Un país normal
Almudena Grandes en España, mi amiga en Venezuela, y nosotros aquí, cada quien pensando que su país es único, anormal, exagerado
Hace poco, Almudena Grandes estuvo varios días en la Argentina para presentar su última novela, El lector de Julio Verne. Conversé con ella una de esas noches en el Teatro del Viejo Consejo, en San Isidro, y le pregunté por su crítica a España, un tema que se repite en sus últimos libros aunque, más que crítica, podría llamársele lamento, desilusión, dolor. Almudena Grandes suele decir que le ha tocado "vivir en un país anormal" y que, con el paso del tiempo, esa circunstancia se ha convertido en una de las claves de su literatura y de su vida. Como muchos otros argentinos, estoy tan acostumbrada a pensar que nuestro país es anómalo que quise saber las razones por las que ella juzga al suyo de la misma manera.
"España es un país anormal porque nunca ha ido a ritmo," explicó Almudena ante un auditorio lleno. "Llegamos a todo demasiado pronto o demasiado tarde. En los años 30, éramos los más modernos de Europa. Luego, durante los 40, fuimos los más antiguos. En los 80 fuimos los más modernos otra vez. No tenemos término medio." Como ejemplo, Grandes recordó que a pesar de que la República convirtió a las mujeres españolas en las mujeres con el estatuto jurídico más avanzado del mundo, con Franco el retroceso fue tan grande que mientras las madres de todas las chicas europeas de su edad quemaban sus corpiños, la suya no podía heredar, trabajar, ni abrir una cuenta en el banco si su marido no le daba permiso por escrito.
"España está en una situación muy dramática no sólo por la crisis económica, sino también porque estamos pasando por una crisis moral y una crisis institucional tremendas", dijo Almudena Grandes. "El problema es que tenemos la misma crisis que los otros, pero, además, tenemos nuestras propias crisis que convierten aquella en algo mucho peor." Yo la escuchaba, sorprendida de cuánto se parecen nuestros dos países, cuando de pronto me acordé de una amiga venezolana que me envió algunas fotos con pintadas procaces realizadas en las calles de Caracas el día después de que Maduro, en ese lapsus inolvidable, dijo que quería multiplicar el arte en las escuelas "así como Cristo multiplicó los penes". Mi amiga terminaba su correo diciendo: "En ningún otro país que no sea Venezuela pasan estas cosas."
Almudena Grandes en España, mi amiga en Venezuela, y nosotros aquí, cada quien pensando que su país es único, anormal, exagerado. ¿Tendremos razón o acaso algo similar le ocurrirá a mucha gente a lo largo y ancho del planeta? Esa noche, al volver de San Isidro, entré a Internet y escribí en el buscador "país anormal". Los resultados de la búsqueda comprobaron mi sospecha: el candidato presidencial chileno, Marco Enríquez Ominami, afirmó que la revolución que propone convertirá a Chile en un país normal; en Colombia, la periodista María Teresa Ronderos escribió una nota titulada Guía para votar en un país anormal; en Albania, el escritor Ismaíl Kadaré afirmó que intenta "hacer literatura normal en un país anormal"; en Estados Unidos, el disidente chino Wei Jingsheng dijo que "China es un país anormal".
Se me ocurre que, muy probablemente, lo anormal es la norma y que los países que imaginamos como normales son los realmente insólitos: Finlandia, Noruega, Canadá, Australia. En otras palabras: no es normal que todo marche a pedir de boca, sino que lo más normal del mundo es el conflicto, aunque nuestro deseo intente convencernos de otra cosa.
En uno de sus libros, Almudena Grandes cuenta que el padre de Federico García Lorca, cuando se marchó de España tras el fusilamiento de su hijo, exclamó: "¡Nunca volveré a poner un pie en este país de mierda!" A no ser que se haya ido a alguna nación escandinava, dudo que haya encontrado el paraíso en algún otro lugar. Parafraseando a Ricardo III, podríamos ir por el mundo gritando: "¡Un país normal, un país normal: doy mi corona por un país normal!"