Rosas, lavandas, caléndulas y orquídeas de colección atrajeron a quienes aman los espacios rodeados de verde, entre ellos Pablo Neruda, María Teresa León o Raúl González Tuñón
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A principios del siglo XX Don Elías y Nelly dejaron atrás su querida ciudad de Macerata, en Italia, rumbo a lo desconocido: Buenos Aires los esperaba con los brazos abiertos. Tras el largo viaje se instalaron en Villa Ortúzar, que por aquel entonces estaba repleto de quintas, y a fuerza de sudor y lágrimas comenzaron a progresar. Al tiempo, compraron una pequeña parcela de tierra en la calle Donado 1654 y allí construyeron su sueño: una casona familiar con techos altos, pisos de calcáreos y un amplio patio con plantas, árboles, flores y frutos. “Este año cumple un siglo de historia en el barrio.
Ha sido desde sus orígenes una casa de plantas, donde los canteros y las habitaciones se dispusieron de manera ecuánime. Además, siempre fue lugar de encuentro. Mi abuela Fedora nos contaba anécdotas de las tertulias que se armaban. Aquí venían poetas, escritores y cantantes a pasar la tarde en la biblioteca: desde Pablo Neruda, Rafael Alberti, María Teresa León, Nicolás Guillén hasta Raúl González Tuñón”, relata Daniel Ridolfi, bisnieto de los fundadores, mientras recorre “La Casa Vivero” con un jardín tropical repleto de suculentas, bromelias y diversidad de especies exóticas. Dani junto a sus hermanos, Leo y Guille, mantienen más vivo que nunca este verdadero “oasis oculto” en medio de la ciudad.
Una familia apasionada por las rosas, lavandas y caléndulas
Su padre Don Roberto Victor Ridolfi fue quien les transmitió la pasión por la flora. Él se crió en la casona rodeada de rosas, lavandas y caléndulas, entre otras. Desde temprana edad le apasionó sembrar semillas, realizar almácigos y cultivar especies autóctonas. A los veinte años comenzó a fascinarse con el mundo de las orquídeas. Era un ávido lector de botánica y estudió diversos idiomas, entre ellos inglés, francés y alemán. Además, tenía un gran ojo artístico para la fotografía. Incluso se dedicó varios años a realizar publicidades y catálogos. “En el local de al lado tenía su pequeño taller con cámaras y flashes.
Era tan talentoso que lo convocaron varios de los productores de orquídeas del país para testimoniar sus especias. Sin imaginarlo, allí encontró su verdadera pasión”, relata Daniel, mientras muestra las obras de arte de su padre con pétalos rosados, blancos, amarillos y púrpuras. Sobre la mesa se encuentran dos libros que son una verdadera enciclopedia de la botánica: “Exotic Plant Manual” y “Tropica”.
El invernáculo de orquídeas de colección de Don Ridolfi
Tiempo después en la década del 60 Don Ridolfi armó su propio invernáculo de orquídeas en el fondo de su hogar. Todos los fines de semana se reunía con expertos para compartir conocimientos acerca de su cultivo. Allí, se exponían y producían, en pequeña escala, orquídeas de colección: llegó a tener más de 800. Participó en exposiciones, brindó charlas y ganó varios premios. Y en 1999 donó su preciada colección al Jardín Botánico de Buenos Aires.
“Era una suerte de naturalista autodidacta. La botánica siempre fue su lugar de estudio, búsqueda y explotación”, afirma su hijo y cuenta que luego se interesó por las plantas tropicales exóticas de regiones húmedas y secas.
Con el boca a boca, la casa comenzó a ser visitada por coleccionistas, cultivadores y aficionados de la botánica de todas partes del mundo. Todos iban en busca de plantas novedosas y exóticas. A partir del año 2000 Ridolfi se entusiasmó con el cultivo de bromelias y plantas suculentas. Desde aquella época abastece a importantes viveros de la ciudad de Buenos Aires. “Traíamos semillas de afuera y las cultivamos de cero. Marcó tendencia con las suculentas incluso varios años antes de que se pusieran de moda”, considera.
Desde muy pequeño Daniel junto a sus hermanos jugaban a la pelota y se divertían en la pileta Pelopincho del patio. Se desvivían por el aroma a la planta de cafeto y con tan solo observar las altas palmeras se sentían en el medio de la selva.
En Otoño, cuando las hojas comenzaban a caerse de los árboles ayudaban pacientemente a su padre a recogerlas. Luego los jovencitos comenzaron a interiorizarse cada vez más: preparaban los sustratos e incluso aprendieron a trasplantar plantas. “Hemos nacido con esta partitura, los tres nos criamos acá. Sentimos que ya es parte de nosotros. Papá nos enseñó a cuidar y valorar la naturaleza y sus tiempos. Cada vez que lo acompañábamos a un viaje visitábamos los jardines botánicos para ver cómo se desarrollan los cultivos de otras regiones. Nos sentíamos exploradores”, relata Daniel, quien estudió artes escénicas.
Emocionado, comienza a recordar varias anécdotas de su infancia: “Nos escondíamos detrás de las antiguas cortinas de tul que caían de las puertas altas de los dormitorios. Y desde allí como niños fantasmas observábamos a los visitantes, buscadores de plantas exóticas de sitios inusuales, saludar a nuestro padre y decirle: “al fin lo encontramos señor Ridolfi”.
La tarea de los coleccionistas no era fácil, era un trabajo de exploradores, de rastros, de huellas que conducían a casas particulares donde la naturaleza expresaba sus maravillosos enigmas. Nosotros los fantasmitas avanzábamos de habitación en habitación, lindantes todas con el jardín y escuchábamos a los visitantes y sus preguntas. Y al gran fantasma y algunos de sus secretos”, rememora. Con el tiempo, se les despertó cada vez más el bichito de la curiosidad.
El 2020 fue un año de cambios
La centenaria casona se reformó y abrió al público con un patio totalmente renovado y varias novedades: desde charlas hasta talleres. “Queríamos que la casa vuelva a ser un lugar de encuentro junto a las plantas en sintonía y en diálogo”, cuentan. Todo parecía ir viento en popa hasta que llegó la inesperada pandemia y un mes más tarde, Roberto, el alma mater, falleció a sus 77 años dejando un vacío inmenso.
“Fueron meses muy difíciles para la familia, pero estábamos convencidos de que había que tirar para adelante, como él nos había enseñado. Creo que la decisión no fue solamente de nosotros sino también de las plantas. Porque si hay algo que creció en todo este tiempo y desde que somos niños fueron ellas”, considera.
En tanto, reconoce que durante la pandemia han crecido enormemente las consultas en el vivero sobre el armado de espacios verdes en hogares y comercios y el cuidado de las plantas de interior y exterior. “En los últimos años hemos diseñado un montón de terrazas, balcones, patios y jardines. Es impresionante la cantidad de gente que se interesó en el tema. Creo que empezamos a valorar cada vez más el verde y la naturaleza. Esto es algo muy positivo”, opina. Y destaca a las plantas aéreas como otra de las nuevas tendencias. “Son muy bellas, tienen un valor ornamental extraordinario. En Europa, Estados Unidos y Asia las han incorporado en la arquitectura moderna y el paisajismo”, agrega, mientras que señala algunos de sus ejemplares: desde la Tillandsia Duratti hasta la seleriana.
El café propio
En el centro del patio se encuentra la planta de cafeto repleta de frutos: unas bellas bayas, que pronto estarán rojas. “Como la casa, también tiene una gran historia. En noviembre y diciembre lo cosechamos y luego tostamos nuestro propio café. Es ya parte de nuestro ritual familiar”, adelanta Dani.
Su madre, Graciela Campagnolo, de 67 años, se encarga artesanalmente del despulpado, lavado y secado de los granos. Luego, lo tuestan en una sartén de hierro con una espátula de madera. “Se mezclan constantemente para que se tuesten homogéneamente. Nuestro café tiene un tostado medio”, explica Leo. El próximo mes también organizarán varios talleres especiales. Entre ellos, el 12 de noviembre se dictará uno sobre “Jardines para atraer mariposas y polinizadores” y el 19 uno de “Poesía y herbario” dedicado exclusivamente a los niños.
“Sentimos que hay algo que trasciende en esta casona. Es un legado que compartimos con mis hermanos desde muy pequeños. Nunca se nos pasó por la cabeza la idea de no continuar”, remata Daniel, emocionado, mientras acaricia a la gata Pepi. A su lado, se encuentra una imponente Araucaria, que le da sombra y protege al cafeto y las palmeras.
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