Un viaje a Baltimore
La serie The Wire se estrenó en la televisión estadounidense en 2002, al mismo tiempo que Los Soprano, aunque no tuvo el mismo éxito. De hecho, nunca llegó a la Argentina; acá sólo puede verse en DVD, y tampoco es fácil de conseguir. La acción transcurre en la ciudad de Baltimore, donde reina el narcotráfico a plena luz del día en los barrios bajos, y donde la policía no se resigna a la impunidad de los traficantes. Se forma entonces un equipo especial para combatirlos, que cuenta con la autorización para intervenir sus teléfonos. De ahí el nombre de la serie, que suele traducirse como La escucha.
David Simon, el creador de la serie, fue durante mucho tiempo periodista de policiales del diario The Sun de Baltimore, y trabajó en sociedad con Ed Burns, un ex policía que no pocas veces aparece mencionado en la serie con su propio nombre. The Wire tiene una trama muy difícil de seguir. Por un lado, no responde a los cánones de un capítulo normal televisivo, con sus cuarenta y ocho minutos separados en cinco bloques, donde el espectador ya sabe que después de la última tanda se sabrá quién es el asesino. Eso no ocurre acá. Simon termina el capítulo donde él quiere, presenta a los personajes cuando tiene ganas, y no le tiembla el pulso a la hora de matar al héroe. Por otra parte, y a diferencia de las ficciones argentinas, los diálogos no se toman el trabajo de informar lo que ocurre, y el espectador tiene que estar muy atento si quiere seguir los meandros de la acción. Que son opíparos.
Baltimore es una ciudad donde la población negra es mayoría, y son negros en su mayoría los personajes de esta historia: es un viaje a un país desconocido. Si la palabra negro irrita la sensibilidad de algún lector, debo decir que en toda la serie (cinco temporadas entre 2002 y 2008) nadie nunca utilizó la expresión afroamericano. Los personajes se refieren a sí mismos y a los demás como nigger, presuntamente la forma más ofensiva de llamar a un negro, siempre que lo diga un blanco.
Entrar en ese universo es todo un aprendizaje; existe un mundo de extraordinaria belleza más allá de Denzel Washington. Y en estos barrios se cultiva una estética propia que difícilmente aparezca en las páginas de Vogue: cráneos decorados con exóticos dibujos hechos en apretadas trenzas; tocas con lazos, remeras gigantes que casi tocan las rodillas y pantalones enormes, que después de un tiempo comienzan a verse como togas o vestidos rituales. La ciudad misma es una gran protagonista, con sus sencillos frentes de ladrillo brillante y colores vivos: rosas, celestes, amarillos.
La primera temporada muestra cómo el negocio de la droga establece un completo sistema de poder paralelo, con mecanismos políticos parecidos, aunque las sanciones son diferentes. En la segunda temporada (tal vez la mejor) entran a jugar los sindicatos: más específicamente, el sindicato de estibadores del puerto de Baltimore, liderado por un colérico polaco. En la tercera temporada aparece la política: un joven concejal blanco inicia una improbable campaña para convertirse en alcalde de la ciudad. La cuarta temporada indaga en la educación, cuando un ex policía se emplea como maestro de escuela. Y la quinta temporada, por último, entra en la redacción de un diario (The Sun) y contempla la misma ciudad desde el punto de vista de la prensa.
Cada fotograma, cada diálogo y cada giro argumental de esta serie es una obra de arte. The Wire se despliega como una novela colosal, que registra entre otras cosas los movimientos tecnólogicos, desde las primitivas escuchas en los teléfonos públicos del barrio hasta los celulares más sofisticados y las cámaras digitales. Sigue los movimientos de los personajes dentro y fuera de la cárcel, dentro y fuera de la policía. Muestra una asociación clandestina de grandes traficantes que se maneja como las Naciones Unidas, y se permite, en medio de tanta verdad desgarradora, una imaginativa propuesta ficcional para una eventual despenalización de la droga.
La autora es periodista