Los sumergibles alemanes hacían estragos en la flota inglesa en el Atlántico Norte; para combatir esa amenaza era necesario tener naves donde repostar la aviación, pero el acero para construirlas era escaso; entonces, un inventor londinense tuvo una idea muy particular
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Corrían los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. En el Atlántico Norte, Gran Bretaña sufría los constantes ataques de los submarinos del enemigo alemán, los U-Boat, que hundían con letal eficacia tanto los barcos de la Marina Británica como aquellas naves de carga que llevaban suministros desde norteamérica hacia Europa. Para contrarrestar estas ofensivas de los sumergibles nazis, los aliados contaban con su aviación, que podía combatir la amenaza enemiga con cargas de profundidad.
Pero el problema era que en todo el tramo de las aguas del norte, infectadas por los submarinos nazis, en un lugar conocido por su peligrosidad como “pozo negro”, los aviones no tenían un lugar donde aterrizar. Y construir un portaaviones para ello se tornaba casi imposible por la escasez de acero, y la gran cantidad de este metal que era necesaria para construir una de estas naves.
Entonces, apareció una insólita solución. Parecerá una historia de ciencia ficción, pero fue real. Existió un proyecto, aprobado por el mismísimo primer ministro inglés, Winston Churchill, para construir, aprovechando las gélidas aguas de aquel escenario, un portaaviones de hielo. Es imposible hundir un iceberg y el hielo requiere mucho menos energía para su producción que el acero, fueron los argumentos que utilizó Geoffrey Pyke, el ideólogo de esta singular nave, para convencer a sus superiores. Y lo hizo. Así nació el proyecto Habbakuk.
No es solamente hielo, es Pykrete
Pyke era un científico e inventor londinense que trabajaba en tiempos de la Segunda Guerra para el Cuartel General de Operaciones Combinadas de Gran Bretaña, una oficina dirigida por el oficial de Marina Lord Louis Mountbatten. Este último, por su cargo, tenía una buena llegada a Churchill y, a su vez la creencia de que su empleado inventor era un verdadero genio. Por ello lo apoyó en su propuesta del shipberg (mezcla de barco e iceberg, en inglés), aunque sonara bastante descabellada.
La idea primaria respecto de esta invención era la de aislar un iceberg y nivelar su parte superior, para permitir el aterrizaje de los aviones. Además, pensaba en excavar en el hielo para “construir” los hangares para depositar los aviones. Pero pronto se dieron cuenta de que el hielo, pese a su dureza, era quebradizo, podía deformarse ante la presión. Entonces, dos científicos del Instituto Politécnico de Brooklyn, que trabajaban para Pyke, comenzaron a buscar alguna manera de optimizar ese voluble material.
Todo esto era a comienzos de 1942, la guerra avanzaba y se necesitaba celeridad. Pero pronto apareció la solución. Pyke y sus investigadores se dieron cuenta de que podían construir un material sólido mezclando agua y aserrín de pulpa de madera. Con un 86 por ciento del líquido elemento y un 14 por ciento de viruta se lograba un elemento 14 veces más resistente que el hielo. El novedoso y aparentemente infalible material que serviría para hacer el portaaviones fue llamado Pykrete, un nombre que era el resultado de la mezcla del apellido Pyke, en honor al científico, con concrete (hormigón).
Un proyecto grandilocuente
El proyecto de la nave de hielo, que se mantuvo en el más absoluto secreto, se bautizó Habakkuk, una referencia a un profeta bíblico, Habacuc y, especialmente a uno de los versículos que aparecen en su libro, en el Antiguo Testamento: “Miren a las naciones, y vean, y quedarán asombrados y estupefactos, porque está por cumplirse una obra que, aun cuando se la contaran no la creerían”.
Todo sería grandilocuente cuando finalizara este barco. La idea era hacer una embarcación de 600 metros de largo, 90 metros de ancho y 45 metros de altura -mucho más enorme que cualquier otro portaaviones-, con un peso aproximado de dos millones de toneladas. La embarcación tendría capacidad para recibir 300 aviones (150 cazas y 150 bombarderos medios y pesados) con cuatro hangares internos, excavados en el Pykrete.
Para probar las reales posibilidades de llevar adelante una empresa de este tipo se decidió a construir un modelo a escala. Una prueba que se realizó fuera del escenario del conflicto, pero en un lugar con un clima similar al que podría encontrarse en el Atlántico Norte. Para ello se eligió Canadá. Allí, en el Lago Patricia, estado de Alberta, un grupo de objetores de conciencia al mando de Jack Mackenzie, presidente del Consejo Nacional de Investigación de Canadá, desarrollaron un prototipo de 18 metros por 9 metros del portaaviones hecho con Pykrete, que ocultaron bajo lo que parecía un depósito de botes.
Para llevar adelante este prototipo trabajaron con grandes bloques del nuevo material. Pero también descubrieron en el proceso de construcción que, para que el hielo con la pulpa de madera no se deformara necesitaba conservarse a una temperatura de 16 grados bajo cero. Entonces debieron añadir al modelo, para refrigerarlo, un motor que enviaba frío a través de un sofisticado sistema de tuberías que circulaba por las paredes de la embarcación. Más allá de estas dificultades, el modelo a escala funcionó y se mantuvo a flote sin inconvenientes.
Una demostración a los tiros
Al mismo tiempo que se realizaba este portaaviones piloto, para terminar de convencer a los altos mandos británicos y también a los de los Estados Unidos y Canadá de que el material del Habbakuk era realmente el mejor sustituto del acero, Lord Mounbatten se presentó para hacer una inobjetable demostración en la Conferencia de Quebec del año 1943. Allí estaban reunidos, de modo secreto, los primeros ministros del Reino Unido y Canadá junto al presidente estadounidense.
En esa ocasión, delante de los almirantes y generales que acompañaban a Churchill, a Franklin D. Roosevelt y al anfitrión, Lyon Mackenzie King, el oficial de marina inglés destapó dos bloques aparentemente similares pero distintos. El primero, era puramente de hielo. El segundo, de Pykrete.
De acuerdo a lo que describe en sus memorias Alan Brooke, presidente del Comité de Jefes del Estado Mayor británico y presente en esa encuentro de Quebec, Mountbatten sacó su pistola reglamentaria y disparó directo al primer bloque, que estalló en pedazos. Acto seguido, el Lord anunció: “Ahora voy a disparar al otro bloque para mostrarles la diferencia”. Entonces, descerrajó un tiro y así describió Brooke lo que ocurrió: “La bala rebotó en el Pykrete y zumbó alrededor de nuestras piernas como una abeja enfurecida”.
Aunque casi termina con un militar o dirigente muerto o herido de un balazo, la gráfica demostración de Mountbatten fue bastante convincente. Pero no pudo evitar los inconvenientes que se avecinaban. A poco de ponerse en marcha el proyecto, y gracias a los resultados que arrojó el prototipo de Canadá, los hacedores de Habakkuk se dieron cuenta de que la empresa sería mucho más costosa en términos económicos de lo que parecía en un principio. De las 700.000 libras que habían calculado los diseñadores en un principio se pasó, a causa del acero que debía usarse en las tuberías y de materiales de aislamiento de corcho, a unos 2.500.000 libras.
Aparecen los problemas
Además, la pulpa de madera que se necesitaría para realizar el Pykrete era tanta cantidad que pondría en peligro de manera significativa la industria del papel británica. Otro de los inconvenientes que surgió fue que la construcción del Habakkuk demoraría más tiempo del que la guerra demandaba. Entre otras cosas, porque, según cuenta el investigador Alejandro Prine en su sitio sobre la Segunda Guerra Mundial, porque el Almirantazgo británico quería que la nave fuera a prueba de torpedos, lo que significaba que el casco tenía que tener al menos unos 12 metros de espesor.
Así las cosas, se sumaba otro problema importante, ya que se calculó que semejante mole, por su tremendo peso y tamaño, solamente podría alcanzar una velocidad máxima de unos 6 nudos (11 kilómetros por hora). Demasiado lento para este tipo de embarcaciones. Los especialistas no habían resuelto tampoco cómo ni dónde colocarían el timón de la nave, para que pudiera girar en el Atlántico. Pese al entusiasmo inicial y a la aparente genialidad de la idea, el final anticipado del portaaviones de hielo H.M.S. Habakkuk resultó decepcionante para todos.
“La Marina de los Estados Unidos finalmente decidió que Habakkuk era un falso profeta”, señaló, de manera lapidaria, un informe de la oficialidad naval estadounidense, cuando fue consultada acerca de la viabilidad de este proyecto. Es que, como un manotazo de ahogado, Lord Mountbatten había acudido a los norteamericanos para pedir financiación para el portaaviones. Pero no estuvo ni cerca de convencerlos.
A comienzos de 1944, cuando el proyecto se abandonó completamente, los aliados habían encontrado alternativas mucho más sensatas para combatir a los U-boats nazis. En principio, Portugal había dado permiso para que las aviaciones británica y estadounidense pudieran utilizar pistas aéreas en las islas Azores. También se introdujeron depósitos de combustible de largo alcance en los aviones de combate para que pudieran alargar de manera notable sus patrullajes sobre el Atlántico. Además, los astilleros aliados, en especial en los Estados Unidos, habían logrado construir nuevas flotas de portaaviones tradicionales.
Hundimiento del prototipo
Como un triste recuerdo de lo que pudo haber sido un fabuloso proyecto de ingeniería naval que fracasó antes de nacer, quedó por unos años el prototipo del Habakkuk en el lago Patricia, en el lejano oeste de Canadá. Claro que el modelo fue despojado de todo el material de valor con el que lo habían dotado y parte del Pykrete se derritió, triste e irreversiblemente, a lo largo de los tres calurosos veranos que siguieron al final de la guerra. Algo que provocó el hundimiento del modelo.
En la década del ‘70, los restos del prototipo de la embarcación de hielo fueron filmados por primera vez en el fondo del lago. A lo largo de los años, muchas de sus partes fueron vandalizadas por turistas submarinos, según reveló al medio británico The Times la arqueóloga submarina del estado de Maryland Susan Langley. “Los visitantes sin escrúpulos están logrando que las paredes y los tubos pensados para refrigerar las paredes de hielo del barco se estén desmoronando”, dijo la especialista.
Pero no todo en esta historia tuvo un desenlace decepcionante. De acuerdo con la biografía de Pyke escrita por el británico Henry Hemming, El hombre de hielo de Churchill, la verdadera historia de Geoffrey Pyke: inventor, fugitivo, espía, el descubrimient del hielo reforzado, o Pykrete, fue un avance significativo para la arquitectura y la ingeniería. Dice este escritor en el libro sobre el inventor: “El Pykrete se ha aprovechado desde entonces en todas las construcciones permanentes (rutas, pistas de aterrizaje, puentes y hábitats) en las regiones árticas y antárticas”.
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