Stella quedó impactada por un suceso inesperado y los requisitos para ser docente
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Stella Maris Rimada jamás olvidará su último día de trabajo, antes de emigrar a California. Argentina le estaba abriendo las puertas al invierno, pero su corazón y su alma ardían, mientras sus ojos vidriosos intentaban contener el llanto. Era 20 de junio, se paró junto a sus alumnos tal como lo había hecho en todos sus años de docencia, y cantó el Himno Nacional Argentino atravesada por la angustia: temía no volver a entonarlo nunca más, al menos no así, en el siempre emocionante contexto del espacio educativo de su tierra natal. Aquellos pensamientos provocaron en ella un torbellino difícil de sobrellevar, y sin más, en medio del patio escolar, Stella se desmayó.
“Me despedí de mis alumnos después del acto del 20 de junio, y pensando que en ese aula dejaba mi vida de docente”, rememora hoy, mientras evoca aquellos tiempos.
Dos escuelas, un carpintero y volar hacia un nuevo comienzo en Los Ángeles
En Rosario, Stella trabajaba en dos escuelas, un turno por la mañana, en plena ciudad, y el otro por la tarde, donde debía viajar hasta una comunidad vecina. Su marido, Oscar, ebanista apasionado, se desempeñaba como carpintero, un oficio que dominaba con soltura gracias a su talento, pero que acarreaba un sinfín de dolores de cabeza: había ocasiones en las que no le pagaban su labor, y otras en donde lo correspondiente llegaba con demoras y la inflación le restaba las ganancias.
Cierto día, Oscar supo acerca de las grandes oportunidades que existían en Estados Unidos para personas como él, con destrezas para un oficio específico. El matrimonio se descubrió profundamente cansado y dispuesto a barajar de nuevo, y así, el hombre decidió volar a California sin fecha de retorno, con el anhelo de conquistar el tan conocido sueño americano: “Consiguió muy rápido trabajo y su salario creció más de lo esperado, porque valoran mucho lo que hace”, revela su mujer.
En 1987, seis meses después de la partida de Oscar, Stella voló junto a sus dos hijos de 8 y 10 años a un mundo desconocido: “Para conseguir la residencia tuvimos suerte porque el dueño del negocio que lo contrató le firmó a Oscar los papeles”.
Las emociones encontradas y un suceso inesperado: el Himno Nacional Argentino
Para Stella, volver a empezar fue duro. El futuro parecía promisorio, pero las imágenes de ella en un aula argentina ejerciendo su vocación la acompañaban, provocando emociones encontradas. Aun a pesar de un corazón tantas veces comprimido, decidió que no se iba a dejar vencer, salió, expuso sus capacidades, y para su sorpresa, al poco tiempo obtuvo un puesto para enseñar en la Escuela Argentina en Los Ángeles, su nuevo lugar de residencia.
Y allí, en aquella institución que funciona ya hace cuarenta años, Stella revivió un momento impensado: volver a cantar el Himno Nacional Argentino. Semejante evento le devolvió la energía para continuar su volver a empezar con mayor optimismo. En la Escuela Argentina trabajó durante siete años en los que la melodía patria la acompañó siempre.
Tras aquel período fundamental, la mujer obtuvo un puesto como profesora de Español en una escuela secundaria común, allí en California. Para entonces, las emociones de Stella habían hallado estabilidad: la adaptación a un universo desconocido había sido difícil y llevó tiempo, pero con voluntad y perseverancia, pudo.
Un ebanista estrella y la escuela en EEUU: “Además del elevado sueldo, me llamó la atención que debía asistir a talleres para mantener mi nivel”
Fue a los doce años de llegar al suelo norteamericano, que Stella y su marido lograron convertirse en ciudadanos estadounidenses: “Ahora la inmigración está más complicada, aunque no imposible”, sostiene. Para el matrimonio, una de las grandes ventajas en su camino de adaptación fue poseer ambos una fuerte pasión por su profesión, lo que les permitió ejercerla con gran éxito.
Durante años, Oscar se desempeñó en una importante empresa en la cual se hacían o transformaban muebles para las grandes estrellas de Hollywood, como Anthony Quinn, Madonna, Pamela Anderson, Salma Hayek, Oscar de la Hoya, y muchos más.
“Yo trabajé como profesora de español por 24 años en la misma escuela secundaria. En algunos aspectos las emociones son fuertes y profundas. Los impactos culturales también”, dice Stella. “Por ejemplo, todas las horas cátedras eran en la misma escuela , y acá no se hacen planificaciones porque la editorial del libro de texto regala a la docente un ejemplar para `el maestro´ donde están planificadas clase por clase, con actividades, tareas, exámenes, etc. (los alumnos no compran los libros, se los provee la escuela) Yo no lo podía creer, cuando en enero 1995, tomé los exámenes semestrales, que eran de multiple choice: los corregía una máquina, que también me daba el porcentaje final. El trabajo era más llevadero y menos complicado”.
“Al firmar mi contrato por un año, además del elevado sueldo, me llamaron la atención los requisitos que la dirección me pedía: asistir a tres talleres didácticos para mantener mi nivel de enseñanza”, continúa. “Siempre traté de tener buena relación con mis alumnos, porque de ellos dependía el éxito de mi trabajo. Siempre ofrecía clases de apoyo y tenía una técnica para mejorar el puntaje de las pruebas, ellos la tomaban dos veces y la nota final era el promedio de ambas notas, y muchos se esmeraban por hablar español”.
“Como trabajé tantos años, con Oscar íbamos a eventos y partidos de fútbol o básquet, y ya todos lo conocían y siempre hablaban con él. Hasta hoy, me siguen saludando para fiestas y cumpleaños, y ya he sido invitada a seis casamientos de mis exalumnos. Por supuesto, siempre hay alguien que no logra sus metas, ¡a veces la `vieja de Español´ es la culpable!, es como llamamos en Argentina a `la vieja de Inglés´”, dice entre risas.
Las raíces, una partida dolorosa y el amor profundo que se lleva en el corazón: “Aprendí a vivir, disfrutar y ser feliz”
Ya casi pasaron treinta y siete años desde que Stella dejó su suelo y sus aulas argentinas atrás. Su amado himno, aquel que temía dejar de entonar, volvió a salir con emoción de su interior en una tierra a la que arribó llena de contradicciones. Hoy ya no canta el Himno Nacional Argentino como docente, pero lo acompaña cuando suena en algún evento deportivo importante, como mujer nacida y criada en su patria amada.
En su travesía de vida, Stella ya no teme perder las raíces: con los años comprendió que el hogar nunca se pierde, la vocación tampoco. Entendió que el verdadero amor se lleva en el corazón y vive por siempre, tal como lo hace su hijo menor, ebanista como su padre, que partió de este mundo tras un cáncer fulminante en el 2013 y sumió por varios años a su familia en una profunda tristeza, que supo superar a fuerza de gratitud por lo que fue y por la vida: “Cuando lo perdimos cursaba el tercer año de música en Pasadena College”, recuerda conmovida. “Y en el 2010, por otro lado, nuestro hijo mayor completó el doctorado en Historia Latino-Americana”, continúa con orgullo.
“A lo largo de los años aprendí mucho de este suelo que nos recibió. Este país es organizado, respetuoso y aunque no es perfecto, permite lograr metas, si se trabaja con responsabilidad y respeto”, asegura Stella, que logró junto a su marido comprar su primera casa en noviembre de 1989 con un crédito a treinta años pagado en menor tiempo.
“A lo largo de mi vida, y a pesar de los tiempos difíciles que me tocó atravesar, aprendí a vivir, disfrutar y ser feliz”, concluye con una sonrisa Stella, quien en julio celebrará junto a Oscar 50 años de casada y brindará por una vida llena de coraje y amor.
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