Fue creado “a ciegas” por la doctora Adriana Perla en Punta Espinillo, a 117 kilómetros de Montevideo
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Hace diez años el programa Google Earth le permitió a la doctora Adriana Perla ver que lo que había comenzado a construir en su chacra de Punta Espinillo tenía la forma con la que tanto había soñado. No existían los drones y ella jamás había sobrevolado la zona. Pero el programa informático, que permite conocer el mundo a vuelo de pájaro con millones de fotografías tomadas por satélite, le confirmó que su gigantesco Hombre de Vitruvio, construido con viejas cubiertas de camiones, se parecía al dibujo que hace cinco siglos hizo el genio del Renacimiento Leonardo Da Vinci.
Hace más de 2.000 años, un soldado e ingeniero retirado llamado Vitruvio escribió el tratado más influyente en la historia de la arquitectura y el más antiguo de esta disciplina que haya sobrevivido. Su discusión sobre la relación entre las proporciones perfectas de las construcciones y el cuerpo humano inspiraron uno de los dibujos más famosos de la antigüedad, que a lo largo de los siglos ha sido bosquejado por muchos autores, aunque nunca de una forma tan perfecta como la del autor de La Gioconda.
En setiembre de 2015, El País dio a conocer la existencia de esta enorme figura que se encuentra a 17 kilómetros de Montevideo (descubierta accidentalmente por un exempleado del diario en un vuelo de avioneta) y el Hombre de Vitruvio de Punta Espinillo comenzó a dar qué hablar, incluso fuera de fronteras.
Casi ocho años después, el trabajo de la doctora Perla (ahora jubilada) se ha trasformado en un museo y paseo interactivo, con diferentes propuestas para niños y adultos, que no solo permiten conocer la obra de Da Vinci, sino también divertirse jugando y -fundamentalmente- conocerse interiormente, tanto en lo que tiene que ver con la biología como con la psiquis humana.
Se trata de una obra viva, en constante transformación, delimitada por una circunferencia que envuelve a este Hombre de Vitruvio (de 110 metros de lado a lado), armado con unos 2.600 neumáticos en un terreno de 10.000 metros cuadrados. Pero no todos los detalles se ven desde el aire. Y esos que no se ven son los que permiten vivir la experiencia lúdica y el aprendizaje de muchas cosas. Por eso, hay que ir hasta allí para conocerlo. “En el desarrollo del juego brindamos la oportunidad de recorrer las zonas del cuerpo de acuerdo a sus centros energéticos, llamados chakras por la cultura oriental. Estos se van desarrollando a medida que el ser humano madura, son como pequeñas puertas que permiten el contacto de unas energías con otras”, explica Perla a Revista Domingo.
Una oportunidad para conocer el sitio y vivir la experiencia puede ser el próximo 18 de marzo, cuando se hará un festival en el Museo Interactivo Vitruvio (MIV), coincidiendo con el equinoccio de otoño. El encuentro busca “conectar a la gente con la naturaleza, una necesidad que surgió con la pandemia”, señala la profesional.
Ese día habrá música en vivo, una feria de artesanos de la comunidad del Oeste y el estreno de un juego de ajedrez gigante. También se presentará el libro Un camino de identidad, donde se cuenta la historia y el propósito del proyecto.
CONCRETAR UN SUEÑO. Omnia Vincit Labor (“El trabajo lo vence todo”). La inscripción se encuentra en la chacra “La Pascuala” de Punta Espinillo. Y no refiere solo al esfuerzo físico que le demandó a Adriana Perla construir, durante tres años y con pesados neumáticos de camiones, el famoso Hombre de Vitruvio de Da Vinci, sino también al trabajo interno que desde épocas muy remotas, se sabe, ayuda a vencer adversidades, desarrollarse y forjar una persona mejor.
“Llegué acá luego de vender mi casa en el Parque Rodó. Mis hijos se casaron y se fueron a vivir su vida. Y lo primero que yo quise hacer era un laberinto, que es un sistema de meditación activa, el cual se convirtió en la cabeza de un hombre de Leonardo Da Vinci”, rememora Perla. Y agrega: “Gustavo, mi marido, me dijo: ‘Si querés hacerlo, hacelo’. Y lo empecé a formar con fardos que conseguía de cuando venían a cortarme el pasto”.
Pero luego la cosa tomó otro cariz. La doctora se contactó con Morales, un chatarrero de la zona, en busca de piezas que le permitieran darle volumen a su figura. Y éste le sugirió hacerlo con enormes neumáticos que él recibía y que no podía seguir almacenando en su depósito, por lo cual se los ofreció sin costo.
—Estoy haciendo un hombre de 100 metros -le dijo.
El chatarrero, estupefacto, le preguntó:
—¿Parado?
—No, no, acostado -remató Perla sin dejarlo demasiado convencido.
Así empezaron a llegar camiones y camiones repletos de neumáticos que ella, al principio sin ayuda (porque su marido apoyaba el proyecto pero sin involucrarse), llevaba rodando y colocaba en las líneas que había demarcado previamente. “Imaginate la cara de Gustavo”, anota.
El primer domingo, ella sola colocó 226 ruedas: todo el contorno del brazo derecho y el costado casi hasta la pierna. Trabajaba a proporción, pero ciertamente “a ciegas”, al no poder ver desde el aire cómo cobraba forma su creación.
Después, comenzó a pagarles jornales a las dos personas que le llevaban los neumáticos, para que la ayudaran a ubicarlos en los lugares correctos. Las paredes fueron también levantadas con adobe, vidrio, envases plásticos, maderas, hierro y otros elementos. Toda la superestructura fue hecha prácticamente sin recursos económicos y sin apuro, pero con muchísimo trabajo.
UN BÚSQUEDA SIN DESCANSO. Los inicios de la doctora Perla en la medicina alopática la llevaron a trabajar muchas horas en el Canelones rural, en contacto con hombres y mujeres en situaciones inimaginables para una novel egresada de la Facultad de Medicina. Pero como ella dice, siempre pensó “fuera de la caja”. Y sus inquietudes la transformaron en una rebelde con causa.
Su búsqueda interior la conectó con la homeopatía clásica o unicista, de la cual se enamoró. En ella, la naturaleza se sintoniza vitalmente en el horizonte humano, integrándolo en salud. También se vio imbuida por la psicología psicosomática, la filosofía práctica, la naturopatía y la decodificación biológica, por lo que fue desarrollando una forma diferente de ver las cosas y de actuar en consonancia. “Observando la enfermedad y el órgano o sistema afectado, es posible decodificar cuál fue la emoción que la generó. Esta decodificación solo puede hacerse de forma única y particular, según la individualidad y la totalidad de la persona”, señala. Esta forma integrativa de practicar la Medicina la llevó a ser, durante muchos años, directora de la Escuela Médica Homeopática Hahnemanniana del Uruguay.
Cuando se animó a avanzar con su proyecto de Punta Espinillo, pese a las opiniones de los que la cuestionaban y hasta la trataban de “loca” (ella misma dudó de su idea), tuvo pronto el recipiente para socializar el contenido: el Hombre de Vitruvio. “Mis manos sentían el ansia de realizar lo que el alma me reclamaba”, recuerda. Y agrega: “En la búsqueda de propósito sigo el camino que intuyo mío. Y sé que falta mucho por recorrer. La búsqueda me encuentra hoy en esta megaconstrucción, que aún no ha llegado a su fin y que tal vez nunca termine”.
Para llevar adelante su proyecto, Perla se asoció con Beatriz Cuadro, maestra y psicóloga social, con quien llevó la estructura inspirada en el dibujo de Da Vinci mucho más allá, haciendo del juego y la experiencia una forma de conocerse a uno mismo, lo cual le permite al visitante interpretar -por ejemplo- el significado y origen de los dolores en ciertas partes del cuerpo y potenciar la fuerza vital.
Así lo resume Cuadro en el prólogo del libro que se presentará el próximo 18 de marzo: “Convergen la Medicina con toda la maravilla biológica que se expresa en cada cuerpo humano; el arte como la síntesis del sentir y la necesidad de expresarlo; la matemática en las proporciones perfectas de nuestra materia; la geometría, retomando a Pitágoras y Platón y conectando con nuestro ADN; la política y el compromiso de reducir, reciclar y reutilizar”.
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