Un artista con buen respaldo
Matías Umpierrrez cuenta desde Nueva York cómo es pasar un año de mentoría en un programa de lujo
En junio último, Matías Umpierrez recibía una muy buena noticia. Su nombre aparecía en The New York Times, incluido en una lista de seleccionados por la Fundación Rolex, que desde 2002 viene desarrollando el programa Rolex Mentor & Protégé, destinado a reunir –para una experiencia de trabajo en común– a artistas de reconocida trayectoria en distintas disciplinas con otros más jóvenes que ya han dado pruebas de su propio potencial. En años anteriores, por ejemplo, se han destacado colaboraciones como las de Alejandro González Iñárritu con Tom Shoval, Mario Vargas Llosa con Antonio García Ángel y Martin Scorsese con la argentina Celina Murga.
Umpierrez, actor y creador multidisciplinario nacido en 1980, fue el elegido de Robert Lepage, artista canadiense que usó la plataforma de lanzamiento del teatro para lanzarse a la investigación de otras artes. Al frente de la compañía Ex Machina, Lepage encabezó la transformación de un parque de bomberos en Quebec en un centro de estudios y producción en torno del teatro, la ópera, los títeres, la danza y la música.
Durante siete años (de 2007 a 2014), Umpierrez fue director del Departamento de Teatro del Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. Pero al margen de su trabajo de curaduría en ese lugar, se mantuvo en movimiento produciendo obra con un carácter marcadamente interdisciplinario y atravesada por la interrogación constante alrededor de la relación que tenemos con la ficción. Su trabajo trascendió fronteras y en septiembre de 2015 llegó la nominación para beneficiarse con la iniciativa filantrópica que le permite una colaboración creativa de un año con su prestigioso mentor.
Instalado en Nueva York, Matías se encuentra en pleno proceso de trabajo, disfrutando esta oportunidad que anhelaba hace tiempo, pero que apenas aparecía como mera probabilidad, al no depender de una postulación. La nominación que formulan los mentores cada dos años es siempre una sorpresa agradable para los privilegiados. Un reconocimiento que puede llegar de nombres rutilantes como también, por ejemplo, Gilberto Gil. “En mi caso –dice por teléfono desde la Gran Manzana–, me siento especialmente afortunado porque quien me eligió es también un artista interdisciplinario. Igual que yo, Lepage es actor y ha generado colaboraciones globales con su trabajo. Estuvimos juntos en una gira que hizo en Japón con 887, uno de los últimos espectáculos de Ex Machina, y en uno de los shows que montó para el Cirque du Soleil. También viajamos por algunas ciudades de Canadá para investigar asuntos relacionados con un nuevo espectáculo que estrenará con la compañía de Ariane Mnouchkine. Y ahora en Nueva York lo estoy acompañando en un montaje para el Metropolitan Opera. En medio de estos encuentros aprovechamos para hablar sobre algunos de los proyectos en los que estoy trabajando. Me hace muy bien escuchar sus experiencias y recomendaciones. Estoy en un momento muy especial porque mi obra cada día está más centrada en el cruce de disciplinas. El punto de partida siempre es una reflexión sobre el teatro, pero el resultado no necesariamente se ve como teatro.”
Esa inclinación por la conexión entre materiales de diversa procedencia se revela con claridad en la variedad de proyectos de Umpierrez: de las video-instalaciones de Construcciones, que todavía [hasta hoy] pueden visitarse en el Centro Cultural Recoleta, a las intervenciones site-specific de drama HOME o el singular ciclo Teatro SOLO, que reúne piezas performáticas destinadas a un único espectador por función y se lleva a cabo al mismo tiempo en distintas ciudades del mundo. En Distancia, la propuesta es la configuración de una pieza virtual de teatro con actrices de Nueva York, París, Hamburgo y Buenos Aires conectadas en vivo vía streaming. Y en Paisaje, el abordaje cinematográfico de los límites de la tragedia.
El objetivo palpable es la difuminación de las categorías inamovibles y la expansión de las fronteras de cada actividad artística. Un trabajo artesanal del que pueden encontrarse algunas raíces familiares: “Siempre tuve una relación fluida con el arte. Mi padre es yesero, moldero y matricero de piezas de cerámica y porcelana, y a los 5 años empecé a tomar clases de escultura y de pintura. Conocí el teatro en el colegio primario. Actuaba y dirigía obras que presentábamos cada fin de año. Y la ficción siempre estuvo presente en mi vida a través de los libros y de la televisión. Mi madre miraba y sigue mirando telenovelas”, rememora Umpierrez, que no tuvo mucho eco familiar cuando quiso dedicarse a alguna disciplina artística una vez que terminó la escuela secundaria. Entonces se puso a estudiar publicidad. “Mientras hacía la carrera, tomaba clases de teatro casi a escondidas de mis padres. Estrené mi primera obra como actor en la sala Batato Barea del Centro Cultural Rojas, allá por 1999, cuando tenía 19 años y el país estaba al borde del abismo. Esa sensación estaba en el aire y creo que los artistas necesitábamos encontrar una manera de resistir esa caída. Yo siempre me moví tratando de generar todo tipo de colaboraciones: actuar, producir, asistir a directores, diseñar programas, armar fiestas para recaudar dinero para la realización de una obra... Hasta que en 2003 conseguí mi primer sueldo como actor en el Teatro San Martín, en la obra Panorama desde el puente. Y a partir de ahí se fueron encadenando las cosas hasta que me decidí a dirigir y a ser curador.”
¿Qué pasa hoy con tu faceta de actor? ¿Seguís interesado en desarrollarla?
Creo que empecé a dirigir mis proyectos cuando descubrí que mi deseo como actor estaba atado a la decisión de los otros. El acceso al trabajo de actor dependía de elecciones que me excedían, entonces resolví independizar mi deseo y crear obras de teatro, performances, piezas audiovisuales e intervenciones urbanas. Lo paradójico fue que el resultado de esa decisión, la liberación de la energía de la espera, me trajo mucho más trabajo como actor. Hice películas y obras de teatro que me acercaron a un estado de comunión profundo con el oficio. Pero desde 2013 viajo mucho por mi trabajo como artista interdisciplinario, así que evito comprometerme en proyectos como actor que me obliguen a estar mucho tiempo en Buenos Aires. Justamente en mis encuentros con Lepage me di cuenta de que necesito volver a actuar. Robert protagoniza muchas de las piezas que dirige para teatro y para cine. Verlo actuar es algo que me alienta para volver a conectarme con mi profesión original.
¿Cómo evaluás tu experiencia en el Rojas y de qué proyectos que pudiste concretar ahí te sentís especialmente orgulloso?
En los siete años que coordiné el área de Teatro del Rojas desarrollé una decena de proyectos curatoriales que fueron evolucionando a lo largo de varias ediciones. A partir de estos proyectos, fueron creados más de 70 espectáculos, performances e instalaciones originales dirigidas o escritas por gente del teatro, el cine, la danza, las artes visuales y la literatura. Mi propósito fue generar un espacio que no replicara todo aquello que ya sucedía vitalmente en el mundo del teatro independiente y que fuera capaz de producir contenidos de experimentación que impulsen cruces, nuevas tramas y colaboraciones entre artistas muy diversos. Creo que todos los proyectos dejaron una huella en mí. Le tengo especial cariño a la plataforma Óperas primas porque propició el debut de muchos nuevos directores y directoras teatrales. Me pone especialmente feliz que ese proyecto siga existiendo, con diferentes jurados que seleccionan las obras en cada edición. También recuerdo mucho Decálogo, indagaciones sobre los 10 mandamientos, donde comisionamos 10 piezas a dramaturgos de toda Iberoamérica. Cada uno escribió una obra de teatro destinada a indagar sobre las marcas de cada mandamiento en la vida cotidiana. O Proyecto Manual, donde se crearon piezas teatrales a partir de variables no dramáticas, como los manuales de instrucciones de productos o servicios.
¿Qué debe tener un buen curador?
A mí me gustan los curadores que conceptualizan los proyectos a partir de un diálogo con problemáticas emergentes y que generan algún tipo de trama interesante para la creación. También los que crean espacios colectivos de reflexión y les dan lugar a estéticas y generaciones distintas. Yo estudié con maestros que tienen puntos de vista muy diferentes sobre el trabajo artístico y aproveché aquello que percibí como valioso en cada caso. Cuando empecé a desarrollar proyectos como curador, me di cuenta de que me interesaba generar espacios en la frontera entre varias disciplinas, comunidades y territorios. Creo que el espacio de la frontera es el mejor lugar para cruzarnos con otras realidades, para ser libres fuera del área conocida. Por eso mis proyectos curatoriales e incluso el Festival Internacional de Dramaturgia que fundé en Buenos Aires en 2014 siempre están corridos de los límites, buscan las colaboraciones entre instituciones con realidades diversas o artistas que se valen de procedimientos muy distintos. También creo que necesito la curaduría para estar en diálogo permanente con otros artistas.
¿Recordás alguna obra que te haya impactado mucho, que haya sido una bisagra para vos?
Un día fui al teatro y en el inicio de la obra apareció en medio de la oscuridad una mujer que llevaba un vestido ensangrentado y una bolsa de supermercado. Sus hijos la observaban de muy cerca. Era La escala humana, un espectáculo dirigido por Javier Daulte, Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian que recuerdo como una gran revelación en relación al pensamiento sobre la escena, la dramaturgia y la actuación. Me pasó algo parecido con Cachetazo de campo, de Federico León; la puesta de Decadencia, de Rubén Szuchmacher; Temperley, escrita por Alejandro Tantanian y dirigida por Luciano Suardi... También me gustaron mucho Nunca estuviste tan adorable, de Daulte; Decidí canción, de Gustavo Tarrío; Neblina, del grupo de actrices Piel de Lava, y sigo muy atentamente todo el trabajo de Ciro Zorzoli. Destacaría, además, la importancia que han tenido para mí gente de otras disciplinas, como la coreógrafa Diana Szeinblum, con Secreto y Malibú, el cineasta Mariano Llinás y artistas visuales como Jorge Macchi, Matías Duville y Guillermo Kuitca.
¿Qué planes, al margen de esta experiencia propiciada por la Fundación Rolex, continúan?
Acabo de filmar un nuevo trabajo llamado Rostro. Me gusta pensarlo como un film de 15 minutos, pero no creo que necesariamente haga el recorrido más habitual para los cortometrajes. Creo que cada proyecto puede transformar el dispositivo para el que fue creado, así que empezaré mostrándolo en algunos festivales y después probablemente lo convierta en instalación. Además, vengo trabajando en una serie de instalaciones performáticas que formarán parte del proyecto Museo de la ficción, que pone el foco en los desplazamientos provocados por la ficción en un sistema de museo-colección-conservación-exhibición-tiempo. Estoy negociando que la primera pieza de este proyecto se estrene a principios de 2017 en San Sebastián (España), producida por dFERIA y Donostia Kultura. Y estoy escribiendo una nueva obra para teatro que me comisionaron y que se estrenará en Rusia en 2018. Después me gustaría volver al escenario a trabajar con actores.
¿Cómo te está resultando la vida en Nueva York?
Estoy instalado en Williamsburg, un barrio de Brooklyn donde viven muchos artistas. Mi departamento queda a veinte metros de la estación Bedford, que es un punto central del barrio. Mis días están muy tomados por los ensayos que estoy acompañando en el Metropolitan Opera. Es una ópera contemporánea de la compositora finlandesa Kaija Saariaho titulada L'amour de loin y llevada a escena por Robert Lepage. Se estrenará el próximo 1° de diciembre. Nueva York es una ciudad que me acompaña desde hace mucho tiempo. Por diferentes razones termino pasando varios meses al año acá. Estoy muy atento al trabajo de algunos curadores que presentan proyectos en museos y galerías. Y también me gusta ver qué hay en espacios como el Park Avenue Armory, un gigantesco galpón ubicado en medio del Upper East Side que muta constantemente de disciplina para presentar a los más diversos artistas y que acerca al público instalaciones de gran dimensión. Últimamente, presentaron sus obras ahí Christian Boltanski, Janet Cardiff y Heiner Goebbels. Y muy pronto estará programada Manifesto, una instalación audiovisual del artista alemán Julian Rosefeldt integrada por trece films protagonizados por Cate Blanchett que hacen referencia a distintos manifiestos de la historia del arte.
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