Inmigrantes reflexionan sobre la situación que atraviesa el país de Europa oriental ante la amenaza del líder ruso
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Hubo cuatro olas migratorias desde Ucrania hacia la Argentina. La primera, en 1890, se asentó mayormente en la provincia de Misiones. La última, que ocurrió exactamente un siglo después, llegó atraída por el reflejo “milagroso” de la convertibilidad. Se calcula que, entre ucranianos nativos y descendientes, hoy son 300.000 en el país. Tienen una comunidad bien organizada, que mantiene vivo su idioma y sus tradiciones. Pero el único tema que concentra todas sus conversaciones es la posibilidad inminente de una invasión rusa a la tierra de sus orígenes. Temen por sus familiares.
“Los ucranianos vivimos en un campo de batalla”
El mundo está en vilo por el inminente ataque de Rusia, bajo las órdenes de Vladímir Putin, a su país vecino del oeste, Ucrania. Las noticias de todo el mundo reflejan los momentos de tensión a causa del despliegue de más de cien mil militares rusos en la frontera con Kiev. Desde Argentina, aquellos ucranianos que decidieron forjar su destino en estas tierras lejanas, están preocupados por sus familiares y temen por la situación de su país natal. “Se están viviendo tiempos de mucha angustia y la situación es muy tensa. En Ucrania vivimos siempre en un campo de batalla, porque está en la frontera entre occidente y oriente“, dice Jorge Danylyszyn (66), arquitecto, hijo de inmigrantes ucranianos y actual presidente de la Asociación Ucrania de Cultura Prosvita dedicada a fomentar el idioma y las costumbres de aquel país.
Según Jorge: “La creación del estado ucraniano se remonta al siglo X, pero lamentablemente por una razón o por otra, siempre hay un imperio que se quiere apropiar de nuestra historia y de nuestras tierras y no nos dejan desarrollarnos como Estado”.
Ucrania logró su independencia hace 30 años, tras la caída de la Unión Soviética. Sin embargo, ha sido históricamente amenazada por Putin por considerarla un territorio de influencia ruso, y con sus amenazas de invasión busca evitar, entre otras cosas, la entrada de ese país a la UE y a la OTAN. “Cuando Ucrania dice, a través de una reforma de su constitución, que quieren pertenecer a la OTAN los rusos se asustan y dicen que quieren recuperar ese espacio a punta de pistola. Ucrania tiene la mala suerte de tener esa ubicación, pero la buena suerte de ser un país con una historia milenaria, con una historia medieval muy rica”, explica Jorge.
-Con todo lo que está pasando en Ucrania ¿Cuál es su mayor temor?
-Mi mayor miedo es perder los 30 años de independencia que tenemos. Creo que Ucrania demostró que puede ser un estado europeo progresista y a pesar de todos los problemas que pueda tener es un Estado con historia, que se puede desarrollar y que tiene su propio idioma, aunque los rusos a toda costa trataron de hacerlo desaparecer y no lo han logrado.
-¿Piensa que hay factores económicos que influyen?
-Sin ninguna duda. El gasoducto Nord Stream 2 que construye Rusia con Alemania, le va a permitir a Rusia ganar mucho dinero porque no va a tener que pagar nada por el tránsito del gas a través de Bielorusia y Ucrania, porque lo va a hacer a través del Mar del Norte. Los Estados Unidos, Polonia y otros estados creen que el gas ruso lo van a utilizar como arma política. El aumento del gas se debe particularmente a los intereses económicos de quienes dominan el poder ruso.
-¿La gente que está allá piensa en emigrar o preparar refugios?
-Ucrania tiene más de 40 millones de habitantes y todos no pueden emigrar. No sé si están armando refugios, lo que sí creo es que muchos se están preparando para defender lo que consideran que les pertenece a diferencia de otras oportunidades.
“¿Quién quiere a Putin? Es un asesino, tememos a sus locuras”
“¿Quién quiere que Rusia invada? Nosotros queremos ser independientes. ¿Quién quiere a Putin? Es un asesino, tememos a sus locuras”, exclama Ganna Korbutiak (71), con un marcado acento eslavo que revela su origen. Aún recuerda la última vez que fue de visita a Ucrania: “Estuve allá hace cinco años. Antes iba cada dos o tres años pero ahora, en este momento, no puedo económicamente. Además, tengo miedo de entrar al país y no saber qué va a pasar. Antes era más tranquilo, pero ahora con está amenaza de Rusia no sabes lo que te espera”, cuenta.
Ganna llegó a la Argentina hace 24 años, es oriunda de Kolomyia, al oeste de Ucrania. “Yo vine por el problema económico. Estaba buscando otra vida para mí y para mis hijos. El único país que conseguí venir de manera legal fue la Argentina. Primero vine sola y después, al año, me fui a buscar a mis hijos. Tengo tres, pero volví con dos: el menor, Andrés, que tenía cinco años y Nadia de 17. Tatiana -la mayor- se quedó allá”, cuenta.
En los años 90, llegaron al país alrededor de 7000 ucranianos, es lo que se conoce como “la cuarta ola” de inmigrantes de aquel país, que fueron seducidos por la convertibilidad y la posibilidad de lograr un mejor pasar económico para ellos y sus familias que permanecían en su país de origen.
Jorge explica que, aunque no hay datos precisos, se estima que actualmente viven en la Argentina alrededor de 300.000 ucranianos y descendientes. “Mis padres llegaron a la Argentina en 1927 y 1932. Mi padre tenía 24 años y mi madre, 17. Ellos vinieron desde Ternavka y Terebovlia buscando una mejor situación económica y pertenecen a lo que se llama “la segunda ola migratoria” de las cuatro que tuvo el país. La primera, en 1890 principalmente a la provincia de Misiones, la segunda y la cuarta fueron por cuestiones económicas, y la tercera fue política después de la segunda guerra mundial”, dice.
“Cuando ellos vinieron, la Argentina era uno de los países más importantes del mundo. Después vino la crisis, pero hasta ese momento se podía venir y ganar dinero. La idea de mi padre era trabajar, hacer dinero y regresar a su tierra natal para comprar tierras y vivir tranquilos. Pero la Segunda Guerra Mundial hizo que no pudieran retornar y se asentaron en la en la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Flores. Tuvieron cuatro hijos.”, agrega Jorge. Cuenta que Miguel, su padre, en un comienzo se dedicó a la carpintería y luego fue empleado bancario, mientras que su Rosalía, su madre, era ama de casa.
-¿Qué le contaban sus padres de su infancia en Ucrania?
-Con mis hermanos crecimos conociendo la historia de Ucrania como país independiente y cómo buscó esa independencia cuando no la tenía. Mis padres no tuvieron la posibilidad de ir a una escuela donde se hablase su idioma, porque la región donde vivían estaba bajo el dominio del imperio polaco. Acá, mi padre se involucró mucho con la labor de la Comunidad Ucraniana en la Argentina: en el año 31 fue presidente de esa institución y luego participó en la conducción de la escuela, el conjunto de danzas y los coros. Toda nuestra vida social transcurrió ahí, ya sea en la asociación o la iglesia greco católica que es a la que pertenecemos. Reconocemos la autoridad del Papa, pero tenemos nuestro calendario, el gregoriano.
-¿Regresaron sus padres a Ucrania?
-No a vivir. Allá estaban mis abuelos, a quienes yo nunca conocí. Mi mamá viajó en el 91 y se reencontró con una hermana a la que no veía desde 1931. Volvió muy conmovida de ese viaje. Allá tengo primos lejanos y la mayoría de los hermanos de mi padre que fallecieron.
-¿Cuál era el sentimiento de sus padres hacia la Argentina?
-Aunque mis padres tenían mucho cariño por Ucrania, siempre estuvieron con muy agradecidos con la Argentina, que les permitió vivir y desarrollarse en paz, porque acá eran tratados bien.
“Temo por mi madre, quisiera traerla a la Argentina pero no puedo”
Ganna llegó al país sin saber ni una palabra de español. Traía consigo un título de enfermera pero no le fue reconocido y tuvo que volver a estudiar la carrera. “En un principio, trabajé en casas de familia, como empleada doméstica. Ahí aprendí el idioma. Después, fui a la Asociación Ucrania de Cultura Prosvita y me dieron un departamento chiquito, donde viví con mis hijos. Durante mucho tiempo, además de trabajar, volví a estudiar y hace catorce años que me recibí como enfermera profesional en la Universidad Abierta Interamericana”, dice.
Hoy, además del orgullo de haberse superado a sí misma, Ganna tiene en su haber una satisfacción aún mayor: su hijo, Andrés, recientemente se graduó en la universidad. “Hace poquito mi hijo se recibió de odontólogo y trabaja en una clínica, en la misma que primero fue administrativo mientras estudiaba”, dice. Además, cuenta orgullosa que su hija se mudó a Villa La Angostura, donde trabaja como manicura en una peluquería.
Pero la alegría por el bienestar de sus hijos se empaña con la situación que atraviesa su Ucrania natal, donde aún viven su madre, hermano y su hija mayor que está casada y tiene dos hijos. “Mi mamá vive en un pueblo, Ostapcivzi. Gracias a Dios la zona no está comprometida con lo que está pasando, pero igual estamos preocupados porque tenemos familia cerca, primos y sobrinos. Cada vez que hablo, ella llora porque lo que está pasando es muy triste y pienso que está prácticamente sola. Ella tiene diez nietos y once bisnietos, pero todos hicimos nuestras vidas. Otros hermanos que tengo están en Italia, gracias a Dios tengo un hermano que vive cerca. Él es el que se ocupa de todo.”, cuenta Ganna con la voz entrecortada.
-¿Pensó alguna vez en traer a su mamá a la Argentina?
-Sí, le dije muchas veces pero no había caso. Yo quería traerla, pero ella se negaba porque decía que toda su vida había estado en Ucrania, que su marido -mi papá- había muerto ahí. Y ahora ella me pide que la traiga, me dice que ya tiene ganas pero yo le digo: “Ahora, mamá ya no. Ahora no puedo. Fue hace cinco años que te dije, ahora no puedo económicamente”.
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