Llena de coraje, valor y osadía Maureen Adele Chase Dunlop de Popp fue una argentina que en 1942, en plena guerra mundial, se embarcó en un buque argentino rumbo a las islas británicas para participar como piloto en el Air Transport Auxiliary (ATA), cuya misión era volar los nuevos aviones de guerra desde las fábricas hasta las distintas bases aéreas.
Entre Argentina e Inglaterra
Su vida comenzó en 1920, en la ciudad de Quilmes, Provincia de Buenos Aires, pero en unas vacaciones en Inglaterra Maureen Dunlop tomó contacto con los aviones y comenzó a interesarse en ellos, con tan solo 16 años hizo sus primeras clases de vuelo, un hecho que con el tiempo sería relevante.
Hija de un empresario agropecuario australiano y de madre inglesa, se educó en Argentina, en el Colegio Santa Hilda de Hurlingham. Sin embargo, su destino no estaba escrito, por esos días su vida no iba por el camino que sus compañeras transitaban y su espíritu rebelde la llevó a tomar decisiones fuera de lo común para una joven de su época: al regresar a nuestro país, sin tener aún la edad necesaria para continuar con su idea de ser piloto - y continuar con las lecciones- Maureen tuvo que resolver de manera intrépida ese “detalle burocrático” y falsificó sus certificados para poder continuar su instrucción en el Aeroclub Argentino.
A sus 19 años, estalló la Segunda Guerra mundial, y por el recuerdo de los relatos de su padre sobre su participación en la “Gran Guerra” enseguida supo que hacer: Maureen iría a colaborar en la lucha que el Reino Unido entablaría contra la Alemania Nazi.
Ella junto a su hermana Joan sintieron el deber de alistarse en el ejército. Su hermana, sin embargo, prestó servicios para la cadena BBC. Maureen siguió con su anhelo aunque no tuvo un comienzo sencillo, en aquellos tiempos las mujeres pilotos debían tener un mínimo de vuelo de 500 horas, el doble de lo que le exigían a los hombres. Pese a que en la guerra participaron millones de personas tan solo 164 eran mujeres que prestaron servicio para Inglaterra.
Maureen Dunlop era capaz de volar 38 tipos de aeronaves de guerra, por lo que volaba cazas emblemáticos como Spitfires, Mustangs o Typhoons, como así también bombarderos Wellington, aunque su favorito era el De Havilland “Mosquito” según comentaba. Y aunque no llegó a tener enfrentamientos en el campo de batalla, su gran aporte en la pugna mundial fue testear, probar y trasladar aviones desde las fábricas hasta las bases de combate. Como eran naves de pruebas, fueron muchas las controversias, experiencias y aventuras que tuvo que atravesar para entregar estas naves, destacando lo peligroso de estas misiones pues sus pilotos no sólo debían probar los nuevos aviones en vuelo, sino que muchas veces eran blanco fácil, se sabía que estadísticamente morían uno de cada diez en sus misiones, sea por derribos o fallas mecánicas. Además, como detalla hoy su hijo Eric Popp: “También volaban aviones rotos hasta los talleres y de una base a otra”, dejando en claro el peligro y el especial reconocimiento y admiración que los británicos sentían por el valor de los pilotos del ATA. Razón para reivindicar la labor en extremo riesgosa de nuestra heroína, Maureen.
Una chica de tapa
“Sorprendía a todos cuando llegaba porque nadie se esperaba que fuera una mujer, pero ella se sacaba la gorra y le caía la melena por debajo de los hombros” recuerda Sheila Lanktree, una rosarina hija del irlandés Bernabé Lanktree, que la conoció cuando ella se ofreció de voluntaria.
El 16 de septiembre de 1944, la tapa de la revista “Picture Post” la posiciona en su tapa, Maureen Dunlop cobró fama y se convirtió en “Chica de tapa”, la foto la describe como lo había hecho Sheila, quitándose el pelo de la cara luego de descender de un avión de combate. Aquella fotografía pretendía levantar la moral y demostrar que las mujeres podían conservar su femineidad y participar de la guerra, que podían ser valientes y glamorosas a la vez, derribando estereotipos. Su imagen se convirtió en el arquetipo de las mujeres integradas al esfuerzo de guerra, provocando suspiros masculinos y empatía en las mujeres. Su fotografía dio la vuelta al mundo y se volvió histórica.
De vuelta al país
Finalizada la guerra, siguió trabajando, la conocían como “la Piloto de las Pampas” fue instructora de vuelo de la mismísima Royal Air Force, en la base aérea de Luton donde instruyó a pilotos de la naciente Aerolíneas Argentinas. Ya de regreso al país integró la Fuerza Aérea Argentina y luego se desempeñó como piloto comercial. Posteriormente, fundó una empresa de taxis aéreos y en ella voló activamente hasta el año 1969.
En el año de 1955, en una recepción en la Embajada Británica en Buenos Aires, la vida la cruzó con quién se enamoraría: Serban Popp (falleció en el año 2000), un diplomático rumano que ya estaba retirado. Juntos no solo tuvieron un hijo y dos hijas, sino que luego de trasladarse a Norfolk, en el Reino Unido, se dedicaron a criar caballos árabes de pura sangre y, a la vez, introdujo los caballos criollos en aquel país. Su hijo Eric que vive en Inglaterra, en Norwich, siempre se manifiesta “muy orgulloso” con su madre: “Desde chico quería seguirla y servir como piloto en la Fuerza Aérea (RAF) -recuerda- pero no pude porque sufría de miopía; de todas maneras no tenía problemas para entrar al ejercito, así que serví cinco anos como oficial en un regimiento de caballería (The Queen’s Own Hussars) en el ejercito británico”, recuerda hoy en diálogo con LA NACION.
En el año 2003 Maureen Dunlop fue una de las tres mujeres pilotos de la ATA distinguidas con la medalla ‘Piloto Maestro de Aire’ del gremio de pilotos y navegadores del aire. “Tuve mucha suerte, fue bueno poder ayudar a los ingleses en la guerra”, dijo.
Pese a haber residido y obtenido la ciudadanía británica durante la Segunda Guerra Mundial, Maureen Dunlop mantuvo hasta su muerte, la cual ocurrió en el año 2012, y con orgullo su ciudadanía argentina a la que no renunció ni siquiera durante la penosa Guerra de Malvinas.
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