"Vos necesitás tener problemas nuevos, este año tenés que dar el salto", le dijo su amiga Gimena mientras salían de una reunión en el trabajo. Esa mañana Aldana había estado mentalmente ausente: se había dado cuenta que ya no podía aportar más ideas ni presentar propuestas en el ámbito laboral y eso la frustraba. "Observaba desde afuera como todos construían ideas creativas, innovadoras y potentes, pero yo no tenía energía, estaba viciada. Sobre todo de mí. Estaba viciada de mi misma y esto era un problema porque podía renunciar a todo, menos a mí. Yo no podía aportar respuestas en esa reunión, porque necesitaba cambiarme las preguntas que me estaba haciendo. Antes de responder hacia afuera, tenía que responderme hacia adentro", recuerda pensativa Aldana Neme.
En ese momento su vida funcionaba como el tetris (el videojuego de puzzle que se hizo famoso en la década de los 80). Tenía dos empleos: uno full time bajo relación de dependencia en el que dirigía un programa dentro de una organización social; y otro trabajo como docente en un instituto terciario donde asistía algunas noches y los sábados. "Mis días se habían transformado en un juego de tetris en el que cualquier pieza que caía por fuera del lugar en el que tenía que encastrar, me desarmaba. Y a medida que pasaban los años, las piezas caían cada vez más rápido, dejándome totalmente fuera de juego".
Vivía en Lanús, donde también había sido criada; allí tenía sus vínculos, fuertes y poderosos, que la sostuvieron desde que fue chica. Pero a sus empleos en la ciudad y a las extenuantes jornadas laborales, tenía que sumarle casi dos horas de ida y de regreso todos los días. Y, aunque ganaba una buena suma de dinero, por cuestiones de tiempo tercerizaba todo. Pedía delivery para la cena, mandaba la ropa a lavar, a planchar, compraba en el supermercado más caro porque no tenía tiempo. Y así en todas las dimensiones de la vida cotidiana.
Provenía de una familia de clase media, con abuelos inmigrantes que habían llegado desde Siria en un barco huyendo de la guerra y esa historia marcó sus días para siempre. En ese marco, la posibilidad de hacer una carrera universitaria, también era la llave que permitía la movilidad social ascendente. Y entonces, alzando bien a lo alto a los mandatos, apostó a esas seguridades. Fue aplicada, lectora y organizada desde pequeña. No había domingo en que no hiciera el ritual de pasar las hojas desprolijas, poner ojalillos, y de ordenar la mochila. En la vida universitaria fue igual, aunque atravesando los embates de la vida adulta que a veces hacen incompatible la vida académica con la laboral. Así, el mandato que atravesaron las diferentes generaciones familiares fue el de ahorrar, tener la casa propia, ser austeros y apostar a la movilidad social ascendente. "Creo que esto configuró una especie de mito que se trasladó de generación en generación y en el que el trabajo extenuante es la única alternativa de ascenso social".
Aldana luego se puso en pareja y empezó a hacer base en capital, lo que le hacía ahorrar tiempos. "Pero claro, la pareja era para mi (y es) un proyecto, ¡no un hotel! Me di cuenta que tenía una pareja que se interesaba por mi, por mi día, que me esperaba con el toallón en el baño y las pantuflas listas, con la cena preparada y el vino servido, pero yo no podía dialogar, porque no tenía resto. Entonces la ecuación cada vez me cerraba menos y el saldo era cada vez más negativo".
A nivel vincular, comenzó a notar que sus lazos más cercanos se estaban debilitando. Escuchaba historias de sus seres queridos como una película en la que ella estaba ausente. Y de repente se preguntó: ¿Dónde estaba ella cuando pasaba todo esto? ¿Cómo no había registrado que su amiga estaba pasando un mal momento? Y eso no era todo. Su salud se estaba deteriorando. Llegó a tener sobrepeso porque vivía mal, descansaba mal y comía mal. No podía ocuparse de cocinar, ni de leer etiquetas ni de hacer actividad física. Como si fuera poco, el último semestre del 2017 comenzó a tener síntomas de vértigo con episodios que la dejaban por tres o cuatro días en cama.
Decir adiós es crecer
Mientras, la frase de su amiga Gimena no dejaba de resonar en su cabeza. "Pensar sobre mi vida a modo de retrospectiva me llevó a pensar que, como decía Cerati, poder decir adiós, es crecer". En el momento en que advirtió que el cambio había comenzado y ya no había marcha atrás, se sintió en shock total. Lo viejo había muerto.
Comenzó entonces un trabajo de asesoría con una mentora que la ayudó a ordenarse, a focalizar y a identificar de qué hilos podía tirar para reelaborar su dirección profesional. Así, durante 2018, fue dándole forma a un proyecto de asesoría para cambio laboral y crecimiento profesional. Articuló su experiencia personal con su profesión como Psicóloga Social y docente. Se formó. Escribió. Estudió. Ensayó. Creó su propio emprendimiento, al que llamó Rizoma Consultora, y hoy trabaja ayudando a otros a transformarse para transformar su vida. "Dejar el empleo en relación de dependencia fue menos crítico de lo que pensaba. El terror inicial al cuco de la inestabilidad, se fue neutralizando porque hice algunos cursos de finanzas personales, lo que me permitió aprender a diversificar ingresos, a capitalizarme, a enfocar no solo en lo que podía ahorrar, sino en lo que podía asignar concretamente a mi proyecto".
Aldana comprendió que gran parte de su bienestar devino de saberse arquitecta de su propia vida. De mirar hacia adentro y construir, sin esperar que llegara el viernes para ser feliz, de reelaborar sus posibilidades con las herramientas que tenía a mano. "Llegar hasta aquí fue un camino de cultivos varios: desde la alimentación, el buen descanso, la lectura, la música, el yoga y trabajar de ayudar a otros a transformar un gran retazo de su vida que termina impactando en otros".
Ahora sabe que hay lugar para amigos, encuentros, mates, cenas y conversaciones plagadas de afecto. Tiene un lugar simbólico en su escala de prioridades y esto para ella es innegociable porque le resulta un energizante natural. De hecho, le han ofrecido empleos en relación de dependencia pero por el momento tiene claro que su bienestar bio psico social no va por allí. "Y me costó tanto encontrarlo que ahora reflexiono mucho antes de tomar propuestas laborales y trato de pensarlas estatégicamente en función del tiempo que voy a restarle a mis afectos. Aprendí a balancear. A fuerza de episodios de vértigos y mareos, pero repito: aprendí a balancear".
Desde aquel entonces, está en pareja con Guillermo, quien supo acompañarla en esos momentos de crisis con todo el amor, la paciencia y la contención que necesitó. Fue clave para dar el salto, pero también para bajarla a tierra y ayudarla a pisar suelo firme. "Dibujó conmigo la hoja de ruta y me dejó perderme para luego volver a encontrarme con la huella más firme, más sólida y también más genuina. No es una vida de rositas rococó, claro que no. Tiene su lado B y sus complejidades, pero es la vida que yo elegí para mi, no la que naturalicé como el único camino posible".
La voz del especialista
Se estima que más del 80% de los adultos padecen en algún momento de su vida síntomas de vértigo. La Dra. Valeria El Haj, es Directora Médica de Vittal y en este audio explica qué es el vértigo, cuáles son los síntomas con los que se presenta y cómo se diagnostica.
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