Se disfruta de a grupos reducidos y curiosos, pero el boca a boca aumenta la demanda para saber qué hay detrás del frente de esa casa que de afuera “no dice nada”.
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CORDOBA.- Por fuera, el frente de la casa no dice nada. Por dentro, en determinadas noches, se convierte en un “palacio” de la India. Tiene los olores, los sabores, los colores que permiten hacer un viaje a miles de kilómetros sin salir de Córdoba. El anfitrión es Luis Libretti, un licenciado en pintura y docente de artes plásticas, recibido en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), que estudió escenografía en el Teatro Colón.
Hasta hace nueve años dedicaba su vida a las exposiciones, la producción de moda y a la ambientación de restaurantes y discotecas de Córdoba. “Era el ‘raro’ porque hacía cosas diferentes, siempre busqué involucrar al espectador a través de todos los sentidos. No todos tiene la misma percepción”, cuenta Libretti a LA NACION.
Enfatiza que la India, en ese aspecto, “activa todos los sentidos”. Refiere que el país tiene la “dualidad” entre lo ostentoso de los palacios y la pobreza extrema de gran parte de la población. Libretti se sintió siempre atraído por ese país, desde que empezó a estudiar arte.
“Tiene una fusión entre el estilo turco y árabe y el oriental, de Japón y China -repasa-. Lo recargado siempre me gustó y la India representa esa línea”.
En sus viajes frecuentes a Nueva York, Libretti frecuentaba un restaurante indio del que terminó haciéndose amigo de los mozos, del cocinero y del dueño. “Me dejaban entrar a la cocina, me regalaban especias y empecé a tomarle el gusto a cocinar”, cuenta. En Córdoba, estudió cocina internacional y, al poco tiempo, viajó al norte de India.
Ranjit, su guía local, lo llevó a recorrer puestos de comidas callejera, restaurantes que él mismo había buscado en guías e incluso a algunas fiestas. En medio de esa recorrida también comió y aprendió algunas recetas en la casa familiar de Ranjit: “Es la comida genuina, la que se hace a diario. Su mamá me enseñó y me invitó con un plato que preparan para agasajar, el malai”.
A la vuelta del viaje, “eufórico” por la India decidió festejar su cumpleaños con esos sabores, olores y colores. Ambientó su casa y sedujo tanto a sus amigos, que nueve le pidieron que les hiciera fiestas similares. “Los que venían a las reuniones después me llamaban para que organizara otras similares y así empezaron a extenderse las experiencias indias”, repasa.
En medio de esa vorágine le detectaron un tumor en el cerebro, debió someterse a una cirugía y le quedaron algunas limitaciones físicas. “A los pocos meses no podía estar más quieto y decidí que algo tenía que hacer; así nació la idea de un restaurante en mi casa pero que fuera más que comida, que fuera una invitación a pasar una noche en la India”, resume.
La dirección es una incógnita hasta cuando se confirma la reserva. El grupo mínimo es de seis personas y, el máximo, de diez. Además de comer -cuatro entradas, dos platos principales y dos postres- se hacen algunos rituales básicos, como las tradicionales ofrendas a Buda.
“Solo cocino menos picante porque, las primeras veces, la gente no lo toleraba”
Libretti elige para cocinar los platos típicos. Samosas (especies de empanadas rellenas de vegetales); palak paneer (crema de espinaca con un queso similar al feta); tikka (pollo marinado con yogurth y especias); raita (de pepinos o zanahorias con yogurth natural); dal de lentejas; panes de idlis (al vapor de harina de arroz y harina de lentejas) y malai (pollo con leche de coco, ananá y especias).
Después de la cena, para los postres, Libretti elige algunas versiones más livianas que las tradicionales de India. Por ejemplo, crema de maracuyá con compota de mango y coco en escamas o frutas de estación horneadas, con almíbar de rosas y mascarpone de jengibre. El menú incluye una botella de vino y dos jarras de limonada con jengibre cada seis personas.
“Solo cocino menos picante porque, las primeras veces, la gente no lo toleraba y dejaba mucha comida, lo que es una pena”, advierte. Sirve en vajilla traída de India y en otra realizada por él mismo.
Subraya que los rituales que hace entre medio de las comidas, son simples y tradicionales, como la “limpieza de los cuatro elementos” que se hace antes de comer; el de pedir deseos al Buda, entregándoles flores y dulces y el de Diwali (que, en el calendario hindú, es el festival de las luces). “No es una cena, es una experiencia. Es jugar con los sentidos, escarparse por unas horas a la India”, grafica.
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