Un Falcon en la puerta, interferencias en la radio y meseras en bikini: la historia del Autocine Buenos Aires
Herederos de la cultura estadounidense, los autocines brillaron en la Argentina durante los años 70; uno de los más recordados es el que estaba en la General Paz, en el actual predio de Tecnópolis
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Eran cines a cielo abierto, con butacas mucho más amables que las de cualquier sala, y con la intimidad que solo puede brindar el interior de un automóvil de los años 70, cómodo y espacioso.
Había funciones para toda la familia, con servicio de confitería y “noticiarios” de 15 minutos que se proyectaban antes de cada película, pero las trasnoches solían estar reservadas a las parejas, quienes, en la intimidad del vehículo, podían entretenerse sin rendirle cuentas a nadie.
Niños escondidos en los baúles y meseras en bikini, como promocionaban los programas de la época, en los autocines de Buenos Aires se hacía realidad el sueño americano a la manera argentina, con una amplia clase media que parecía tener resueltos sus deseos más elementales, como el acceso a la vivienda y el automóvil.
Las distancias favorecían a los Drive-in como forma de entretenimiento barata para la gente que no vivía en ciudades. Se calcula que en los años 50 llegó a haber unos 4000 autocines solo en Estados Unidos. pic.twitter.com/mWj4EvD81C
— aхel ĸυѕcнevaтzĸy (@AxelKuschevatzk) February 8, 2019
En los Estados Unidos, los cines a cielo abierto se conocieron como drive-in theaters, un invento posterior a la crisis del 30 que recién a mediados del siglo XX experimentó un boom con más de 3000 espacios en todo el país, principalmente en los suburbios.
En la Argentina hubo varios muy conocidos, como el de la provincia de Mendoza, pero los de Buenos Aires fueron los más renombrados tanto por la cantidad de autos que podían recibir como por las historias que han quedado grabadas en la memoria de los viejos espectadores.
El negocio consistía en un amplio playón de estacionamiento y una pantalla gigante con estructura de acero, generalmente ubicada en dirección norte-sur, de espaldas al oeste, y con un sistema de sonido bastante novedoso que variaba de acuerdo al autocine.
El Buenos Aires, entre la General Paz y los cuarteles
El Autocine Buenos Aires que brilló durante la segunda mitad de los años 70, cuyo ingreso por la avenida General Paz del lado de Vicente López estaba decorado con la estructura de un Ford Falcon (que podría haber sido verde, pero era rojo), tenía dos proyectores italianos y un sistema de sonido que debió ser reemplazado por un motivo particular. La transmisión por radio AM que se escuchaba dentro de los vehículos interfería las comunicaciones del Ejército y viceversa, como contó el proyectorista Jaime Picera: a veces los espectadores escuchaban las comunicaciones del Batallón 601.
“Como el audio se transmitía por señal de onda corta y el predio estaba pegado al Ejército, siempre se confundían los audios y al final hubo que cablear todo el lugar y poner parlantes individuales para cada auto”, relató Picera a Para Ti, y agregó que en ese playón ocurrían todo tipo de picardías: “desde las parejas que empañaban los vidrios hasta los que entraban escondidos en el baúl para no pagar la entrada”.
Este cronista fue uno de esos niños que, escondido en el baúl de un Taunus, ingresó de polizón, pero no fue para no pagar la entrada, sino porque no tenía la edad suficiente para ver la película, una de marcianos invasores cuyo nombre ya no recuerda. Era 1983 y, a solo 800 metros de ahí, había ocurrido el primer y único accidente nuclear de Sudamérica: la “excursión de potencia” del reactor nuclear RA-2 del Centro Atómico Constituyentes.
El Toc-Toc Snack Bar del Autocine Buenos Aires se jactaba con sus “superproducciones en sándwiches y bebidas de película”, como puede verse en la portada del programa de la primera semana de agosto de 1979 donde, además, una caricatura ilustra el momento en el que una mesera en bikini sirve a una pareja de espectadores. Para que la moza o el mozo se acercara, solo había que hacer un juego de luces, alternando las bajas con las altas.
Esa semana proyectaron la película Asignatura pendiente (1977), con José Sacristán y Fiorella Faltoyano, que se promocionaba como una joya del nuevo cine español. Detrás de la pantalla gigante, y a solo 500 metros de donde cientos de autoespectadores disfrutaban la obra dirigida por José Luis Garci, escondido tras un manto de miedo y misterio, se situaba el Batallón de Artillería Logística 10 del Ejército Argentino, de Villa Martelli, donde hasta ese mismo año funcionó un Centro Clandestino de Detención (CCD).
Autocine mon amour
“Yo hice la colimba en 1982 y miraba las películas desde los cuarteles”; “mi viejo laburaba en la línea 21 y cuando pasabas por la General Paz se veía”; “tenía un Falcon en la puerta”; “si pasabas con el auto por ahí se escuchaba el sonido de la película en la radio”; “si mi auto hablara”, son algunos de los comentarios que recibió la publicación en Facebook de un usuario que recordó al antiguo autocine. Las historias viven en la memoria de quienes las protagonizaron como si hubieran integrado el elenco de una vieja película americana.
Como en la comedia Autocine mon amour (1972), con Luis Brandoni, Marta Bianchi y Ulises Dumont, que retrató el espíritu de la época con una “serie de disparatadas secuencias que tienen un punto de coincidencia en un autocine nocturno”, según dice la sinopsis. El film no fue bien recibido por la crítica; al menos no por el crítico del diario La Prensa, para quien el director Fernando Siro “hace más lamentable la paralela adopción de efectistas concesiones a un gusto no precisamente recomendable”.
Otros drive-in theaters emblemáticos fueron el Panamericano, en Olivos, que tenía una capacidad para 650 autos, probablemente el más grande de la Argentina. “La explosión automovilística experimentada en los últimos años en las naciones modernas ha determinado que el público amante del cine encuentre una alternativa que le permita gozar de su espectáculo preferido desplazándose fácilmente con su automóvil en familia”, relata la voz en off de un cortometraje sesentoso recuperado por el Archivo General de la Nación.
En la Ciudad de Buenos Aires, fue afamado el Autocine de la Ribera en La Boca y el que funcionaba en el supermercado Todo, el primer “autocine aéreo”, ubicado en la calle Empedrado y Artigas, cuyas proyecciones se realizaban en el estacionamiento de la terraza de lo que hoy es el supermercado Maxiconsumo.
El que más duró en el tiempo quizá haya sido el Autocine Buenos Aires, el que todos identificaban por el Falcon rojo de su entrada. Dejó de proyectar en 1988 y el predio, instalado sobre un entubamiento del arroyo Medrano (que a veces desbordaba y obligaba a suspender las funciones), quedó abandonado.
Desde entonces, sus ruinas fueron recorridas por exploradores, arqueólogos urbanos y curiosos que quedaban sorprendidos por la aparición intempestiva de lagartos overos en los márgenes del curso de agua a cielo abierto, entre una selva frondosa y descontrolada, plantas de marihuana de usuarios experimentales, cuarteles militares en desuso y autos incendiados, como si fuera un Chernobyl bonaerense, pero en la puertas de la ciudad.
Tiempo después allí se construyó Tecnópolis, pero esa es otra historia.
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