De chico tenía una aventura solitaria: iba con mi bicicleta a recorrer el perímetro de la quinta presidencial. Apoyaba la nariz y la frente en el alambrado para que los ojos pudieran encontrar el justo lugar donde la ligustrina descubriera el hueco que dejaba espiar el interior. Era sentir una regresión a cualquier momento del pasado, como el que invitaba la foto familiar donde mi abuelo está con unos señores a puro traje y sombreros y bigotes, rodeados de árboles gigantes y palmeras que enmarcaban los años de la primera presidencia de Yrigoyen. ¿Podría descifrar ese lugar? ¿En qué parte estaría el espacio donde pusieron los sillones de mimbre para posar ante el fotógrafo? Ante el miedo a que, de golpe, apareciera un policía y me llevara, la alternativa era pedalear fuerte, bajar a toda velocidad la barranca de la calle Villate, cruzar las vías a puro envión para detenerme, ahí nomás, e intentar develar otro misterio que se escondía detrás del alambrado: ¿dónde estará el túnel que pasa por debajo de las vías del tren y que, como un pasadizo mágico, puede llevar hasta el mismo presidente de la Nación? El ritual lo repetía seguido y la nerviosa huida la sentía como un pequeño triunfo, aunque contra la nada misma.
Hace 100 años de un día como hoy, 30 de septiembre pero de 1918, el entonces presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen estampaba su firma en el decreto de aceptación de la donación que Carlos Villate Olaguer hizo de la casa y sus 35 hectáreas para que sea residencia presidencial.
Por estos días tormentosos de la primera crisis del gobierno de Mauricio Macri, la quinta de Olivos, ubicada a 17 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires en el partido bonaerense de Vicente López, volvió a ser el epicentro de las miradas de los argentinos y del mundo. Un territorio que tuvo su original trazado en la época de Juan de Garay. El primer dueño fue Rodrigo de Ibarrola y, tiempo después, la propiedad pasó a pertenecer al brigadier Miguel de Azcuénaga, vocal de la Primera Junta y ancestro del donante. Fue él quien, en 1854, le encargó al joven arquitecto Prilidiano Pueyrredón la construcción de la casa, cuya estructura principal aún se mantiene a pesar de las remodelaciones y de un incendio.
El primer ocupante oficial, pero que lo hizo simbólicamente, fue Honorio Pueyrredón cuando tomó la posesión del lugar en nombre del presidente Yrigoyen, quien nunca la utilizó, tal como ocurrió con su sucesor Marcelo T. de Alvear. Sí la ocupó, aunque de manera circunstancial, el presidente de facto José Félix Uriburu en el verano de 1931, poco después del golpe de Estado que encabezó y con el cual derrocó a Yrigoyen. Luego de años de abandono, el general Agustín P. Justo la activó con la creación, en 1933, de una colonia de vacaciones que llegó a tener 3500 niños. Se ocupó de embellecer el parque, mejorar el edificio, embaldosar veredas, instalar el alambrado y sustituir las tranqueras blancas de la chacra rural por portones techados. Y se encargó de hacer plantar jacarandás en la Avenida del Libertador. En 1936, durante su visita a la Argentina, cuentan que el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, al ver cómo caían las flores de los jacarandás desde las copas de los árboles, dijo maravillado "llueve celeste". Otro mandatario que encaró reformas en los años 40 y 50 del siglo XX fue el presidente Juan Domingo Perón, quien la modernizó con la construcción sobre la orilla del río de instalaciones para el uso de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES): un puerto deportivo, una pista de atletismo, canchas de fútbol y de vóley, y un anfiteatro. Perón no vivió en la Quinta, sino que prefirió quedarse en el Palacio Unzué, en Avenida del Libertador y Austria. Ese inmueble fue derribado al producirse el golpe de Estado de la llamada Revolución Libertadora, en 1955. Muchos años después, el almirante Isaac Rojas admitiría su obsesión por ocupar la quinta tras la asonada: "Quería ver cómo era allí la vida de Perón. Y me encontré que en Olivos estaban viviendo Nelly Omar y el escritor rumano Constantin Gheorghiu", comentó asombrado. Desaparecido el Palacio Unzué, fue el general Pedro Eugenio Aramburu, también como presidente de facto, el primero en habitarla de forma permanente. Fue allí, en la noche del 12 de junio de 1956, mientras cenaba, cuando le informaron que se había cumplido su orden de fusilar al general Juan José Valle, quien se había rebelado contra su gobierno.
Pero el primer presidente constitucional que habitó la quinta de Olivos con su familia fue Arturo Frondizi y el destino hizo que fuera allí donde se terminó de ganar la enemistad de los militares que luego lo derrocaron: el 18 de agosto de 1961, Frondizi se había reunido con el Che Guevara, hecho que irritó a los uniformados, quienes se levantaron contra del orden constitucional.
Javier Varani es un vecino de Vicente López y, desde hace más de 30 años, recopila información sobre la Quinta Presidencial, entrevistando a expresidentes y personajes que pasaron por el lugar. Varani recuerda que "de todos los exmandatarios con los que conversé, sin dudas fue Frondizi quien me demostró un gran aprecio por la Quinta, disfrutó mucho su estadía y guardó un grato recuerdo. Me contó que un día, cuando regresaba de la Casa Rosada, debió esperar una hora y media atascado en el tránsito en Avenida del Libertador. Tal fue el impacto que le causó la espera que, cuando llegó a la residencia, se puso a diseñar el sistema de manos reversibles, esto es habilitar más carriles cuando una de las manos se llena en los horarios pico. Al otro día llamó al director de Tránsito del municipio y le dio la solución".
Como dato curioso, mientras fue presidente, el radical Arturo Umberto Illia nunca fue visitado en la quinta por el caudillo, también radical, Ricardo Balbín. Además, solía hacer escapadas por afuera del predio, para visitar a los custodios de calle o ir a un bar a pocas cuadras, en Avenida Maipú e Hipólito Yrigoyen. Y cuando el general Juan Carlos Onganía, verdugo institucional de Illia, fue presidente de facto no tuvo mejor idea que vaciar la pileta del frente de la casa y montar un escenario para un show de los 5 Latinos.
La quinta presidencial también estuvo cruzada por la violencia política incontrolable vivida en el país. En diciembre de 1970, el montonero Mario Eduardo Firmenich encabezó un ataque al centro de comunicaciones y asesinó de 10 balazos al policía Inocencio Barrientos. En enero de 1974, siendo ya presidente Perón, mantuvo en Olivos una reunión con los diputados alineados a Montoneros y después de ese duro encuentro, López Rega decidió sacar el antiguo alambre perimetral y hacer construir la actual muralla de ladrillos atravesados por varillas de acero, para evitar un eventual asalto con vehículos. El General no quería vivir en la quinta. Según me relató Pedro Cossio hijo, médico personal en los últimos tiempos de vida de Perón, cuando el General regresó definitivamente al país rechazó el ofrecimiento para alojarse allí que le hizo Héctor Cámpora, quien, como particularidad, había dormido solo una noche en el lugar. Perón no quiso quedarse en la residencia por un tema de seguridad. Sin embargo, fue el único presidente que murió en la quinta; y el último acto político en vida fue, precisamente, firmar la aceptación de la renuncia de Cámpora como embajador argentino en México. "Lo hizo con gran dificultad sobre la almohada. Luego, transmitió el mando a su esposa la vicepresidenta y falleció dos días después", contó Cossio. Perón sabía que se moría y esa sensación lo acompañó durante su estada en la quinta. En sus últimos días, se cuenta que Perón recorría el parque acompañado por un joven sacerdote, con quien conversaba animadamente. De repente, se paró y le preguntó: "Padre, ¿qué cree usted que el pueblo piensa de mí? El sacerdote le respondió: "Bueno, creo que lo quiere y lo respeta. Pero ¿por qué me pregunta eso, General? Y Perón le confesó: "Sabe qué pasa, padre (y señalando con su dedo pulgar al cielo), los últimos rounds de la vida son los más importantes para el jurado". Y así fue como la quinta de Olivos terminó siendo un lugar de procesión política-religiosa: los cuerpos de Perón y Evita fueron exhibidos en una cripta hasta que la última dictadura los sacó, después del golpe del 24 de marzo de 1976. Precisamente, el día anterior fue el último en Olivos de Isabel Perón como presidenta. Como todas las mañanas, Julio González, su secretario privado, llegó a las 7.30 en punto para buscarla y conducirla a la Casa Rosada, con la idea de regresar a la noche a la quinta. Nunca volvió.
También fue un lugar clave en el retorno a la democracia. Tras la derrota en la Guerra de las Malvinas en 1982, el general y presidente de facto Reynaldo Bignone inició allí las conversaciones con las fuerzas políticas que derivarían en las elecciones que, en octubre de 1983, consagrarían presidente a Raúl Alfonsín. Fue el líder radical quien, luego del triunfo, comenzó a recuperar el espacio y a utilizarlo como segunda sede de gobierno. Entonces comenzaron las primeras guardias periodísticas. Una noche de febrero de 1985, cuando se estaba definiendo el primer plan de reformas económicas de su gestión, Alfonsín propuso: "¿Y si le ponemos Austral?", refiriéndose a la denominación de la nueva moneda. "Mis padres vivían solos en la quinta. Nosotros íbamos los fines de semana, nos reuníamos hijos, nietos y sobrinos. Ese es el mejor recuerdo que tengo, el encuentro de toda la familia", dice Ricardo Alfonsín. Pero quizás una de las imágenes más emblemáticas de ese período sea la registrada en 1989, cuando Alfonsín y el presidente electo Carlos Menem caminaban solos por una de las calles internas de la Quinta de Olivos, para acordar una difícil transición que, finalmente, terminó garantizando la continuidad del sistema democrático hasta el presente. "Era normal que cuando mi padre tenía que tratar algo importante, invitaba a ministros y a otras personas a caminar por el parque, para conversar tranquilos, sin testigos", agrega Ricardo.
La última década del siglo pasado alumbró en la residencia presidencial el inicio de frivolidades en el más alto nivel político del país. Gran debate nacional se produjo con la escandalosa expulsión de Olivos de Zulema Yoma, la esposa del presidente Menem; los problemas conyugales que se repetirían años más tarde con el matrimonio Kirchner cuando, por ejemplo y según testigos, al perder las elecciones de medio término de 2009, la discusión llegó a hacer volar platos por el aire dentro de la casa en medio de amagues de renuncia al gobierno por parte de Cristina Fernandez. Difícil de olvidar es la pose de Menem con la flamante Ferrari roja que le habían regalado, con los Rolling Stones o jugando al tenis con George Bush padre. O decorando la casa con impronta árabe, armando su propio link de golf y con un zoo cuyos animales serían expulsados años después por la propia Cristina, al asustarse con un guanaco.
La crisis de 2001-2002 tuvo epicentro en Olivos. Tras grabar su mensaje al país anunciando el Estado de sitio, Fernando De la Rúa regresó a la residencia para verlo por televisión y, a los pocos minutos, lo sorprendió escuchar la fuerza de los primeros cacerolazos sobre la avenida Maipú. "Inés Pertiné se llevó hasta las toallas", dicen que dijo Chiche Duhalde al llegar por primera vez con su esposo como presidente de la emergencia. El exgobernador de Buenos Aires retomó la costumbre de Menem de mezclar partidos de fútbol con política, costumbre que había inaugurado mucho antes el hijo del general Roberto Viola, en 1981, y continuaron después todos los mandatarios peronistas, y ahora Macri.
Soledad Vallejos es autora del libro Olivos. Historia secreta de la quinta presidencial, una investigación plagada de hechos históricos, anécdotas y leyendas ocurridas en la quinta de Olivos. "Es un espacio más denso de lo que vemos. Todavía se lo subestima, no se lo valora debidamente en términos históricos y patrimoniales. No tiene la misma categoría de Estado como la Plaza de Mayo, la Casa Rosada y el Cabildo. Sin embargo, es testigo clave de nuestro pasado, habla mucho de nosotros como sociedad", cuenta ella.
¿Y el misterioso túnel? Lo conocí. Existe, pasa solo un auto. Es oscuro. Se entra por ahí para que nadie se entere. Algo así como el ingreso a la baticueva.