Un recorrido por la casa franco-latina de Pablo Reinoso
El artista argentino renovó totalmente el restaurante de la Maison de América latina, el refugio parisiense de la cultura latinoamericana
PARÍS.- Renovado y reabierto recientemente, el restaurante parisiense de la Maison de l'Amérique Latine, la casa sobre el bulevar Saint Germain, es una ocasión para descubrir al artista argentino Pablo Reinoso en una faceta pocas veces vista: la de director artístico total. Desde el color de las paredes hasta los cuchillos, todo en este rincón parisiense de la cultura latinoamericana que este año cumplió 70 años fue elegido por el creador de los bancos spaghetti.
"La particularidad de esta obra es que estuve muy en el detalle y eso nunca me había pasado. ¡Elegí hasta los platos! Lo que le da una armonía general al proyecto", explica Reinoso en diálogo con LA NACION.
Fundada en 1946 bajo la iniciativa del general De Gaulle para incentivar y desarrollar las relaciones culturales y diplomáticas entre Francia y América latina, esta casona que homenajeó al escritor cubano Alejo Carpentier recibió a Octavio Paz y suele ser sede de las conferencias de Mario Vargas Llosa en París. Además de exponer constantemente a artistas de ese continente, parece haber avanzado 20 años, con un lenguaje acorde a esta época.
Declarada patrimonio nacional, el espacio ocupa dos mansiones contiguas (el hotel de Varengeville, construido en 1704, y el hotel Amelot de Gournay, de 1712) y aquí se organizan también coloquios y recepciones de embajadores, además del alquiler de las salas para casamientos y fiestas culturales.
Con el paso de Reinoso, el resultado son salones cálidos con un juego de colores y materias que hacen referencia al arte cinético, y la creación de Soleil Saint-Germain, una instalación de madera que parece irradiar el centro del restaurante y distribuye la actividad solar al resto de las salas. "Me hace pensar en el pelo parado y frisado que le hubiera quedado al personaje de Manolito, el de Mafalda, si ponía los dedos en el enchufe."
La composición cromática de los espacios se disfruta particularmente en días grises, que suelen ser mayoría en París.
El escultor también mejoró la circulación de la cocina y, en los jardines, instaló su obra Talking Bench, un banco con rulos que se ve desde los ventanales del restaurante y desde el cual se contempla el hotel de Varengeville. Dos espejos grandes hacen que los jardines penetren dentro de estas salas.
Los empleados del lugar cuentan que están muy contentos. Mientras sirven caldos de castañas, cromesqui de caracoles, cordero cocinado durante siete horas, huevos orgánicos con panceta grillada, rescaza con alcaucil, soufflé de chocolate, helado de nuez de marfil y praliné de pistacho a las mesas de brasileños, franceses o de comensales que hablan en inglés, dicen que se sienten más a gusto en medio de estos salones contemporáneos.
La idea era preservar la identidad del lugar: un edificio muy francés que durante 70 años alberga todo lo que tiene que ver con América latina. "Cuando me dijeron eso, enseguida pensé que había que asociarlo con una corriente que fuera identificativa de ambos, y se me ocurrió la corriente modernista de la arquitectura, porque fue europea, pero se plasmó en América latina de muchas maneras, como con el Teatro San Martín o en Brasilia, y en general para algo público", explica Reinoso. Cuando presentó el proyecto hubo unanimidad de los dos clientes que le encomendaron el desafío: el restaurante que tiene a cargo la explotación del lugar y la asociación que alquila la Maison.
Ese modernismo le permitió darle el look a los muebles, con sillas contemporáneas, sin perder el rasgo de restaurante francés y de bistro antiguo. En el restaurante, uno se siente en un lugar muy contemporáneo y, a la vez, muy francés, un equilibrio no tan fácil de lograr si se piensa que lo más conocido del universo francés en época de mansiones es el recurso de lo recargado.
"En la Maison me explicaron que éste era un lugar de color, porque a América latina se la recuerda como un lugar colorido. Pero si me empezaba a meter colorinche la iba a embarrar. Así surgió la idea del degradé, un guiño a cómo trataban el color los artistas cinéticos, movimiento que surgió en Francia, pero cuyos mejores exponentes fueron latinoamericanos. Usé colores calmos y no estridentes por el tono de luz que hay en esos salones. Y la paleta viene de la tierra, de la vegetación", añade Reinoso.
Así, desde la instalación solar sale una gama de grises que se va oscureciendo, hasta llegar a un gris sin azul. Los siguientes salones, pintados en diferentes zonas, dan lugar al óxido, azul noche, ciruela, anaranjado y verde pálido. Todos colores que se encuentran en las hojas del jardín cuando empieza el otoño.
Para destacar, además, el impactante luminario de techo creado por un diseñador en 1966 y redescubierto recientemente por Pablo a través de una compañía francesa, al que se agregan lámparas individuales y pies diseñados por el argentino. "Todo lo hice o lo elegí. Todo pasó entre mis manos", comenta Reinoso. No exagera: se ocupó hasta de los cuchillos. Quería unos de asado, bien potentes, de madera y acero, pero no le dio el tiempo para fabricarlos, así que optó por unos franceses.
"La dificultad de estos edificios históricos declarados patrimonio es que hay cosas que se pueden hacer y otras que no se pueden tocar, y las informaciones a veces son contradictorias. Pero también fue un desafío lindísimo. Yo llego ahí y me siento en casa porque mi gusto está metido en todos lados y también porque sé dónde está cada cosa." Salvo por el menú, una creación exclusiva del chef Thierry Vaissière, que pasó por Lucas Carton y La Tour d'Argent. Sin dudas, la Maison de Reinoso es una nueva huella que el artista argentino imprime en París.
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