El estudio de paisajismo Bulla convirtió un jardín húmedo y oscuro en un oasis con sectores para el disfrute de todos y cada miembro de la familia
Reciclada por el arquitecto Rodolfo Livingston, la casa que habitan Candelaria, David y su hijo Boris tiene grandes ventanales con vitreaux que llenan de luz y color los interiores. Antes de la intervención del estudio Bulla, cuyos miembros –Ana García Ricci, Ignacio Fleurquin y Lucía Ardissone– vemos en el retrato de arriba, el jardín era un espacio sombrío y húmedo que frustraba invariablemente los intentos de crecimiento del césped.
La intervención redujo el piso de la galería e incorporó los bancos ‘Huevo’ que se ven en el inicio de la nota. A la sombra del paraíso, la zona de reunión tiene un asiento con una escultura de cemento teñido de Miguel Vayo; en el fondo se ubicó la parrilla con la mesada y otro banco. Los tres sectores se vinculan a través de puentes entre la vegetación.
En el fondo del jardín, se dejó espacio entre la parrilla y el taller de Candelaria para colocar una mesa de comer. Sobre estas líneas, un sillón indonesio de madera delante de la pared intervenida por el dueño de casa. "Tomamos la idea de una casita que el artista Friedensreich Hundertwasser tenía en Austria", cuentan. El estudio Bulla diseñó un piso cementicio de piezas circulares en diferentes tonos de gris con toques de rojo para mimetizarlo con las paredes del jardín. En cuanto a la vegetación se definieron diferentes estratos con salvias guaraníticas, boinas de vasco, liriopes y clivias.
Producción: Alejandro Altamira.
LA NACION