Andrea se sorprendió cuando abrió el sobre y leyó lo que tenía porque hacía muy poco tiempo que se había hecho los controles anuales. A partir de ese momento sintió que había perdido el disfrute de las cosas y de las actividades que antes le gustaban. El miedo y la incertidumbre le generaban tristeza y frustración.
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“Lo primero que pensé cuando leí el informe con el resultado fue el dolor que iban a tener mis hijos (Bautista y Francisco), que en ese momento tenían 9 y 4 años, al crecer sin su mamá. Tenía miedo a morir y no poder acompañarlos en el día a día ni en sus momentos más importantes. Me llenaba de tristeza imaginarlos sufrir por mi ausencia. Este era el pensamiento más recurrente y angustiante que sentía”.
Andrea Scacco recuerda como si fuera ayer aquel 3 de abril de 2023 cuando a los 42 años se enteraba que tenía un carcinoma invasivo, fenotipo luminal A. Y cuenta que se sorprendió cuando leyó la palabra cáncer porque hacía ocho meses que se había realizado, como todos los años, una ecografía mamaria y una mamografía.
“Sentía que había perdido el disfrute de las cosas y de las actividades que antes me gustaban. El miedo y la incertidumbre de tener cáncer me generaban tristeza y frustración. Recuerdo que durante unas semanas fui todas las mañanas a lo de mis padres y lloraba. Todo formaba parte del proceso de duelo que atravesé, por aquello que perdía: mi cuerpo sano. Sentía que mi cuerpo me había fallado y que ya no tenía control sobre él. No entendía que se hubiese enfermado”, confiesa, entre lágrimas.
“Quería estar sola y llorar”
La indicación de los médicos fue que Andrea debía someterse a una cuadrantectomía y posteriormente tenía que recibir 20 sesiones de radioterapia.
“Pensaba que no iba a poder ser la misma persona que era antes de la enfermedad, no solo anímicamente sino en mi vida familiar, social y laboral. No me imaginaba capaz de hacer nada de lo que hacía antes del diagnóstico. Fue un golpe muy duro a la autoestima”, expresa. Y agrega: “Mi vida quedó en pausa. Todo y todos parecían cambiar o simplemente seguir su vida cotidiana, excepto yo. Mi vida personal, la de todos los días, pasó a un segundo plano. Mi energía y mi tiempo giraba en torno a mi enfermedad. Me aislé, no tenía ganas de salir. Quería estar sola y llorar. Lo que me ayudó a aceptar la enfermedad fue identificar las emociones y permitirme sentirlas. Creo que esto es fundamental para atravesar el proceso hacia la cura”.
Andrea dice que su familia y sus amigas se dieron cuenta que su tristeza no era la misma que había mostrado en otros momentos poco felices de su vida. Por eso, el apoyo de su grupo de contención fue muy importante a la hora de afrontar la cirugía y cada una de las sesiones de rayos.
“Gracias al apoyo de todos empecé a no llorar todos los días y a sentirme cada vez más animada. Nunca me soltaron la mano. Saber que contaba con el amor de todos ellos fue fundamental para transitar este camino que, por momentos, fue tan angustiante. Me emociono con pensar todo lo que viví, pero más me alegro de tener tanto amor alrededor”.
De la desesperanza al optimismo
El 27 de abril de 2023 la operación salió exitosa. El primer paso estaba cumplido, aunque a Andrea la seguía embargando esa tristeza que, por momentos, le cuesta expresar con palabras.
“Durante mayo no trabajé por certificación médica. Fueron días muy difíciles. No por la cirugía, sino que anímicamente no me sentía bien. Sentía que mi vida se había pausado. Me desbordaba la angustia. Me pesaba mucho la incertidumbre de no saber qué estaba por venir y qué podía pasarme. Tenía miedo de no ser la misma persona que era antes de la enfermedad”.
Otra situación que le generaba temor era que desde que le diagnosticaron la enfermedad comenzó a escuchar y a leer historias de mujeres que habían tenido cáncer de mama. Y, cuenta, le llamaba la atención que los tratamientos fueran diferentes. De todos modos, asegura que siempre confió en el equipo médico que la trató y en las indicaciones que le me fueron indicando. Y ese acompañamiento médico fue importante a la hora de su recuperación.
“Cada etapa la fui transitando con optimismo. Solo pensaba que quería vivir. No tengo palabras para describir la contención y el apoyo que recibí por parte de cada uno de todos los integrantes de este equipo a lo largo de todo el tratamiento, así como también de la clínica en la que realicé radioterapia. Cada uno de ellos cumpliendo un rol fundamental e imprescindible de la cadena que formaban”.
¿Qué cosas vino a enseñarte el cáncer?
Creo que después de tener cáncer alejo a los pensamientos y/o situaciones que me hacen daño o que amenazan con desestabilizar mi equilibrio emocional. Algunos aún no he podido alejar o cambiar, sin embargo, ahora por lo menos me cuestiono aquello que me hace mal, ya habrá tiempo para solucionarlo y/o resolverlo. Además, cuando empiezo a estresarme o angustiarme por pequeñas cosas recuerdo por lo que pasé y eso hace que pueda, o por lo menos trate, de pasar por alto las preocupaciones. Cierro los ojos y pienso, lo único que no tiene solución es la muerte y yo estoy viva.
Un mensaje para otras mujeres que se encuentran atravesando un cáncer
Les diría que se rodeen de personas que las contengan, creando así una red para poder sostenerse a lo largo de todo el proceso. A mí me ayudó a mejorar anímicamente saber que no estaba sola. Que mis amigas de toda la vida, las del colegio, las del trabajo, las de facultad y toda mi familia siempre estuvieran presente. Sosteniendo de diferentes formas, ya sea con una escucha activa como acompañarme o ir a buscar a las consultas y/o sesiones de rayos, mandar un mensaje, organizar para juntarse, etc. Saber que contaba con el amor y apoyo de todos ellos fue fundamental para transitar este camino. Asimismo, les diría que se informen de lo que les pasa, que les pregunten a sus médicos. La información te da poder y eso te da tranquilidad y seguridad.
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