Una alsaciana enamorada del río
La casona asoma su mirador sobre la frondosa orilla. Desde esa atalaya, las aguas del Paraná lucen coralinas y mansas, reflejando el rojo de los seibos y el rosa de los lapachos. Una miríada de luces corre río abajo, llevando retazos de costa en su seno, acunando la blancura del irupé.
Lina contempla la belleza extendida con apasionado interés. Se halla en el país sudamericano junto a su esposo, en procura de aventuras y de negocios. ¿Qué diría su abuelo si viese el sitio donde los Beck-Bernard pasan sus días? Lina le debe su educación esmerada a ese anciano que la crió con austero cariño. Gracias a él, sus ojos ven más allá de las apariencias. Y mucho hay para ver en la Confederación Argentina.
El caserío blanco de Santa Fe, las torres de los conventos, las hileras de naranjales, la selva lejana y misteriosa, y sobre todo el bullicio gentil de las mujeres, que se pasean envueltas en chales con sus tinajas de agua, o pisan el maíz de la mazamorra en sus morteros de algarrobo. Lina se admira ante las ancianas que lían cigarros y fuman a las puertas de sus casas y del gracejo con que les ceba el mate de plata una pequeña india; también de la habilidad que poseen las jóvenes con la aguja, y en general, le asombra la calidez que mana de esas personas sencillas, de poca instrucción pero buen sentido.
Como extranjera que es, Lina no cae ante el embrujo de la siesta, momento sagrado en estas latitudes. Prefiere mirar la lejanía y recordar cuando remontó aquel río majestuoso en una goleta, embelesada con las canciones italianas que entonaban los marineros. Su mano grácil escribe con rapidez esas remembranzas. Algo hará con eso, quizá publicar un libro de viaje.
"Aquí las calles cobran vida al anochecer", relata, "cuando las familias se visitan unas a otras, o se sientan en los umbrales a contemplar las estrellas y tomar mate. Pobres o ricos, todos se engalanan para lucir a esta hora sus abanicos, sus percales, sus sedas y sus perlas."
Desde la acera, una vecina la saluda con ademanes. Lina se inclina sobre la reja y atiende el pedido. Quiere saber si tendrán Niño para el pesebre en esa Navidad. Lina sonríe y niega con un gesto, pero no alcanza a explicarle que su religión protestante no acostumbra esa liturgia, pues ya corre la buena mujer a procurarle una figura de cera envuelta en gasa azul.
Se maravilla de la indulgencia con que conviven las familias, agrandadas por la cercanía de parientes y la precocidad de los matrimonios. Todos juntos, hacinados a veces, atraviesan con resignación y buen talante las adversidades. La "nonchalance criolla", llama ella a ese carácter negligente y generoso. En Europa sería inconcebible.
Charles, su marido, acaba de llegar. Está trabajando en la fundación de una colonia agrícola, San Carlos. Viene cansado pero eufórico por sus logros. Lidia a brazo partido con la indolencia general y sin embargo, algo de la naturaleza noble y guerrera de los gauchos se le ha prendido. Cuando regresen, el día que Dios disponga, llevarán un tesoro entre sus bártulos: el recuerdo de una tierra virgen y pletórica de promesas, en la que ambos habrán dejado su huella.
(Nota de la autora: Lina Beck-Bernard fue una mujer culta e inteligente, nacida en Alsacia y criada por su abuelo materno, que le inculcó latín, griego, dibujo y ciencias. Su vocación filantrópica la llevó a estudiar formas de mejorar los sistemas penitenciarios, mientras escribía relatos y poesía, pintaba y viajaba con su esposo, contratado por el gobierno argentino para reforzar la colonización agrícola. De ese tiempo, entre 1857 y 1862, resultó el libro Le Rio Paraná. Cinq années de séjour dans la République Argentine, publicado en París en 1864.)
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