Una siesta de esas sofocantes de verano en Rosario, Miguel y Carlos Avalle salieron a buscar locación para concretar el proyecto del restaurante propio, al estilo de los que tanto disfrutaban cuando eran chicos y salían a comer en familia. Miguel trabajaba en la producción de espectáculos culturales, y Carlos, después de una larga temporada en el Bistró Galani (en el primer Park Hyatt de Buenos Aires), había partido a Europa para continuar con su formación de cocinero. La búsqueda los llevó ese día hasta Las Malvinas, un antiguo barrio obrero ubicado al norte de Rosario, cerca de 32 manzanas atravesadas por la actividad portuaria y la ex refinería fundada en 1889 por el empresario Ernesto Tornquist. Ahí se procesaba todo el azúcar que llegaba en tren desde los ingenios tucumanos, y que luego salía en barco para su exportación.
Era el escenario ideal, pensaron. Calles anchas y arboladas, pocos comercios, un vecindario tranquilo (aunque a principios del siglo XX supo albergar cerca de sesenta bares y fondas, de las que solo una queda en pie), a cinco minutos del casco céntrico y a metros de ese conjunto de edificios que son testimonio de episodios fundamentales de la historia, como una de las primeras huelgas de la Argentina. Doblando por Rawson y Pasaje Don Orione los hermanos dieron con las ruinas de una casita que, según los cronistas barriales, podría ser la más vieja de Refinería, tal como rebautizaron los vecinos a este rincón detenido en el tiempo.
Un encuentro y el amor
Había que ponerle mucho dinero encima al hallazgo, y ni siquiera tenían ahorros para comprar la casa. Pero fue amor a primera vista. "En Rosario casi todas las edificaciones urbanas son en ochava. Esta es una de las contadas excepciones. La encontramos en 2003, pero pasaron dos años hasta que juntamos plata para comprarla. Pedimos prestado a los amigos, a parientes, al banco. Nos endeudamos.
Recién en 2006 empezamos la obra, y tuvimos que parar varias veces por falta de presupuesto. Inauguramos a fines de 2008" recuerda Miguel. Junto a un tercer socio, conducen hoy una de las mejores propuestas gastronómicas de la mesa argentina, al decir de críticos y parroquianos fanáticos de las brasas, porque el hit de la carta son las carnes. "Apenas salimos a dar vueltas en el auto nos cruzamos con Roberto Batalla, veterano en la zona. Le preguntamos si sabía de alguna propiedad en venta y nos dijo que si… ¡la suya! No era cierto, pero desde entonces somos grandes amigos. Este es una de los sectores que más creció en la última década. De hecho, su terreno pronto perderá el sol porque en el fondo le están levantando dos nuevos edificios" dice, señalando el lugar en cuestión.
Palermo rosarino
Una cuidadosa recuperación de lo poco que quedaba permite apreciar los rasgos originales de la casa, según los anfitriones, una modesta construcción de estilo rural o colonial portugués, con las ventanas de dintel bajo en la fachada, rejas, paredes de ladrillo grueso, techos con vigas y una planta horizontal a la que se sumó la galería exterior y un salón arriba para completar 170 cubiertos.
En sintonía con la época y el entorno urbano, el interior del salón recrea el lujo austero de aquellas viviendas bajas de principios de siglo pasado.
Pioneros sin querer, el paisaje empezó a cambiar desde la apertura del restaurante Refinería. Al poco tiempo toda el área costera devino, más que en un mini Puerto Madero, en un paseo que bien podría estar inspirado en el Southwark de Londres. Las edificaciones abandonadas se convirtieron en hotel cinco estrellas (en las alturas de los silos, con vistas espectaculares al Paraná), plazas secas y oficinas y residencias premium diseñadas por famosos estudios de arquitectura.
Barrio adentro, donde todavía se conservan algunas casitas de estilo inglés que la empresa ferroviaria había mandado a construir para su personal jerárquico, avanzan emprendimientos con aires "palermitanos", con lo malo y lo bueno de la versión porteña: en el edificio de la ex Manufactura algodonera está a punto de estrenar un gran condominio de viviendas con locales comerciales en planta baja; y al frente abrió Galpón 520, de las decoradoras de eventos Verónica Ambroggio y Camila Chiavarino.
En una ochava de 1922, donde antes había funcionado el almacén Monforte, inauguró La dama de la tertulia, una encantadora casa de té que ofrece un servicio con pastelería casera más lectura de tarot, charlas temáticas con personajes invitados y encuentros para madres e hijas, todo en un coqueto ambiente decorado con vajilla y adornos vintage.
Sobre el Pasaje Corvalán, una casa chorizo recién reciclada acaba de mutar en galería y residencia para artistas de la mano de Gabriela Gabelich, inquieta curadora que decidió huir del centro y apostar a la tranquilidad de estas cuadras, enmarcadas por el Ría Paraná y las vías del ferrocarril.
Mas allá, Valeria Saavedra se animó a poner una destilería donde elabora gin con botánicos del litoral y bautizado en honor a Rita La Salvaje, una famosa vedette rosarina. El circuito se completa con una compraventa de muebles, una escuela de arte para chicos, un taller de ropa infantil del artista Manuel Brandazzo (colaborador de Mariana Tallería, elegida para representar al país en la próxima Bienal de Venecia) y abundante arte mural callejero con impronta futbolera.
La mirada de Berni
El punto emotivo del recorrido, que se recomienda hacer por la tarde (los locales abren en ese horario) asoma al final de la calle Gorriti, camino al río. Es imposible no asociar esa postal al cuadro de Antonio Berni, ya que podría inspirarse en el conflicto sucedido en 1901, cuando miles de trabajadores se movilizaron en una protesta por el cierre de la refinería. Entonces, en un confuso episodio policial, fue asesinado Cosme Budislavich, un joven inmigrante austríaco hoy considerado la primera víctima fatal de la represión contra el movimiento obrero argentino. Detrás de los rostros desahuciados que protagonizan Manifestación,se advierte a lo lejos la silueta de ladrillos rojos, aunque es probable que solo se trate de una abstracción, la similitud asombra.
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