Un día perfecto del otro lado del río
MONTEVIDEO.- Además de estar a punto de obtener un máster en paciencia, de este lado del charco aprendí que cuando se deja de exigir aparecen las buenas sorpresas. Esta ciudad me ofrece un programa destacado por día, no más, y aquí los lugares a los que decido volver no son más de cinco. Números bajos para una programera nativa, aunque invitan a dejar atrás la ansiedad moderna conocida como FoMO (Fear of missing out). Decidí hacer una lista de todo lo que mejora mi día en esta ciudad y descubro que, al reunir mis preferencias, compongo algo parecido a mi idea de día perfecto en Montevideo.
Voy en bicicleta hasta el Club del Pan en busca de un pan de campo de masa madre. Me tranquiliza saber que si como harina al menos es de fermentación natural. Opto por un cappuccino para llevar porque el café de aquí es excelente. Hay que llegar temprano porque este club es víctima de sus miembros y rápidamente se queda sin producto, un clásico uruguayo que tiene su charme.
De ahí a pedalear por la rambla. No hay ciclovías y circular pegada a los autos es riesgo de muerte, pero la vereda no deja de tener esa mezcla vigorosa de agua, horizonte, vacío y, casi siempre, cielo azul. La mejor distancia son 20 kilómetros -ida y vuelta de Pocitos al puerto-, un paseo con ejercicio porque casi siempre sopla viento. Parada obligada en Mundo Pedal, el parador del lago del Parque Rodó. Abrió hace poco y, además de botes a pedal donde siempre se arma fila, es un gran programa porque organizan clases de meditación, tai chi y yoga. Me caen bien porque son unos fundamentalistas del dos ruedas en un país que supo ser vanguardista y que hoy se quedó atrás en materia de medio ambiente.
Cebollatí 1326, banquete poético de comida y ambiente sanos, es mi recomendado para un mediodía sin fallas. Otro que trae felicidad es Mercado Verde, con guisos ayurvédicos y composiciones orgánicas maestras. Paso a comprar unos productos en Ecomercado, en Pocitos, donde los tomates cherry se comen solos y las uvas se asemejan a las de una parra de abuela. Además, son honestos: si las naranjas no dan para jugo, avisan. Segundo café, esta vez sentada en barra mirando la calle, en La Tostaduría, donde tuestan y sirven café, además de granola y otras cosas. Una apuesta a pulmón de cuatro socios ya conocidos, creadores del cafetruck Nomade. El tema era encontrarlo, y ahora tienen dirección.
A la noche el mejor programa es ir a ver una obra de teatro del uruguayo radicado en París Sergio Blanco, o un concierto en La Trastienda, espacio que suplanta la falta de arte en la ciudad y donde los shows son cada vez mejores.
Mi día perfecto concluye sin dudarlo en Demorondanga. Después de varios meses de conocerlo sigue siendo mi lugar favorito para comer en esta ciudad. Renovaron carta: el feta presentado tipo provoleta, la ensalada de tomates orgánicos y queso de cabra, y el tartare de camarones crudos son imperdibles.