Ucrania: postales del horror
Se cumplen 75 años del Holodomor, el genocidio contra el pueblo ucranio que produjo millones de muertes por una hambruna planificada y llevada a cabo por el régimen estalinista. La tragedia ignorada
La primavera aún no había terminado cuando la gente empezó a morir. Primero se hinchaban, y luego morían. Quedaban muertos sobre sus camas, a los costados de la calle...” Los ojos de Tatiana Tarasenko se pierden en los vidrios de las ventanas de su casa de Berisso, como si volviera a ver las imágenes que relata. Pasaron 75 años, pero su memoria está intacta: “Recién había cumplido los 10, a principios de 1933, cuando todo comenzó. Cuando la gente se moría y yo lo veía con mis propios ojos”.
Pero en su pueblo, Lypniazka, en la provincia de Kirowohrad, como en toda la Ucrania soviética, el proceso que llevaría a la muerte a entre cinco y 12 millones de personas por hambre, según distintas estimaciones, venía de antes. A mediados de la década del 20, en los últimos tiempos de la NEP (Nueva Política Económica), el estancamiento en el crecimiento de la producción industrial se combinó con una suba en los precios de los alimentos producida, entre otros factores, por la deficiente tecnología agrícola, algunas malas cosechas y cierto grado de retención de cereales por parte de los campesinos.
Al mismo tiempo, la política de ucranianización o indigenización impulsada por el PC (Partido Comunista) en 1923, que consistía en estimular las culturas locales, el idioma ucranio como lengua oficial, y en apoyar el desarrollo de la intelectualidad local, le otorgó al país un grado de autonomía que, una vez en el poder, José Stalin decidió abortar.
En 1927, el dictador soviético decretó las primeras requisas forzosas de cereales, que fueron realizadas por escuadrones de voluntarios, por lo general reclutados en las ciudades. Al año siguiente impulsó el primer plan quinquenal y planteó “liquidar a los kulaks (término con el que se denominaba a los campesinos acomodados) como clase”. Ese proceso implicó una feroz represión contra el campesinado, las dos terceras partes de la población de Ucrania, la región de mayor producción agrícola de la Unión Soviética.
Maxim Mirowskyj nació en 1923 en el pueblo de Vydava, en la provincia de Jmelnytsk. En su sencilla casa del Talar de Pacheco, un par de años atrás pasó revista a sus recuerdos. “A quienes estaban en una posición un poco mejor los mandaban a Siberia”, contó, y recordó que entre los grupos de activistas también había “gente del pueblo, que luego serían quienes guiarían al ejército en las requisas”.
El paso siguiente fue la colectivización completa de la agricultura, mediante la cual la producción se estructuró en torno a los koljoses, explotaciones colectivas controladas por el Estado. “Mis padres tenían un pedacito de tierra, una vaca, un par de caballos, una huerta donde plantábamos papas y remolachas”, enumera Tatiana. “Cuando, con mis dos hermanas, vimos que mi papá cargaba todo sobre su espalda para entregarlo en el koljós, nos largamos a llorar”, confiesa.
Desde el propio Partido Comunista, cuya oposición desaparecía a medida que su jefe acumulaba más poder, Mikhail Riutin denunció, en la primavera de 1932: “El eslogan la liquidación de los kulaks como clase ha sido aplicado mayoritariamente, durante los dos o dos años y medio últimos, a los campesinos medios y pobres”.
Aun así, ante la resistencia de los campesinos ucranios, Stalin profundizó la represión e impuso niveles inalcanzables en las cuotas de granos que debían entregar las poblaciones al Estado. A la advertencia de los dirigentes locales del partido sobre las consecuencias de la medida, Stalin respondió con el envío de una carta a su adlátere Lazar Kaganovich en la que le expresaba sus sospechas acerca de los campesinos ucranios y en la que ponía en duda la lealtad de la dirigencia local del partido, que más adelante sufriría las purgas internas. “No podemos correr el riesgo de perder Ucrania”, sentenció, como preludio para la orden de exterminio.
En octubre de 1932, el Partido Comunista de la URSS tomó la campaña de recolección de granos bajo su control, con Vyacheslav Molotov en Ucrania, y Kaganovich en la región del Kubañ, habitada en gran parte por ucranios. Molotov aumentó una vez más la cuota de granos que se debía pagar y ordenó confiscar otros alimentos en caso de que la pauta no fuera cumplida. Tatiana revive lo que siguió: “Pasamos el invierno comiendo sopa con algo de maíz molido, trigo sarraceno y harina. Mi mamá lavaba bien las papas para aprovechar la cáscara. Cuando ya no quedaba nada, por suerte florecieron los árboles, las flores, las acacias, y comíamos eso. Mi mamá me mandaba a buscar pasto, lo lavaba y lo cocinaba con la cáscara de las papas. Eso nos salvó de morir”.
Familias enteras perecían a diario. Quienes intentaban guardar algo de comida debían sortear las requisas periódicas. “Ellos traían una especie de varilla con una muesca. Cuando la metían entre las maderas y la sacaban, si había algo quedaba enganchado. Entonces se llevaban todo”, detalla la testigo. Alguna gente iba a trabajar al koljós, donde cada varios días trabajados para el Estado correspondía trabajar uno para sí mismo. Ese día, llamado trudo deñ, reportaba una paga de 200 gramos de harina. El paisaje era desolador. “Tampoco había leche. Entre tres familias compartían una vaca, pero no había qué darles de comer a los animales.”
Las fronteras del país fueron militarizadas para evitar la emigración, y el régimen creó un sistema de pasaportes internos con el fin de impedir la huida de los campesinos a las ciudades. No obstante, algunas madres conseguían subir sus hijos a los trenes, con la esperanza de que alguien los recogiera en otro sitio y salvaran así sus vidas. Pueblos enteros quedaron desiertos. Allí serían reubicadas poblaciones procedentes de Rusia occidental y Siberia, modificando de manera sustancial el componente étnico de la región.
Mientras la Unión Soviética exportaba al mercado internacional casi 30 toneladas de granos, en Ucrania la situación empeoraba hasta lo impensable. “Una mujer que había sido esposa de mi hermano le pidió a una chica, cuyos padres ya habían muerto, que fuera a su casa a cuidar a su bebé. La chica fue. Al ver que no regresaba, su hermano recurrió a la policía. Cuando llegaron a la casa se encontraron con la carne de la chica ya cocida. Una vez que detuvieron a las responsables, descubrieron en el altillo siete cráneos de gente que habían matado para comer.” Tatiana admite saber de más casos. “Por la noche no se podía salir, porque uno no sabía si el propio vecino lo secuestraría. Yo misma vi con mis ojos restos de un chico y una chica que habían sido descuartizados. Lo vi con mis ojos”, dice, y reflexiona: “Es difícil imaginar cómo un chico puede seguir viviendo, después de haber visto eso, sin volverse loco. Caminaba hacia la escuela, y acá un muerto, más allá otro, un poco más allá otro. Y lo que pensábamos era que al otro día nos pasaría a nosotros. Cuando uno pasaba se acercaba para ver si era un conocido. Todos los días, por la tarde, pasaban con un carro y los cargaban para llevarlos a enterrar. Incluso a gente que aún no había muerto”, concluye.
“En la primavera de 1933, en Ucrania morían de hambre 17 personas por minuto, 1000 por hora, casi 25 mil por día. Según el cálculo oficial, la pérdida de la población ucrania asciende a más de ocho millones de personas”, escribió hace poco menos de un año Oleksandr Nykonenko, embajador de Ucrania en la Argentina hasta hace tres meses. A punto de cumplirse los 75 años de la masacre, y a partir de la aprobación [noviembre de 2006] por el Parlamento ucranio de la ley que declara al Holodomor (vocablo que designa a la muerte por hambre premeditado) como genocidio contra el pueblo ucranio, el gobierno encabezado por Víctor Yuschenko ha solicitado ante las Naciones Unidas su reconocimiento como tal, con el único fin de “condenar los hechos de exterminación masiva empleados por los regímenes totalitarios en el pasado y para prevenir crímenes similares en el futuro”.
Tatiana corta un pedazo de torta de miel, ofrece, y retoma su relato, como si quedara algo más, algo que no puede guardarse: “Cuando los chicos empezaron a morir camino a la escuela, comenzaron a darnos un plato de sopa y una fetita de pan. Y mi mamá, que hizo todo para que no muriéramos, me dijo: Traiga a mí una miguita. Sólo para olerla”.
Matar de hambre
La palabra Holodomor significa “matar de hambre” en ucranio, y es el nombre que recibió la hambruna intencionalmente provocada que padeció Ucrania entre 1932 y 1933.
El proceso de colectivización de la agricultura impulsado por Stalin buscaba liquidar a los kulaks (campesinos acomodados), que eran las dos terceras partes de la población de Ucrania, la región de mayor producción agrícola de la URSS, obligándolos a entregar altísimas cuotas de granos de las cosechas.
No existen cifras oficiales sobre el genocidio, pero según nuevas investigaciones el número de muertos por inanición, represión, abandono, frío, o trabajos extenuantes podría haber llegado a 14 millones de personas ( www.holodomor.org )
Cronograma de actividades
Como parte de los homenajes que se llevan a cabo en todo el mundo con motivo de haber sido declarado el año 2008 como recordatorio de las víctimas del Holodomor, el 17 de este mes llegará al país, donde residen más de 300 mil ucranios y descendientes, la Llama del Holodomor, que recorrerá 33 países antes de arribar a Ucrania para los actos centrales, con el lema Ucrania no olvida. El mundo reconoce.
El 18, en la Legislatura porteña, será inaugurada la muestra Holodomor, la tragedia desconocida del pueblo ucranio. Tras su paso por Posadas y Apóstoles, en Misiones, el 19 la Llama recorrerá las localidades de Berisso, Berazategui, Lomas de Zamora y Avellaneda. Al día siguiente estará en Lanús, San Martín, Vicente López y San Isidro.
El paso de la Llama del Holodomor culminará el sábado 21, con una marcha, un responso y ceremonia ecuménica en la Catedral Metropolitana, donde se descubrirá una placa recordatoria.