Carlos Pérez es mendocino y Ximena Gray, “Luli”, de Santiago de Chile. Se conocieron en Viña del Mar durante el verano de 1977. La distancia, después de seis años, jugó con contra. El reencuentro en 2016 y la boda soñada el pasado 7 de junio. “Pusimos foco en disfrutarnos”, coinciden
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“¿Cumplir un sueño? No, el sueño lo estamos viviendo desde que nos reencontramos, desde que decidimos vivir cada momento sin dejar las migas, desde que pusimos foco en disfrutarnos”.
Carlos Pérez (63) y Ximena Gray, “Luli”, de 62, responden a dúo y con una complicidad que asombra. En medio de viejas fotografías y de numerosas cartas amarillentas que se enviaron allá por los años 70, cuando mantuvieron una relación a distancia, los recién casados cuentan su historia y aseguran que si bien la unión civil es un trámite que los fortaleció ante la sociedad, la institución amorosa la fortalecen y construyen ellos todos los días de sus vidas.
Mendocino de Rivadavia, Carlos tenía 16 años cuando una noche de verano, en Viña del Mar, quedó hechizado por “Luli”, chilena, quinceañera y preciosa. Él era el “alma” de la reunión y cuando ella apareció, un poco más tarde, redobló la apuesta e hizo reír a todos, incluso a ella, durante toda la noche.
Era –y sigue siendo— muy común que los mendocinos pasen sus veranos en Chile. “Pero no tan común enamorarse”, aclara Carlos, que le dejó una carta al despedirse aquel verano del ‘77. Aquellas líneas fueron el puntapié de una hermosa historia de amor que se sostuvo por un tiempo gracias al correo postal pero que, finalmente, la distancia terminó por disipar.
Un casamiento y la ausencia
Lo cierto es que el cartero llegó una mañana de 1985 a Rivadavia con la noticia más dolorosa: “Luli” le anunciaba que se casaba. “Se me derrumbó el mundo y a la vez la comprendía. No hubo reproches y le desee lo mejor”, repasa él, que al verano siguiente fue a Viña, como siempre, y ella ya no estaba.
Tras estudiar licenciatura en Arte en Santiago, Ximena fue una exitosa cantante, tuvo dos hijos, Andrea y Nicolás, y se desarrolló profesionalmente en los sectores financieros de algunos bancos. Carlos siguió la carrera de Enología y también se casó y buscó su futuro. No tuvo hijos.
Corría noviembre de 2016. El tiempo había volado. Más de 30 años sin saber nada uno del otro. Aunque las redes sociales estaban instaladísimas, Carlos no tenía Facebook.
Por eso, cuando le “picó el bichito” de querer saber algo de “Luli”, se metió en una cuenta ajena, la de su hermana.
“Escribí su nombre en el buscador y apareció la imagen de una hermosa mujer. Más madura, más espléndida. Sentí un profundo deseo de saber más”, recuerda.
El primer mensaje no se hizo esperar y la respuesta llegó de inmediato. Los dos finalizaban una relación. Carlos inventó cualquier excusa para viajar a Chile.
“Me atrapó de nuevo su humor tan particular, su frescura, su redacción impecable”, recuerda.
Carlos llegó a Santiago y quedaron en encontrarse en el mismo restaurante que solían frecuentar de jóvenes, El Huerto. Parecía un adolescente.
“Si temblaba antes de que llegara, verla fue impactante. Nos convertimos en chicos enamorados, muertos de risa y con proyectos que se iban concretando en tierra firme”, evoca.
Un año después, ella se mudó a Mendoza. No querían perder más tiempo separados. “La vida nos estaba regalando una hermosa oportunidad y no la íbamos a desperdiciar”, coinciden.
Ella mira hacia atrás y asegura que el reencuentro con Carlos fue maravilloso. “Somos los mismos y a la vez somos otros, personas con experiencia, con marcas y heridas que saben disfrutar de la vida, de momentos muy simples y pequeños como compartir una película”, sintetizó.
La boda postergada y esperada
Carlos y Luli siempre quisieron casarse, pero por cosas de la vida, incluida la pandemia, no se pudo concretar antes.
“El sábado 25 de mayo precipitamos la decisión. Dijimos que lo haríamos, que no íbamos a esperar más. Que íbamos a celebrar con quienes pudieran estar”, cuenta Carlos.
Dos días después se presentó en el Registro Civil de Rivadavia y a las pocas horas llevaron toda la documentación, incluida la de ella, que llegó online desde Chile. Y prepararon las tarjetas que enviaron rápidamente a familiares y amigos: “Ya era hora, nos casamos”, indicaba, para invitar a quienes desearan acompañarlos a estar presentes el viernes 7 de junio, a las 12.
A pesar del escaso tiempo de aviso, 64 “maravillosas personas” celebraron el amor junto a ellos, primero en el civil y luego en un local de pastas y parrilla donde no faltó el baile y la música.
Sin embargo, el momento más emotivo fue cuando cada uno expresó públicamente su sentimiento hacia el otro.
“Hace casi ocho años mi vida emocional transcurría sin sobresaltos, enfocado en el día a día, haciendo lo que correspondía y debía hacer. El quiebre de mi vida se dio, justamente, cuando nuestros corazones, el de ‘Luli’ y el mío, se fusionaron en un impacto azaroso, sublime, sin siquiera saber dónde aquella vorágine de sensaciones nos llevaba”, expresó él.
“Me sentí un adolescente en un cuerpo de casi 60. Pensé que era un flash, la idealización del momento. Creí que lo verdadero había sucedido hacía más de 30 años y que esto era solo un anhelo, un deseo imaginario”, continuó, entre aplausos.
“Luego analizaba la química con la que nos comunicábamos y era la misma de aquellos años, el humor, las risas, las charlas, las miradas, la complicidad.
Hoy estamos celebrando nuestro amor en esta unión civil ante nuestros afectos, familia y amigos y no puedo más que agradecer por todo lo que nos sucedió para poder llegar hasta aquí. Han pasado años de aquel encuentro maravilloso y único y el resplandor del flash no era tal. La luz de esta mujer es real y la emite cuando me habla, me mira, me escucha. Es la dulzura con pimienta y jenjibre atrapada en un cuerpo de mujer. Es el amor de mi vida, amigos. Te amo, Ximena Gray”.
Emocionada, “Luli” comparó su amor por Carlos con el agua, el fuego y la tierra.
“Agua que fluye, refresca, acompaña, divierte y, sobre todo, es transparente. Tu transparencia me conmueve. Gracias por ser agua en mi vida, por llevarme, acompañarme, fluir y confluir”, dijo.
“Gracias por mostrarme y hacerme sentir que podemos navegar juntos por aguas calmas y turbulentas, porque juntos estamos a salvo”, completó.
“Eres fuego que envuelve sin daño, que abraza fuerte con pasión y generosidad. Ese fuego que es permanente y cada día más renovado, a veces calmo, otras veces chispeante y voraz como una fiesta encendida. Tu fuego me invita a festejar, a sorprendernos con lo pequeño y grandioso de la vida, a abrazar y disfrutar de lo nuevo y renovado”, expresó.
Y concluyó: “También eres tierra, verdadera, tangible, sin dobleces ni suposiciones, tierra fértil y bondadosa. Siempre con nuevos brotes de ternura, semillas diarias de cariño y pasión, complicidad, humor y buena cocina. Gracias por eso. Gracias por sacar lo mejor de mí, por esa sonrisa, por esos ojos emocionados y por tu tremenda capacidad de amar que demuestras cada día. Gracias por ser mi partner, amigo, amante, compañero, confidente y hoy mi esposo”.
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