Un duelo amistoso entre varones
Dos argentinos pasean por París en un convertible negro. Su conversación es animada y un poco forzada por la ocasión (están en un documental patrocinado por una marca de autos), pero en un momento, antes de meterse en un túnel, se ponen a cantar la versión de Johnny Cash de "Personal Jesus", que el más joven de los dos ha encontrado en su teléfono, y se produce un momento mágico: dos tipos separados por dos generaciones y temperamentos distintos, unidos por unos versos -"feeling unknown / when you are all alone" (sentirte desconocido / cuando estás completamente solo)- que entonan con emoción y que describen bien sus vidas de trotamundos solitarios.
Los argentinos del convertible son Guillermo Vilas y Gastón Gaudio, a quienes Peugeot convenció hace unos meses para pasar un día en París y recordar, acompañados por un equipo de filmación, las finales de Roland Garros que ganaron, respectivamente, en 1977 y 2004. Aunque podría haber sido un insulso bodrio corporativo, el documental es disfrutable, en parte porque los protagonistas se pasan media película cantando y comiendo (y las películas donde se come y se canta son casi siempre buenas), y en parte por el contraste entre la calidez neurótica de Gaudio y el estoicismo casi sobrenatural de Vilas, que ofrece momentos reveladores sobre la evolución del varón argentino.
En Walrus, una disquería cerca de la Gare du Nord, comparan gustos musicales. Vilas, máquina de jugar al tenis, encuentra un vinilo de Kraftwerk, y cuenta que lo escuchaba varias veces cada noche de su Roland Garros. "Para obligarme a jugar bien", Vilas, el asceta, se preparaba con aislamiento y disciplina, comiendo sólo manzanas. Gaudio saca de una batea un disco de Leonard Cohen: "Cuando estás bien deprimido, te viene bárbaro". Vilas rechaza la invitación: "No, no, yo voy para arriba, no para abajo".
La película es un duelo amistoso entre un hombre que posa de hombre, como Vilas, y un hombre que posa de no posar: Vilas, en su personaje, quería ser admirado; Gaudio, en cambio, quería ser querido. En sus conversaciones, Gaudio admite que lo emocionaba llegar a la final de París. A Vilas no se le mueve un pelo: "Estaba programado, sabía que iba a pasar". Vilas se retiró del tenis porque lo obligó su hombro izquierdo destrozado. Gaudio dejó el tenis porque se hartó, "de estar pensando siempre en lo mismo". A Vilas, el guerrero, lo retiró su cuerpo. A Gaudio lo retiró su mente.
El momento de mayor contraste generacional llega cerca del final, otra vez arriba del auto. "No puedo creer que en 60 años nunca sufriste por amor", dice Gaudio. Vilas no hace ni un gesto: si al hombre le toca sufrir, que sufra en silencio. Gaudio insiste: ¿no te tocó nunca sufrir? "No", dice Vilas. "A mí sí", agrega el hombre joven en contacto con sus emociones. "No te vayas a poner a llorar ahora", replica el monje a su derecha. "Yo amo -juguetea Gaudio-. Soy enamoradizo. Me gusta amar". Y Vilas, al borde de la exasperación: "Qué lo parió".
La película cierra con Gaudio y Vilas cantando "Like a Rolling Stone" en el atardecer de París, errantes y vagabundos, admitiendo que lo mejor de sus vidas ya pasó y que sólo les queda aceptar -con amor (Gaudio) o con orgullo (Vilas)- los regalos de pertenecer a una élite, recordar sus viejos éxitos y cantar canciones melancólicas en autos de lujo. Tampoco es una mala vida.