After de bienestar. Me dí un baño de sonido en busca de la desconexión
El salón parece la habitación de un castillo europeo con cortinados pesados, paredes verdes y doradas, los colores intensos del estilo clásico francés del siglo XVII. En uno de los extremos está el hogar, por encima hay un espejo cargado de ornamentaciones y, en el centro, un reloj de bronce. Cuando bajé la mirada vi unas alfombritas dispuestas en semicírculo y rodeadas de velas. Por un parlante Bluetooth del tamaño de una lata de gaseosa sonaba una música new age que me recordó que no vine a una gala sino a un after de bienestar.
En una especie de altar había cuencos, aceites, pétalos de rosas y caminitos de luces –¡qué romántico!–. Por la puerta entró una mujer vestida con un jean ajustado, blazer y tacos, miró el ambiente y con su celular filmó y sacó fotos; después bajó la mirada y parecía que estaba compartiendo o enviando las fotos, porque sonreía. Después de todo, el contraste del estilo imperial del salón y la estética de meditación se veía atractivo para la foto.
Es un after de bienestar en el salón oval del Hipódromo de Palermo, donde vamos a experimentar un baño de sonido. Según lo que averigüé, no hacía falta venir con ropa cómoda; las reglas no eran rígidas como pueden ser en algunos eventos o espacios de meditación. Esto está abierto a los que nunca fueron a una clase de yoga ni meditaron; podemos elegir si sentarnos en las sillas o lanzarnos en las alfombritas. Mientras sirven café y chocolates, los que van llegando preguntan si tienen que sacarse el calzado; una vez más: como cada uno se sienta más cómodo.
La relajación va a comenzar. Voy a conocer de qué se tratan estos sound bath que, según leí en un artículo de The New York Times, lo practican los CEO de empresas como Google o American Express para lograr hacer foco y aumentar su productividad. Eso no suena muy relajante pero veremos de qué se trata.
Desconexión
Me senté con las piernas cruzadas en una de las alfombritas. Belén Ortega, la organizadora y encargada de tocar con los cuencos nos invitó a probar alguno de los aceites que circulaba por la sala. Me puse un aceite de rosas, olía rico, froté mis manos y seguí las sugerencias que nos hizo Belén: "masajeen sus sienes, vayan cerrando los ojos, masajeen sus cuellos y huelan sus manos. Los que quieren pueden ponerse el antifaz para ayudar a la desconexión". Me recuesto con el antifaz, la música del parlante eran hits reversionados en new age; identifiqué "Loosing my religion", de REM, cantada por una suerte de coro de iglesia.
Belén nos iba guiando a concentrarnos en nuestra respiración. De repente, empecé a sentir una vibración en el oído, me molestaba. Yo no la veía pero Belén estaba tocando los cuencos; al principio me resultaba aturdidor no por el volumen sino por lo grave del sonido, hasta que de a poco logré incorporar esa resonancia que acallaba todo lo demás. Son cuencos hechos de cuarzo y ella va rodeando los bordes con una baqueta de madera que tiene la punta de silicona; eso se traduce en sonidos circulares que suben y bajan su intensidad.
La vibración en el oído empezó a repartirse por todo el cuerpo, sentí un latido en el cuello y los hombros. Según la web de Sara Auster, la gurú de los baños de sonido en Estados Unidos, la música de los cuencos ayudan a quienes tienen dificultades para meditar o los que recién empiezan porque es una primera aproximación a lo que se siente en un estado meditativo.
Belén toca cuencos de cuarzo "que son los más poderosos porque están hechos del mismo material que nuestros huesos e intervienen a nivel celular". Los baños de sonido se pueden hacer con varios tipos de cuencos, como los de vidrio, y en combinación con otros instrumentos como el gong.
La pantalla de mi celular debía estar recibiendo notificaciones pero mi mirada estaba tapada por un antifaz –no está nada mal esto de censurar ciertos sentidos y activar otros en pos de lograr la tan ansiada desconexión–. Seguramente, los autos estaban circulando por la Avenida Libertador y las maquinitas del casino seguían engañando a todos los jugadores, pero mi mente y cuerpo estaban inmersos en el sonido de estos cuencos. Ningún otro sonido entraba a este salón cuya acústica resultó perfecta para la experiencia.
"Respirá una intención", dijo Belén. Asumo que escuchar una voz me desconcentró un poco, es como si mi cuerpo y los cuencos compartieran un lenguaje que se vio interrumpido por el habla. Tal vez fue la única cuestión que pudo haber sido un poco excluyente, ¿qué significa respirar una intención? Sé que son expresiones difundidas en los ámbitos de la meditación pero suenan vacíos para los que estamos afuera.
Es que Belén Ortega medita hace 20 años, sin embargo, lo que de verdad tuvo un efecto en ella, en su manejo del estrés, fueron los baños de sonido. Fue en un viaje a Tulum que descubrió los cuencos y decidió volver allí para tomar clase con la italiana Alessandra Montana que dicta cursos en México y otros lugares del mundo.
Belén trabajaba como periodista y diseñadora de experiencias. En Buenos Aires encontró muchas propuestas de yoga y meditación pero muy poco relacionado al sonido. Por eso, decidió armar estos after de bienestar. "Está bueno ir acostumbrando el oído y el cuerpo, relajarse desde las sensaciones, la música y la aromaterapia –dice Belén–. Para mí relajarse es revitalizar, no se trata de irte dormido sino de poder conectar con vos, olvidar los pendientes de trabajo. Los cuencos tienen la capacidad de bajarte un poco si estás muy acelerado o de despabilarte si estás medio depre".
Belén explica que escuchar los cuencos es un masaje, distinto a un descontracturante, el sonido está masajeando tu cuerpo con la vibración. "Este tipo de experiencias está en auge en ámbitos corporativos, porque ayudan a tener más claridad para el trabajo, eliminar el estrés y potenciar la energía y también es curativa, cuando uno se siente mal es porque está ‘fuera de tono’. Los baños de sonido ayudan a recuperar la armonía del organismo, lo que resulta en un reequilibrio de energía y un aumento de la relajación".
El sonido de los cuencos fue mermando. Me desperecé, me saqué el antifaz y volví a sentarme. Miré a mi alrededor, mis compañeros de relajación se veían descansados, con una expresión de placer, supongo que luciría parecida. Los que están en las sillas se enderezan. Belén nos preguntó cómo nos sentíamos. "Yo sentí que estaba flotando en el agua, que me iba moviendo como al ritmo de las olas", dijo una chica mientras se acomodaba el pelo. Otra, desde el fondo "yo lloré". Una señora sentada en un silla "sentí mucha vibración en el tobillo que me está doliendo bastante últimamente". En su mayoría eran mujeres de todas las edades; había algunos hombres jóvenes.
Yo dije que el principio me había resultado un poco incómodo, Belén me dijo que es habitual, que estos cuencos son muy poderosos y que adaptarse al sonido puede llevar un rato. Unos días después constaté que un dolor de contractura había bajado su intensidad, que no sentía tanta tensión en la parte de los hombros, justo donde la vibración se había hecho notar. En cuanto a la focalización y la productividad no noté cambio alguno.
La idea de after de bienestar es atractiva para ir después del trabajo. El bienestar para cada uno puede variar, relajarse puede ser también algo terrenal como tomar un vino con una picada. En este caso es un bienestar más cercano al movimiento wellness, la tendencia surgida en los años 50 en Estados Unidos o al New Age de los 70 y que entiende al bienestar como algo global entre cuerpo y mente; y con una influencia de lo espiritual.
Esta experiencia es abierta a quienes quieran conocer de qué se trata este tipo de bienestar y quieran salir un poco de la rutina o de estar sentados frente a la computadora. Todo dura menos de una hora y cada uno puede elegir si sacarse los zapatos, si estar sentado, si ponerse o no el antifaz o los aceites. Lo que sí se respeta es el silencio para dar protagonismo a los cuencos y a la música, que resultaron olas poderosas que por, al menos unos minutos, se llevaron los pensamientos y nos hicieron vibrar.
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