En marzo de 1987, un mes antes de la segunda visita del ex Papa a la Argentina, ingenieros locales recibieron el pedido de construir el icónico vehículo
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Juan Pablo II llegó a la Argentina el lunes 6 de abril de 1987 para cerrar una gira regional. En siete días debía conectar diez ciudades, y para ello precisaba dos tipos de medio de transporte: uno, para recorrer tramos largos, y otro, para desplazarse cerca de la gente después de cada misa. Casi todos los detalles protocolares fueron coordinados por el Vaticano. Aunque uno de ellos -bastante importante- fue confiado a la vieja automotriz Sevel: el papamóvil. En aproximadamente 30 días, los ingenieros argentinos transformaron una camioneta Chevrolet en el famoso “vehículo santo”. De prisa y corriendo, puesto que debieron apelar a un recurso inusual. Aunque sin descuidar ningún detalle de seguridad.
“Le hicieron una oferta más que tentadora”
“El pedido vino de Italia, del director general de Sevel”, recuerda para LA NACION, a sus 88 años, Eduardo Bischoff, jefe de prensa de Sevel durante 47 años. La solicitud, “construir un papamóvil”, fue delegada a la planta de producción de Córdoba, donde, allá por 1987, Sevel fabricaba autos Fiat y Peugeot, además de un modelo de camioneta de Chevrolet. Los ingenieros argentinos estaban entusiasmados con la tarea, pero se encontraron con un inconveniente inmediato: ninguno de los modelos que se producían en ese momento tenía la capacidad de soportar las 2 toneladas debía pesar el papamóvil. La empresa suponía un desafío extra: tenían que igualar (o incluso mejorar) al papamóvil del ‘82 producido por Ford que, además de ser la competencia era el clásico rival en el Turismo Carretera.
“Necesitábamos una camioneta pickup que tuviera sistema dual trasero, es decir, dos ruedas adelante y cuatro ruedas atrás. En 1987 lo que más se asemejaba a eso era la Chevrolet C-10, pero no contaba con las cuatro ruedas traseras. Entonces tuvimos que buscar una alternativa...”, explica Rodolfo Manochi, jefe de Promoción de Sevel en aquella época. A los ingenieros cordobeses no les quedó más remedio que salir a la calle a buscar un vehículo similar y, con suerte, comprárselo a su dueño. Mientras tanto, el reloj corría.
Se cruzaron con un sodero que conducía por la zona. Iba al volante de un modelo Chevrolet que sí tenía sistema dual: la C-30. “Le hicieron una oferta más que tentadora”, prosigue Bischoff. “La compra fue inmediata y el precio que se pagó era un de 30 por ciento más de lo que valía el vehículo en el mercado. Ingresó inmediatamente a la planta y se desarmó totalmente, dejando solamente el chasis y las ruedas, con parte del motor que se reacondicionó completamente”, agrega.
“La rivalidad entre Chevrolet y Ford llegaba a ese nivel”
Que la camioneta tuviera cuatro ruedas traseras era elemental, puesto que era la única manera posible de aguantar semejante acoplado. El papamóvil debía estar completamente blindado: en los vidrios, para evitar balazos; debajo también, en caso de que fuese atacado con una mina durante su recorrido. “Se cambiaron la cabina y los controles. Todo bajo especificaciones expresas de la comisión episcopal”, describe Bischoff.
Eso fue solo el principio. “Después se modificaron los guardabarros. Los hicieron más anchos, para cubrir el diámetro de los ejes del acoplado”, complementa Manochi. Chevrolet aprovechó ese momento para jugar una carta publicitaria: a la C-30 le insertaron varias partes de la cabina del modelo más moderno, el C-10, que, a pesar de no tener los mínimos requerimientos para aquella misión, era la ‘chata’ que ellos precisaban vender en el mercado. “Era una publicidad tremenda para Sevel”, dice sobre esa situación.
La parte trasera, donde se montaría la cabina que ocuparía Juan Pablo II, fue reacondicionada para que fuese igual al Ford 350 del año ‘82 (ese trabajo fue hecho por el Automóvil Club Argentino). “La rivalidad entre Ford y Chevrolet llegaba a ese nivel, el de transportar al Papa”, reflexiona Manochi.
Una gran responsabilidad
“Nosotros éramos responsables de que el papamóvil llegara a tiempo. En el equipo de promoción, que tenía su sede en El Palomar, nos íbamos enterando de los arreglos y de las vicisitudes a medida que los cordobeses nos mandaban actualizaciones. Ellos eran los encargados de la construcción”, continúa Manochi.
-Una vez terminado el arreglo, ¿cómo movieron al papamóvil entra todas las ciudades?
-En un avión C-130 de la Fuerza Aérea. Era la única manera de trasladar semejante vehículo.
“Nadie recuerda del nombre del sodero. Debería figurar en la administración de Sevel, pero Dios sabe dónde...”, medita Bischoff. Su camioneta, convertida en papamóvil, recorrió el país y sirvió, entre otras cosas, para que Juan Pablo II segundo visitase a un grupo de enfermos terminales en la catedral de Córdoba. Allí los bendijo uno por uno y los persignó. “Nunca lo olvidaré”, dice Bischoff, que estuvo presente.
Hoy la pick-up puede ser visitada en el Complejo Museográfico Provincial Enrique Udaondo, en Luján, frente a la Basílica. Allí también se pueden apreciar otros objetos de valor de la historia contemporánea argentina, como el Rambler Ambassador blindado en el que se trasladaba Raúl Alfonsín, antiguas locomotoras y aviones de otra época.
Manochi revela como dato de color que, un tiempo después de la visita papal, se atrevió a conducir esa C-30. “Estaba floja de frenos”, asegura. Aunque admite que quizás ese desgaste en las pastillas ocurrió después.
“¡Hasta siempre, Argentina!”
Juan Pablo II había arribado al país el lunes 6 de abril, cuando fue recibido por el entonces presidente Raúl Alfonsín y su esposa, María Lorenza Barrenechea. En ese período de siete días bendijo a aproximadamente cinco millones de argentinos. Se despidió el domingo de esa misma semana ante una multitud desde un altar levantado en el cruce entre las avenidas 9 de julio y Santa Fe. LOs cronistas de la época calcularon al público fue calculado en un millón de personas, se extendía hasta la Avenida de Mayo.
“Podéis estar seguros de que os llevo a todos muy dentro de mi corazón. Os pido que, cada día, recéis por mí y Dios os lo recompensará. Ruego a la Virgen de Luján que os alcance de su divino hijo la gracia para corresponder fielmente a las exigencias de vuestra vocación cristiana”, dijo para todos en la celebración.
Si bien fue apenas un relumbrón de paz -puesto que, a los cuatro días, se produjo el alzamiento carapintada- su paso por el país dejó un cálido recuerdo en muchas personas. “¡Hasta siempre, Argentina!”, se despidió.
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