Trabajaban en turismo y en plena pandemia, cuando los ahorros se terminaron, tuvieron que buscar una solución para dejar el departamento que alquilaban en Ushuaia.
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Como a tantos otros argentinos, la pandemia de 2020 los afectó laboral y, por supuesto, económicamente. Empleados en el rubro de turismo -ella como camarera y él en la navegación de barcos- pronto se quedaron sin trabajo. Y, aunque pensaron que sería un momento transitorio, la situación se complicó cada vez más. Sin ingresos y con los ahorros que se iban consumiendo, alquilar el departamento de dos ambientes en Ushuaia, donde entonces vivían, se estaba haciendo cada vez más dificultoso. Lo peor de todo era que no tenían otra opción para mudarse. La incertidumbre los estaba sofocando y necesitaban resolver su futuro próximo.
Se habían conocido en 2013 cuando por los trabajos de ambos coincidieron una temporada alta en una estancia turística. La química fue inmediata entre ellos y pronto decidieron convivir. La vida era tranquila, sin sobresaltos y disfrutaban de los días de descanso en el amplio departamento a estrenar de dos pisos, con balcón, calefaccionado por loza radiante y una vista panorámica de la ciudad de Ushuaia, cuando la crisis tocó su puerta.
“Solo nos alcanzaba para comprar un colectivo y convertirlo en nuestra casa”
“Ya con el estrés por las nubes buscando changas para poder sobrevivir, decidimos tomar una solución para poder pasar la crisis y cambiar el rumbo de nuestra vida. Decidimos entonces vender nuestro único capital, un vehículo que teníamos con la idea de ponerlo al servicio de un emprendimiento en el área de turismo. Pero venderlo y seguir pagando un alquiler tampoco era la solución. Teníamos que invertir en un hogar propio. Ese era un sueño que también teníamos. Pero los altos valores en propiedades y tierras del mercado nos desmotivaron. Para lo único que nos alcanzaba era para comprar un colectivo y convertirlo en nuestra casa. Así fue que investigando y charlando con un amigo que estaba en la misma situación y un paso adelante ya armando su vivienda con ruedas, decidimos emprender ese camino”, recuerda Cecilia.
Para llegar a adquirir el vehículo que funcionaría a modo de vivienda, significó un largo camino. Entre averiguaciones sobre cómo debía estar el coche, el funcionamiento del mismo, la posibilidad de conseguir repuestos o los diferentes tipo de carrocerías fue el comienzo de una serie de obstáculos que Cecilia y Víctor tuvieron que sortear. Es que en Ushuaia no existen los colectivos como el que ellos buscaban y la única solución era comprarlo y trasladarlo desde Buenos Aires.
Finalmente consiguieron el que les parecía adecuado. Por $800 mil pesos se lo compraron a una empresa de turismo. “Después de 15 años este tipo de vehículos dejan de servir para trabajar y o bien son abandonados o se venden como repuestos y para proyectos como el nuestro”.
Allí comenzó otro problema: mover, en plena pandemia y con un centenar de restricciones, un colectivo de dos pisos desde la provincia de Buenos Aires hasta la isla de Tierra del Fuego. Fue una verdadera odisea conseguir los permisos para cruzar las fronteras y recibir el bus en Río Gallegos. “Pero aquel 18 de octubre del 2020, después pues de tanto esfuerzo y sacrificio logramos ingresar nuestra futura casa a la ciudad. Y ahí comenzó otro desafío. Ya casi sin dinero y con mucho trabajo por hacer con nuestras propias manos para acondicionar el colectivo, lo estacionamos al costado de la Ruta N°3, la segunda más larga de la Argentina -luego de la 40- y que atraviesa cinco provincias: Buenos Aires, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego”.
Al comienzo empezaron a trabajar con un generador que les proporcionaba energía para utilizar las herramientas. Sin embargo no era suficiente: necesitaban energía de red para poder acelerar las tareas. Hasta que un buen día consiguieron un lugar con esos requisitos y, gracias a la amabilidad de un vecino que les compartió la luz, pudieron avanzar con las refacciones.
Ya sin dinero y con la casa a medio terminar, dejaron las comodidades del departamento y se mudaron. Como todavía el bus no contaba ni con cocina, ni con agua ni con un baño, tuvieron que pedir ayuda. “Unos amigos nos brindaron su espacio para los primeros días, mientras nos acomodábamos. Lo primero que hicimos fue construir el sector de la cama y con eso listo empezamos a ir a dormir al colectivo. Después logramos terminar la parte del agua y luego pudimos comprar la cocina y empezar a comer en el colectivo. Todo con mucho esfuerzo, tiempo y dedicación”.
Pasar el invierno, un desafío extremo
Pasar el invierno fue uno de los más grandes desafíos que enfrentaron ya que no contaban con la calefacción ni la aislación correspondiente para atravesar los duros meses fríos. “Hubo días de -14C° en los que se congeló el agua del tanque y las cañerías por completo. Incluso teníamos puertas que no podíamos abrir porque estaban pegadas del frío. La nieve nos llegaba hasta la rodilla y, como todavía no teníamos baño, no nos quedaba otra alternativa que caminar 20 cuadras hasta el que nos había prestado un amigo. Día y noche la misma rutina y a cualquier hora del día”.
Hasta que vivir en esas condiciones se volvió insoportable, de modo que tuvieron que mudarse transitoriamente a la casa de sus amigos, que gentilmente les abrieron las puertas de su casa. De todos modos, durante el día continuaban con los trabajos en el colectivo para seguir avanzando. “Con una salamandra (estufa a leña) tratábamos de mantenernos lo más calentitos posible, pero no era suficiente con eso solo ya que, por la noche, al momento de acostarnos solo duraba dos horas encendida y se apagaba”.
Con la llegada de los días más cálidos y la posibilidad de terminar con la instalación de la ducha, pudieron volver a acomodarse dentro del bus. “Desde ese momento aprendimos lo valioso de tener agua y cuánto hay que cuidarla ya que solo contamos con un tanque de 600 litros que nos alcanza para una semana. Ninguno de los dos había hecho una experiencia similar anteriormente. Pero la necesidad de salir adelante nos llevó a tener que encontrar una salida viable a nuestra situación”.
Los trabajos y refacciones dentro del colectivo continúan a toda marcha, siempre según la disponibilidad de tiempo de la pareja. Actualmente, con la reactivación del turismo local, ambos consiguieron trabajo nuevamente. Están fuera de “casa” durante el día y, por la tarde, cuando finaliza la jornada laboral, llegan al bus para seguir con su acondicionamiento.
“Todavía nos queda mucho por hacer. De hecho, por el momento, usamos el piso de abajo como depósito pero en un futuro pretendemos armar una habitación más cómoda y amplia. El problema que tenemos hoy es que no existe en esta ciudad - como tampoco en muchas del país-, espacios adecuados para poder estacionar este tipo de modalidad de casa vehículo, en donde podamos adquirir servicios y no molestar o incomodar a nadie. Pero ha sido sin duda alguna la gran aventura de nuestras vidas”.
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