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Los reflejos del sol primaveral se cuelan por los enormes ventanales de una casona, con fachada amarilla y coloridos banderines, ubicada en una esquina de Ingeniero Maschwitz, a metros de la estación de tren. Iluminan las mesas de madera con arreglos florales y los antiquísimos pisos de calcáreo, color ocre y negros, que se mantienen impecables a pesar del paso del tiempo. Esta construcción tiene historia en el barrio: dicen que data de 1890 y que allí funcionó el primer almacén de Ramos Generales de la zona. Hoy, luce totalmente renovada, pero aún mantiene su estética original. La gran novedad es que recientemente, inauguró “Café Casa Tr3s”, un proyecto impulsado por un grupo de padres de la escuela Waldorf “Clara de Asís”, situada a unas pocas cuadras del lugar. Además de su interesante propuesta gastronómica, organizan talleres, cursos y actividades culturales. “El emprendimiento surge con la idea de crear un espacio destinado a promover encuentros y expresión, con el objetivo de colaborar con la comunidad”, cuenta a LA NACIÓN, Valeria Moreda, de 38 años, nutricionista y socia del lugar, mientras saluda a algunos habitués que se acercaron a deleitarse con las especialidades de la casa.
Es sábado al mediodía y el pintoresco salón, situado en Ituzaingó 985, está concurrido. Hay varios que están disfrutando de un desayuno tardío o de un completo brunch. Las mesas cerca de los ventanales están todas ocupadas así como el cómodo sillón con mesa ratona cerca de la amplia terraza. El mostrador está repleto de dulces, tortas y panes de masa madre. Hay medialunas, chipá, roll de canela, brownie con mantequilla de maní, budín de zapallo y jengibre y la clásica rogel (ideal para compartir), entre otros. Algunos vecinos, conocedores de las especialidades, se acercaron a comprarlas para llevar a sus hogares.
Un antiguo almacén de pueblo
El ambiente es tan acogedor que uno se siente en el living de su propio hogar. Su ambientación, con muebles antiguos, vajilla y puertas de hierro con vidrio repartido nos hacen viajar a otras épocas. Hasta las persianas recuerdan el antiguo almacén del pueblo. Combinan a la perfección con las mesas y sillas de distintos estilos (desde inglés hasta francés) y la moderna iluminación en los tonos rosa viejo. “Desde que llegamos a Maschwitz la casa nos llamó la atención. Es un lugar emblemático y muy visible, al estar en una esquina. Alguien me comentó una vez que la veía como “la misteriosa casa de la esquina”, y creo que representa mucho para quienes pasan por aquí a diario. Tiene una presencia imponente.
En cuanto a su historia, muchas personas tienen recuerdos asociados a ella. En el pasado, fue propiedad de una vecina que tenía un emprendimiento de muebles, y en algún momento también hubo un bar en la terraza. Algunas personas pudieron conocerla por dentro, mientras que otras siempre tuvieron la curiosidad de hacerlo. Nos cuentan que fue uno de los primeros almacenes donde se vendían productos básicos”, reconstruye Moreda, quien es oriunda de Tigre y durante la pandemia del Covid descubrió los encantos de Maschwitz. Tal es así que en el 2020, junto a su pareja Gabriel e hijos decidieron mudarse al barrio cautivados por la onda de “pueblo”. “Nos encantó la atmósfera tranquila y sus características de lugar pequeño. A pesar de estar cerca de la ciudad, conserva un ambiente de barrio y un estilo de vida relajado y rodeado de naturaleza”, suma, quien tras recibirse de nutricionista este año se animó a montar el emprendimiento gastronómico: Café Casa Tr3s, en uno de los espacios de la histórica casona. Según explica, el nombre del proyecto tiene un significado especial: “Queríamos, por un lado, hacer referencia a la propuesta gastronómica del café, y al mismo tiempo vincular el número 3 al nombre de la casa, Casa 3. Este número simboliza la idea de que ante una misma realidad no existen solo dos posiciones, sino siempre una tercera, lo que representa una visión más allá de lo polarizado, incluso contracultural. Así, ante dos posiciones opuestas, siempre cabe la posibilidad de una tercera perspectiva, y esa es la lógica que buscamos transmitir”, confiesa.
Cada visita es parte de algo más
Aquí valoran lo auténtico, la calidad nutricional y la conexión con la comunidad. En este sentido todos los proveedores son locales y cuidadosamente seleccionados: desde el pan, las verduras, frutas hasta la cerámica (hecha por una artista del barrio). Utilizan lácteos orgánicos y harina orgánica de Don Paisa, las prendas de los empleados fueron hechas por Pespunto, un emprendimiento textil local y los arreglos florales los realiza una amiga de Valeria de la zona. También tienen proveedores de productos agroecológicos, como aceite de oliva, azúcar mascabo y tomate orgánico, (algunos provenientes de Córdoba y otros de Buenos Aires). “Valoramos el trabajo colaborativo como un cambio de paradigma que se aleja de la competencia y promueve la cooperación. Creemos que podemos potenciarnos unos a otros, compartiendo y utilizando lo que cada uno hace en la comunidad. Nos parece que el camino es colaborar y acompañarnos mutuamente. Creemos en el valor de la cultura para unir a las personas y ofrecemos una experiencia que celebra lo auténtico y lo local. Aspiramos a ser un faro de cultura y comunidad en Ingeniero Maschwitz. Un punto de encuentro en donde cada visita es parte de algo más grande”, explica la emprendedora.
La estrella: la pastelería del mostrador
El establecimiento abre sus puertas a partir de las ocho de la mañana hasta las 19.30hs con una variada propuesta de desayunos, almuerzos y meriendas. El café de especialidad (un blend de origen colombiano y brasileño) es ideal para comenzar la mañana con la mejor energía. Se puede acompañar con el tostón de queso crema y tomates cherrys con huevos o el de ricota, palta y miel.
Otra opción bien saludable son las frutas orgánicas de estación con yogurt. Aunque la verdadera estrella es la pastelería del mostrador. La elabora especialmente Hans, una destacada pastelería de la zona que tiene su centro de producción a media cuadra del establecimiento. “Priorizamos trabajar con materias primas de la mejor calidad, optando siempre que sea posible por ingredientes orgánicos, de estación y producidos localmente. Contamos con un tambo que nos provee leche fresca y huevos semanalmente, y utilizamos harinas agroecológicas”, explica Juan Hans. Actualmente, tienen un pan de campo, otro de molde con semillas y un pan lactal enriquecido con yogurt, que contribuye a la fermentación de la leche en el proceso. También focaccias.
En cuanto a la pastelería siguen una línea bastante tradicional. “Trabajamos mucho con frutas frescas, y ahora que se acerca el verano, podemos ofrecer una variedad más amplia. Algunos productos clásicos que se mantienen en el mostrador son el budín de zapallo y jengibre con crema de queso y nueces, las tortitas de limón, que son favoritas entre los niños, y el chipá, que tiene mucha aceptación”, agrega.
Para la hora del almuerzo o como entrada para picar, la chef Clarita Marra, otra madre de la comunidad, presenta las croquetas de hongos con alioli y salsa de morrones; bombas de kale y quinoa con chutney; empanadas de carne o verdura y la gran vedette: el Mbejú. Se trata de un plato tradicional (bien chatito y crocante) de Paraguay con harina de mandioca, manteca y quesos. Viene acompañado con palta, pickles de cebolla, cilandro y alioli verde. De los principales, es muy recomendada la lasaña vegetariana y el sándwich de pastrón con papas crocantes. Aunque no se queda atrás la milanesa de peceto con puré. En cuanto a los postres son bien clásicos: panqueque con dulce de leche, flan y quinotos o peras en almíbar con queso.
En poco tiempo, la casona se transformó en un punto de encuentro de la comunidad del barrio: todos se ven atraídos por su propuesta cultural. Incluso los fines de semana se llena también de clientela (de paso) que se acerca desde lejos para conocerla y también visitar el Mercado de Maschwitz (que se encuentra a tan solo unos minutos). Actualmente ofrecen talleres de canto y artísticos (en vivo), ferias de emprendedores, teatro y catas de vino. “El espacio está disponible para quienes deseen organizar encuentros o actividades, y muchas de estas iniciativas provienen de otros organizadores. Por ejemplo, este mes recibiremos a Dante, un joven que impulsa propuestas culturales en Maschwitz. Las actividades suelen tener lugar en el salón cuando la cafetería no está funcionando, lo que permite aprovechar el espacio para talleres y encuentros culturales en diferentes momentos”, cuenta Valeria, entusiasmada.
El espresso de la tarde
Cae la tarde. De repente se nubló y levantó algo de viento: las hojas de los árboles empezaron a danzar. En la esquina un perrito blanco pispea por la puerta para ingresar al café, tentado con el aroma de los dulces artesanales del mostrador. De la cafetera sale un espresso, que con su delicioso aroma invade todo el salón. Hay mucha calma en este refugio que supo ser un antiguo almacén de Ramos Generales y ahora luce transformado. Lo curioso es que aunque haya cambiado de rubro a lo largo de los años siempre fue un lugar de encuentro.
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