“Era necesario que se supiese”, dice Edmond Réveil, veterano combatiente que fue testigo del fusilamiento de prisioneros en el centro de Francia al final de la II Guerra Mundial
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El secreto quedó guardado durante casi 80 años. Nadie contaba nada. No era para estar orgulloso, mejor olvidarlo. Quienes participaron o asistieron a la ejecución de 47 soldados alemanes desarmados, al final de la II Guerra Mundial en el Macizo Central francés, callaron durante todas sus vidas, algunos ni lo contaron a sus esposas ni a sus hijos. Era motivo de vergüenza.
¿Vergüenza? “Un poco, pero así es la vida”, dice Edmond Réveil en el salón del primer piso de su casita con jardín en Meymac, un pueblo de 2.500 habitantes en la región rural y montañosa en la Francia interior. A sus 98 años, Réveil recibe a los visitantes de pie, sube y baja escaleras, mantiene un físico envidiable. Y preserva la memoria de aquellos días.
Réveil se encontraba ahí, el 12 de junio de 1944, cuando el grupo de la Resistencia comunista al que pertenecía fusiló a los 47 soldados alemanes que habían capturado cinco días antes en Tulle, la capital del departamento de Corrèze, y a una francesa acusada de colaboracionismo. Él rondaba los 19 años. Era agente de enlace en la Resistencia y ha explicado que él no participó en el fusilamiento.
Ahora ha decidido hablar. Y ha iluminado un aspecto de aquella guerra, de todas las guerras: los héroes, a veces, también pueden cometer atrocidades.
“Era necesario que se supiese”, dice Réveil a EL PAÍS unos días después de que, en una entrevista con el diario local La Vie Corrèzienne, diese a conocer al mundo este episodio desconocido de la guerra en Corrèze. “Nos daba vergüenza”, declaró al diario local. “Sabíamos que no debíamos matar prisioneros, aunque no estábamos sometidos al Convenio de Ginebra, pues los alemanes no nos consideraban soldados”.
Meymac es lo más parecido a la imagen que un extranjero puede hacerse de la Francia más pintoresca. La iglesia y la torre medieval, el Ayuntamiento con el liberté, égalité, fraternité en el frontispicio, y un restaurante, Chez Françoise, que era el favorito de Jacques Chirac, un presidente que tenía su feudo electoral en Corrèze.
Al salir del pueblo, la carretera desfila entre bosques y pasa por debajo del viaducto en el que, a principios de 1944, los guerrilleros hicieron descarrilar un tren que transportaba armamento alemán. La historia, sus gestas y sus dramas, se esconde detrás de cada curva. Otra carretera se enfila por un paisaje de verdes colinas y granjas: en algún lugar, cerca de la aldea de Le Vert, yacen los restos de los soldados alemanes.
¿Dónde está la fosa? ¿Se puede visitar? “Pues no”, sonríe el alcalde de Meymac, Philippe Brugère. “Sabemos dónde se sitúa con un margen de error de unos centenares de metros, pero no podemos decir más, porque ya sabemos que hay saqueadores de tumbas que esperan a saberlo para venir. Se ha visto a personas con detectores de metales...”.
En 2019, Réveil lo explicó por primera vez en una reunión de la Asamblea Nacional de Antiguos Combatientes y, unos meses después, en septiembre de 2020, el alcalde Brugère y un grupo de conciudadanos grabaron su testimonio. Pero no lo ha revelado en público hasta ahora.
“Algunas personas lo sabían, pero era como los secretos de familia, que no se cuentan”, dice el alcalde en una mesa de la librería-café de Meymac, en la plaza de la Iglesia. ¿Por qué ha hablado Edmond Réveil? “Porque envejece, porque sabe que no es eterno y porque antes de marcharse deseaba aliviar su conciencia y, sobre todo, conseguir que estos soldados dispongan de un lugar de memoria, que las familias sepan que sus parientes estuvieron enterrados aquí.”
Robert Gildea, profesor en Oxford y autor de Combatientes en la sombra. una nueva historia de la Resistencia francesa (Taurus, 2015), aclara al teléfono el contexto de aquel episodio: “El periodo entre el desembarco en Normandía, el 6 de junio de 1944, y la liberación de París, a finales de agosto, fue muy volátil en Francia”.
Represión feroz
Gildea explica que, en aquellas semanas, muchos grupos de la Resistencia que hasta entonces se habían escondido en bosques y montañas en Francia, salieron de sus escondites para atacar a los ocupantes alemanes. La represión, añade el historiador, fue feroz. Por cada alemán muerto, si los ocupantes no hallaban al sospechoso, desataban la represión contra la población.
El contexto es fundamental para entender las ejecuciones en Meymac. Dos días antes, la división Das Reich de las Waffen-SS había perpetrado una de las peores matanzas de civiles de la guerra, asesinando 643 vecinos en Oradour-sur-Glane, a poco más de una hora por carretera de Meymac. Los nazis también acababan de ahorcar a 99 hombres en las calles de Tulle.
Unos días antes, un grupo de la Resistencia había asaltado la Escuela Normal de Chicas en Tulle, que servía de cuartel para la Wehrmacht, el ejército alemán, y había hecho decenas de prisioneros. Se los llevaron al monte, en dirección a Meymac. Pero había un problema. ¿Qué hacer con ellos? ¿Cómo alimentarlos? ¿Cómo evitar que se escapasen y desvelasen la ubicación de la guerrilla?
“Cada vez que iban a mear, había que acompañarlos”, cuenta Edmond Réveil en la grabación de 2020. “No queríamos matarlos, pero tampoco podíamos quedarnos con ellos: había que buscar una solución”.
Alguien dio la orden de matarlos y el jefe del grupo, que respondía por el apodo de Aníbal y, al ser alsaciano, dominaba el alemán, “habló con cada uno”, recuerda Réveil. Continúa: “Lloró como un niño. No es divertido fusilar a alguien”. Dice más tarde: “A la mujer francesa nadie quería matarla. Lo echaron a suertes”. Y añade: “Ellos mismos cavaron los agujeros”.
“Es obvio que matar civiles desarmados estaba en contra de las leyes de la guerra”, dice el historiador Gildea. “Pero también es verdad que lo que los alemanes estaban haciendo con las represalias colectivas también estaba en contra de las leyes de la guerra”.
Recuerda Gildea que, aunque la ejecución de los prisioneros en Meymac pueda resultar chocante, en Francia miles de colaboracionistas fueron fusilados al final de la guerra y las mujeres sospechosas de haber mantenido relaciones con el ocupante sufrieron represalias humillantes con el rapado a cero en la vía pública.
En referencia a las revelaciones de Edmond Réveil, el autor de Combatientes en la sombra afirma: “Si se tiene una manera de mirar el mundo en la que todos los resistentes eran héroes y todos los alemanes, nazis y bárbaros, este es el tipo de historia que no encaja y es chocante, y la gente no sabe qué hacer con ella”.
En unas semanas, a finales de junio, empezarán las tareas para localizar la fosa común con un radar. Si se encuentra, se podrán recuperar los restos e identificarlos. Si las familias los reclaman, serán repatriados a Alemania para ser enterrados con dignidad.
“Espero que podamos encontrarlos, pero no estamos seguros”, dice Xavier Kompa, director en Corrèze de la Oficina Nacional de Antiguos Combatientes y Víctimas de la Guerra, que prepara los trabajos de localización y exhumación con el Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge, la asociación alemana encargada de las sepulturas de los caídos en los campos de batalla en el extranjero. “No saber es terrible para una familia”, añade Kompa, cuyo tío, resistente en Lorena, desapareció a manos de las SS. “Yo me pongo en el lugar de las familias alemanas, que querrían tener noticias de sus antepasados”.
En el salón de su casa en Meymac, Edmond Réveil cuenta que, después de la Resistencia, se integró en el Primer Ejército del general De Lattre de Tassigny, que participó en la liberación de Francia, y llegó hasta la ciudad alemana de Stuttgart. Fue ferroviario de profesión, y explica con orgullo que en los años setenta ocupó el cargo de subjefe de la estación de Austerlitz en París, donde llegaban los trenes de España.
Pero hay un recuerdo del maquis que no ha olvidado: el de los republicanos españoles que en 1939 se exiliaron en Francia, guerrilleros que llegaban con experiencia en el campo de batalla y que se unieron a la Resistencia. “Contra los alemanes”, dice, “eran formidables”.
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