Una diseñadora de interiores conquistó las tres plantas de este PH para hacer su taller, estudio y pied-à-terre
Victoria García Baltar pasó días enteros viendo a su madre, Ester Pérez Otaola, restaurar antigüedades que llegaban arruinadas y terminaban convertidas en piezas dotadas del aura única que resulta de la combinación de las manos artesanas y el paso del tiempo. La contemplación de esa alquimia floreció en una propiedad de tres plantas donde funcionaba un taller de herrería con reja a la calle. Hoy, Victoria, ya convertida en una decoradora de carrera con unos cuantos proyectos comerciales y residenciales en su haber, despliega su universo de objetos y muebles de aquí y de allá, siempre con algún toque inimitable. “Para mí las cosas únicas tienen un gran valor, cada uno de los objetos que ves acá, antes pasó al menos por dos o tres manos”, explica. Su estudio y base de operaciones en la ciudad es un hipnótico laberinto bicolor donde cada detalle tiene una historia que comienza con un hallazgo y lleva el relato hasta la mesa de trabajo de algún paciente artesano de oficio. Otro más, que quizás frente a sus hijos esté comenzando de nuevo un ciclo infinito.
Texto: Lucrecia Álvarez