Un tour por los descubrimientos de Humboldt
En la lista de los grandes exploradores que cualquiera de nosotros podamos armar tranquilamente en nuestras casas y recurriendo a la memoria para sacar esos nombres de los recovecos de nuestra conciencia hay uno que, por lo menos para mí, siempre destaca en los primeros lugares. Estoy hablando de Alexander von Humboldt, un verdadero polimata.
Así como Leonardo da Vinci fue uno de los grandes hombres del Renacimiento, distinguiéndose en variadas disciplinas, nuestro protagonista de esta columna es considerado como el “padre de la geografía moderna universal”.
Naturalista, geógrafo, humanista, nacido en Berlín en 1769, Humboldt no dejó casi campo de las ciencias para ser estudiado, pues se movía con facilidad entre disciplinas tan dispares como la ornitología, antropología, vulcanismo, astronomía, física, etcétera, y realizó extensos viajes que lo llevaron al estudio de diferentes regiones del mundo, siendo el continente americano uno de los que mas recorrió.
Junto a su colega, el naturalista y médico francés Aimé Bonpland (sí, el de la calle que lleva su nombre en Palermo) zarparon en el año 1799 rumbo a nuestras cercanas latitudes y en diversas etapas recorrieron alrededor de 10.000 kilometros en los que atravesaron ríos y llanuras, se toparon con flora y fauna exótica, visitaron ciudades importantes y alejados asentamientos e intentaron ascender a alguna de las montañas y volcanes más importantes de nuestra región.
Y es aquí donde quiero detenerme, porque así como Darwin tuvo uno de sus momentos de epifanía en las Islas Galápagos, Ecuador, que lo ayudó a desarrollar su Teoría de la evolución de las especies, Humboldt, ascendiendo un volcán, tuvo el suyo.
Estoy hablando del Chimborazo (oh, casualidad, ¡también en Ecuador!), que en aquel entonces se creía el punto más elevado del planeta (de hecho y según consideraciones científicas, en pocas palabras: de los que saben, es el punto más elevado si se toma el centro de la tierra como referencia y el punto más cerca del sol de nuestro planeta ) y en el cual intento hacer cima junto a sus compañeros de aventura. Después de un difícil ascenso fueron detenidos a una altura de casi 6000 metros por las imperfecciones del terreno, que les impidieron continuar; no obstante, se convirtieron prácticamente en las primeras personas en realizar semejante progreso de altura.
No haber tenido éxito en el ascenso no hizo mella en el espíritu y de todas maneras no dejaron de tomar muestras y de realizar diversos experimentos, los cuales hicieron que Humboldt visualizara todo lo que lo rodeaba como parte de algo más grande.
Obtuvo, así, una visión de la naturaleza que sigue influyendo en cómo comprendemos el mundo natural incluso en nuestros días (les recomiendo el increíble libro La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt, de Andrea Wulf, no solo como grata lectura, sino también para ahondar en las inquietudes y curiosidades que llevaron a este hombre de ciencias a recorrer el mundo).
Tal es la importancia de las expediciones de Humboldt por el continente que se le atribuye ser el descubridor científico del Nuevo Mundo y, para algunos, la imagen perfecta de un humanista y científico completo.
Dicho esto y pensando en las luminarias que cambiaron con ideas, pensamientos y acciones el mundo que creemos conocer, me pregunto si debiera irme a Ecuador para compartir un ratito de esa epifanía.