Un tal Clorindo
Charla íntima con una leyenda viva de la cultura argentina
La siguiente es la última entrevista extensa que el genial arquitecto Clorindo Testa dio a LA NACION Revista, y que fue publicada el 17 de abril de 2011.
En el extremo norte de Cerdeña, sobre el estrecho de Bonifacio, Capo Testa se llena de flores cuando es primavera. En tiempos del imperio, los barcos romanos se detenían para que sus hombres descansaran en ese cabo pequeño. Ahí nomás, ahora la bahía está repleta de ánforas romanas que asoman por debajo del agua.
Un tal Clorindo Testa, italiano nacido en Nápoles, viajó hasta Capo Testa cuando ya tenía título de arquitecto por la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires (UBA), un lugar al que ahora -a los 86- vuelve sólo cuando lo invitan.
-Para pasear, a la Facultad no voy a ir. Si ya la conozco -dice.
Cualquier pregunta que se le haga a Clorindo Testa tendrá esta clase de respuesta. Simple y lógica, absolutamente lógica. Divertida y sin formalismos, como la de un niño. Amarrada a alguna historia de vida o a una reflexión lúcida sobre el presente. Da riqueza ser su interlocutor sólo para escuchar y descubrir su forma de ver las cosas. El resto está en Google (los datos sobre su obra pictórica o las de arquitectura, desde la Biblioteca Nacional hasta el Banco de Londres, ahora sede del Hipotecario, o el Centro Cultural Recoleta, que remodeló junto con Benedit y Bedel); y está también en las decenas de entrevistas que le han hecho durante su vida. Una vida intensa la de este italiano que es ícono de la cultura argentina.
-Uno podía pensar que Capo Testa se llamaba así porque está en la punta de Cerdeña. Pero no. En latín, testa significa cerámica. Ahí descubrí la historia de las ánforas, de todas esas cosas que estaban bajo el agua.
Clorindo Testa en una foto es casi siempre un hombre con los anteojos de marco grueso y oscuro pegados en la frente. Tiene un lápiz en la mano y un traje con corbata. Es gracioso, pero se ríe apenas. Ahora se muestra exactamente así.
El estudio está colmado de colores. Los todavía envasados, los ya pintados, los que trazó en su agenda, una suerte de libro increíble donde cientos de círculos destacan las actividades que programa desde las 9 en adelante. La agenda es una obra en sí misma. No queda otra salida que mirarla entregado enteramente a la contemplación, y hacer link con las imágenes de esos cuadernos que se dibujan en la infancia. Hay maquetas más o menos nuevas, testimonio de sus proyectos arquitectónicos. Luz, paredes revestidas con madera, grandes ventanales. Y un dibujo de abril de 1928.
-Yo hice el dibujito. Es la casa de mis padres en Nápoles. Fijate que hay un cuartito arriba. Tiene una azotea y tiene un costado. Yo no hice en su momento la maqueta, y en la azotea me equivoqué porque debería haber hecho los triángulos así, ¿ves?, para que fuera cuadrada. Pero no es cuadrada, es triangular, y eso fue un error.
-¿Un error a los 4 años?
El artista responde mientras dibuja la forma correcta con un marcador azul.
-Un error. Vos, si querés, después hacé la maqueta con esta modificación que te dibujo ahora. Cortás acá, hacés así, y te va a salir la azotea.
Clorindo Testa: el gran dibujante según artistas, colegas y amigos. La mano que se desliza tranquila y firme en el papel. No hay demasiadas computadoras a la vista, al menos en la habitación que ocupa él, con su enorme escritorio. Testa parece poco interesado en fomentar planteos clichés, como el que decreta el fin de lo artesanal en favor del avance de la tecnología.
-Vos dibujás, y la computadora dibuja como vos. No es al revés: vos no dibujás como la computadora. Entonces, que hagas o no hagas los dibujos en la computadora no cambia mucho las cosas. Nunca decís: "Mirá qué fantástico lo que dibujó la computadora". En todo caso, lo que decís es: "Qué bien salió lo que yo pensé".
-El concepto de evolución no es algo que le llame la atención, según parece. Sin embargo, cuando uno ve su obra tiene la sensación de que está adelantada a su tiempo.
-Eso no lo sé. No hay algo mejor o peor que ayer. No es que las cosas que hacían los griegos eran mejores o peores. Eran diferentes.
-¿Pero usted se ve diferente hoy que hace 30 años?
-Me veo distinto. Vas cambiando. Un edificio de los años 50 no es como uno de ahora. La arquitectura es la misma, pero se hacen otras cosas. Y eso ha sucedido siempre.
-¿Y la arquitectura cómo está?
-Un joven ahora tiene que estar en el año 2011. La arquitectura y la pintura siempre son cosas globales. En el 1500 o el 1600 la Argentina era barroca, e Italia también. Vos reconocés la diferencia entre ellas en el mismo período, pero ambas son barrocas. Lo fundamental es estar en el tiempo en que vivís.
-En 2011, ¿la sustentabilidad es una moda o un asunto necesario?
-No, no es moda. Los temas van cambiando, aparecen. Ahora está el tema de la sustentabilidad, del uso eficiente de las energías, por ejemplo. No gastar tanto, y eso está bien. Igualmente la idea todavía parece primitiva, porque imaginar superficies enormes de paneles puestos ahí para captar la energía del sol, paneles que te ocupan todo, es demasiado. Uno piensa que para captar esa energía tiene que haber algo distinto, no una azotea con placas enormes. Ya van a inventar otra cosa, todo se inventa.
A propósito de la creación, el otro día leyó Clorindo Testa que en Calabria habían hallado en el mar unos bronces increíbles. Un buzo vio que de la arena salía una mano. Creyó que era un ahogado, pero no.
-Era una de esas figuras de bronce griegas, del 400 a.C. Una maravilla. Discutieron después si convenía dejarlas en Calabria o trasladarlas a Roma. Decidieron que en Calabria. Si las encontraron ahí, ¿para qué iban a llevarlas a otra parte?
Sus teorías y reflexiones sobre la historia no tienen desperdicio. Le resulta sugerente, por ejemplo, el triunfo rioplatense sobre los ingleses durante las invasiones del 1800. ¿Cómo podría una población derrotar a Beresford y al mejor ejército del mundo con unos baldes de aceite y unos pocos tiros? ¿El virrey Sobremonte habrá resguardado el tesoro sólo para bien del pueblo, o algo de ese dinero habrá sido utilizado para invitar a los invasores a una consentida y amable rendición?
Esas preguntas se hace Clorindo Testa. Y las comparte con los amigos.
Ganar o perder
Lo más divertido es resolver un problema. Por estos días el arquitecto Testa está embarcado en resolver dos, para un par de concursos. Siempre está en algún concurso, divirtiéndose. Después, ganar o perder es otra cosa.
-Si no ganás, no te quedás llorando, diciendo que deberías haber ganado vos. Será que no ganaste porque no resolviste tan bien el problema, y punto.
-Hay arquitectos que no soportan perder.
-Hay gente que sí, que dice que su proyecto era mejor. Pero vos participás en un concurso y sabés que hay un jurado que dictamina. Como en todo, tenés que aceptar lo que dice. Por eso te digo que lo divertido del concurso es tratar de resolver el problema. El resultado no sé si importa tanto.
-¿Qué cosas nunca proyectaría?
-¿Viste unas torres francesas que hicieron en Buenos Aires, con mansardas, con cornisas? Hay varias. Bueno, eso no lo haría. Las hubiera hecho hace 80 años, porque son edificios que están 80 años atrasados en su estética, aunque adentro sean buenos, o contemporáneos. Es raro. A la gente le gustan, pero al mismo tiempo compran el auto último modelo, con diseño de ahora. Viven desfasados: con las cosas diseñadas ahora, y en un edificio que no es viejo sino que está diseñado con esa estética que atrasa.
-¿Siempre dibujó?
-Sí. Pero los chicos no se dan cuenta de que dibujan, porque en realidad dibujan siempre. En casa guardaban los dibujos míos cuando era chico. Papá me preguntó un día, cuando ya tenía 14 ó 15 años, qué iba a estudiar. Le dije que a lo mejor Medicina, y me contestó que de ninguna manera. Es así: a veces no te das cuenta de que la vocación existe, pero de eso se dan cuenta tus padres.
Papá médico, que había venido a la Argentina en 1911, tenía el firme deseo de que Clorindo naciera en Nápoles. Volvió a Italia sólo para eso, y luego regresó a Buenos Aires, con su mujer y su bebe. Cuando creció, además de médico, Clorindo pensó que intentaría con la ingeniería naval. Le gustaba construir maquetas de barcos que iban y venían de Europa.
-¿Va seguido a Italia?
-Sí, cada tanto. Es de esos lugares a los que volvés porque tenés amigos. Porque si es por pasear por Roma y ver las catedrales, eso ya lo viste un montón de veces.
Italia y los amigos son una marca en la vida de Clorindo Testa. Lo mismo que el azar, lo extraordinario, los encuentros imprevistos e imprevisibles.
-Cuando viajé de joven por una beca, una amiga me llamó para que conociera a un argentino allá. Yo llegué a la cita en Roma y ella estaba con el muchacho. El me dijo que vivía en un edificio atrás de Harrod's, en la calle San Martin. Me llamó la atención, le describí la casa, y se trataba de una casa que pertenecía a mi papá. La casualidad total: una historia así con un tipo con el que te encontrás entre millones de habitantes.
El barrio de la Plaza San Martín era el mismo por el que caminaba su amigo Manucho Mujica Lainez, "de quien me acuerdo, sí, lo recuerdo bien", dice el hombre al que Cortázar nombra en Rayuela: "Pero Talita era más intransigente (característica propia de la indiferencia) y exigía adhesiones a corto plazo: la pintura de Clorindo Testa, por ejemplo, o las películas de Torre Nilsson. Se armaban terribles discusiones sobre Bioy Casares, David Viñas, el padre Castellani, Manauta o la política de YPF. Talita acabó por entender que a Oliveira le daba lo mismo estar en Buenos Aires que en Bucarest, y que en realidad no había vuelto ,sino que lo habían traído".
-Podés estar en el lugar más insólito del mundo y... Mirá, te cuento otra anécdota. Un amigo de Buenos Aires me dijo: "Cuando vayas a Roma llamalo a fulano de tal que es amigo mío". Llegué, llamé y me respondieron que se había ido de viaje, lejos, no sé, a la India. Más adelante, con otros amigos, hicimos un viaje a Cerdeña, a Capo Testa, donde te conté. El pueblo tenía una calle de arena. Ibas caminando, las cabras te miraban mientras vos caminabas. Bueno, esto es Capo Testa, dijimos. Había una playita chiquita. Nosotros éramos como 4 o 5. De una carpa salieron una chica y un muchacho. Nos presentamos. Había un faro, una mujer que cocinaba, nos sentamos todos, no había nadie más. Al muchacho le pregunté: "¿Vos sos amigo de tal, que vive en Buenos Aires?" "Sí", me respondió. "Ah, te manda saludos." "Bueno, muchas gracias." Los saludos que me habían dado se los di a este muchacho en un lugar de Cerdeña donde sólo había cinco personas. Divertido...
-Qué manera de viajar. ¿Cuál es su lugar en el mundo?
-Buenos Aires me gusta. No me iría a vivir a otra ciudad.
-¿Camina la ciudad?
-Camino poquísimo. Debería caminar más. Qué sé yo... Roma es linda, pero acá, en Buenos Aires, mirá la luz que tiene este cuarto. Nunca se cierran las persianas, las medianeras te reflejan todo. Es como si tuvieras un espejo ahí.
-A la gente, en general, no le gustan las medianeras.
-Sí, ya sé. Pero mirá la apertura que tenés de vistas en Buenos Aires, y estás en Santa Fe y Callao. Entre medianera y medianera es un desfiladero. Ves cosas que están a dos kilómetros. En Europa te asomás a la ventana y ves la casa de enfrente.
Hace poco, en un edificio de Belgrano, Testa dibujó árboles sobre una medianera.
-Hice arbolitos de colores. Si vos vivís ahí, pensás que en la medianera podría haber arbolitos verdaderos, algo que es lindo. Pero como árboles verdaderos no hay, entonces los pintás.
Así de simple, así de profundo es el hombre con los anteojos pegados en la frente. Acaba de terminar su muestra de dibujos en el Centro Cultural Borges, parte del proyecto La línea piensa, que difunde a los grandes cultores del dibujo en la Argentina, y está dirigido por Luis Felipe Noé y Eduardo Stupía.
-El día de la inauguración se fue temprano...
-Me fui temprano, sí. Me cansa estar parado y no me interesan mucho las formalidades. Una exposición la pensás, la ves montada y te gusta. Pero no te quedás una tarde entera mirando lo que hiciste.
De principio a fin, así responde Testa: lo que quiere, lo que se le ocurre. El artista que se hizo mayor y sigue siendo un chico italiano que vive en Recoleta y conoce el mundo.
-Mientras mi papá vivió no había esto que hay ahora acá de la doble nacionalidad; sólo podías dejar una y tomar la otra. Si yo lo hubiera hecho, hubiera sido como decirle a él que el viaje a Italia para que yo naciera allá no había tenido sentido.
Se despierta sin despertador a las 7. Dos horas más tarde está en el estudio. Almuerza, duerme una siesta de tres cuartos de hora, y vuelve. Vive cerca. Su papá decía que cuando uno se mudaba a una ciudad tenía que vivir en el centro. Tener todo a mano.
-La gente que vive lejos del centro tarda demasiado en llegar a su trabajo.
-Lo ideal en una ciudad es que el transporte funcione. Podés tardar media hora para llegar a tu trabajo, pero lo que no podés es tardar dos o tres. Además, si vivís afuera lo lógico sería que puedas tener la opción de tener tu actividad afuera. Que quede a pocas cuadras, vivas donde vivas.
-Cuando uno piensa en Clorindo Testa piensa en color, mucho color. Incluso en su obra arquitectónica usted no ha tenido miedo de poner color donde se le ocurría.
-Estamos en una época en la que hay color. Las pinturas fueron mejorando. Hace 50 años, las de exterior se iban enseguida. La tecnología va cambiando las cosas. Ahora sabés que el color es fácil tenerlo. Los colores aguantan, son más perennes, hay más variedad de pinturas, es bárbaro.
-El 10 de diciembre cumple 87.
-Sagitario. Soy de Sagitario.
-¿Le gusta leer el horóscopo?
-Sí, me divierte. Lo busco porque aun en las peores semanas siempre dice cosas buenas.
MI MAESTRO, MI AMIGO
Por Ignacio Lopatín
Su estudio es un lápiz. Lo supe el día que lo conocí, en la década del 70, gracias a que un cliente que teníamos vendió el terreno con nuestro proyecto y el nuevo dueño nos propuso hacer uno diferente con Testa y Lacarra. Para Cacho Korn y para mí fue una gran oportunidad. Temerosos, les ofrecimos ir a su estudio, pero Clorindo respondió: "Sería más divertido ir al de ustedes, para ver un lugar nuevo". Cuando le preguntamos si necesitaba algo, contestó: "No, ya tengo un lápiz", señalando el bolsillo de arriba de su saco.
Clorindo nos enseñó que hay que hacer un dibujo que a uno le guste y después, sólo después, hacer un edificio. Lo hizo sin ninguna de las convenciones académicas que se enseñan en la Facultad. Eso sí: los dibujos luego daban lugar a planos de obra, y su rigor en ese momento era implacable.
Maestro de la creatividad y la innovación, poco amigo de la arquitectura comercial a la moda, Clorindo pierde y gana concursos por la misma razón: pasarla bien con lo que hace y con lo que piensa. Está a favor del progreso, pero selectivamente. Jamás claudicó de lo que pensó, y la atemporalidad de su pensamiento es una característica que lo hace único. Por eso su arquitectura nunca fue neutral. Por eso es un orgullo para la Argentina.
El autor es arquitecto. Profesor Consulto de Arquitectura (FADU-UBA)
PERFIL
Nació en Nápoles, en 1923. Se recibió de arquitecto en la UBA en 1948. Becado, viajó a Europa, donde siguió sus estudios.
Su mayor influencia fue Le Corbusier.
Está casado con la artista plástica Teresa Borthagaray, y tiene una hija, Joaquina.
Por concurso ganó y construyó, entre otros, el Banco de Londres, la Biblioteca Nacional, el Hospital Naval, el Centro Cultural Recoleta, el Centro Cívico de Santa Rosa (La Pampa) y el Balneario La Perla, en Mar del Plata.
Algunas otras obras emblemáticas: la casa La Tumbona; la casa Capotesta, en Pinamar; la casa Guido Di Tella, la Ciudad Cultural Konex y el Auditorio de la Paz, en el templo Soka Gakkai de Buenos Aires .
Multipremiado internacionalmente, es doctor honoris causa (UBA) y ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires.