Pedro Lovell fue jugador de fútbol profesional y luego hizo carrera en el boxeo; casi por casualidad debutó como actor en Rocky, película ganadora del Oscar
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“¿Vos sabés si Pedro está vivo? Y si murió, ¿vos me lo dirías?”.
Hace años que Eduardo González le perdió el rastro a Pedro Lovell, su entrañable amigo de la adolescencia en el sur del Gran Buenos Aires. Aquel rival en los potreros del barrio, aquel compañero en las juveniles de Independiente. El mismo al que despidió cuando viajó a los Estados Unidos para probar suerte en el boxeo. Y al que tiempo después encontraría, sin previo aviso, al mirar en el cine las primeras escenas de Rocky.
Porque recién entonces Eduardo supo que Pedro se había convertido en actor. Y que personificaba a Spider Rico, el recio boxeador al que Rocky Balboa enfrenta en una turbia pelea en el submundo de Filadelfia. “Tuviste suerte esta noche”, le dirá Rico a Balboa un instante más tarde, derrotado en el vestuario y con una cerveza en la mano. Esa sería su única línea; ya no reaparecería en la trama.
En rigor, incluso hoy -a casi medio siglo del estreno del filme de Sylvester Stallone que inauguró la exitosa saga- pocos saben que Spider Rico fue interpretado por un argentino. Y al igual que su amigo Eduardo González, muchos desconocen el destino de Pedro Lovell, el hombre que quedó atrapado en una caprichosa paradoja: lo iluminaron las luces de los estudios de Hollywood y del cuadrilátero; terminaría extraviado en la penumbra del olvido.
Descendiente de un esclavo afroamericano (su abuelo Norman Lovell consiguió emigrar a la Argentina en los inicios del siglo XX), Pedro nació en Quilmes el 9 de junio de 1945. Inició su trayectoria deportiva jugando al básquet en un club de Bernal, pero pronto soltó la pelota para comenzar a patearla en las inferiores de Independiente, aun siendo hincha de Boca.
Su contundente 1,91 metro de altura le permitió alcanzar la reserva como un férreo zaguero central. En enero de 1967 compartió una pretemporada en Mar del Plata con figuras como Pepe Santoro y el Chivo Pavoni, en un plantel que venía de alzar dos Libertadores. Relegado en su puesto, Lovell no alcanzó a debutar en primera división. Meses después lo dejarían libre.
Entonces colgó los botines y se calzó los guantes. Y es que a Pedro el boxeo lo había atrapado desde chico... Más bien, lo llevaba en la sangre: el apellido Lovell es sinónimo de enormes gestas sobre el ring, en la categoría peso pesado. Su padre, Alberto Lovell, ganó el oro olímpico en Los Ángeles 1932. Su tío Guillermo Lovell consiguió la plata en Berlín 1936. Y su hermano, Alberto Jr. Lovell, fue un respetado pugilista que supo presentarle batalla a un tal Ringo Bonavena.
Con la intención de hacer su propio recorrido como boxeador, buscando su norte, Pedro fue más allá y en 1970 se instaló en California, Estados Unidos. Durante tres años conservó un notable invicto (lo estiró a 11 victorias, todas por KO), hasta su caída frente a Terry Krueger. Lovell solicitó una revancha que le llegaría muy pronto: se desquitó ese mismo año, quebrándole la quijada a Krueger. De esa manera ganó el combate y además, un apodo: Jawbreaker (Rompemandíbulas, en español).
El 10 de junio de 1976 la televisión nacional estadounidense transmitió su épica pelea con Ken Norton. Las crónicas de entonces dan fe de que los primeros tres asaltos en Las Vegas reflejaron cierta paridad. En el cuarto round, Lovell tambaleó. Y en el quinto, un impiadoso Norton (de los pocos boxeadores que pudo con Muhammad Alí) lo derrotó con una contundencia mayor a la que indica el nocaut técnico.
Meses antes de aquella velada Stallone había filmado Rocky, con Carl Weathers como el arrogante Apollo Creed, luego de que el propio Ken Norton rechazara el papel. Quien sí había aceptado participar del filme fue Lovell, claro. Así se convirtió en Spider Rico, el primer contendiente del Semental Italiano.
A finales de 1976 las hazañas de Balboa se estrenaron en los cines de Estados Unidos con un formidable suceso. En marzo de 1977 Rocky ganaría el Oscar a Mejor Película, y al menos un pedacito -así de chiquito, si se quiere- sería argentino de la mano de Lovell. O por sus puños.
Sin embargo la prensa no le daría importancia. Sin Internet ni redes sociales, las mismas que suelen enaltecer los hechos más cotidianos, el rol de Pedro pasó casi inadvertido para sus compatriotas. Tampoco ayudó que por aquella época los estrenos no se dieran en simultáneo: Rocky se proyectaría en las salas de nuestro país en junio, cuatro meses después de la gala de los Oscar.
En ese mismo 1977 Lovell tuvo su único combate como profesional en la Argentina: derrotó por puntos a Juan Antonio Musladino en Florencio Varela. Se retiraría en noviembre, post derrota con un Mike Weaver que más adelante sería campeón mundial. ¿El récord de Pedro Lovell? 18 victorias (14 KO), dos empates y tres derrotas. No lo hizo nada mal.
A partir de entonces sus huellas públicas se tornan difusas. Así lo quiso un Lovell que se casó y tuvo tres hijos (una mujer y dos varones), y que en algún momento se instaló nuevamente en el conurbano bonaerense.
En el 2001 un sobrino suyo, Javier Alberto Lovell, se probó como boxeador. Por esos días el joven de 22 años contaba -en una nota con La Nación- que mantenía “una relación muy distante” con su tío, quien residía en Quilmes. “Lo vi hace seis meses, cuando tuvimos una charla. Sabe que boxeo y lo tomó bien, supongo”, declaró.
Stallone volvería a convocar a Pedro Lovell para Rocky Balboa (2006). Le llevó varios meses dar con él, hasta que logró contactarlo por un conocido en común.
En la sexta entrega de la saga, Spider Rico participa en tres escenas. En una, se escurre a la cocina del restaurante de Rocky, donde solía cenar a menudo, siempre gratis, y se pone a lavar los platos. “Sos mi invitado”, le aclara Balboa, procurando que desista. “No me hagas pelear de nuevo. ¡La última vez tuviste suerte!”, le responde un Rico con apremios económicos, y agrega: “¡Jesús quiere que trabaje!”. Su viejo rival acepta y le otorga el empleo.
Otra escena ocurre en el epílogo del filme. Spider está en el vestuario junto a un Balboa que, cercano a los 60 años, afrontará la última pelea de su carrera. Rico le lee un pasaje de la Biblia y al despedirse, pone una mano en su hombro: “Buena suerte, Rocky”. Es el guiño final entre los dos amigos.
Tras ese efímero regreso a Hollywood el misterio se posaría otra vez sobre Pedro Lovell. Están quienes aseguran que, ya separado, en 2010 residió en una pensión de Avellaneda. Otros afirman que más tarde, resuelto el divorcio, habría regresado a su antigua casa de Bernal, sobre la calle Cerrito.
En ese tiempo se reencontró en varias oportunidades con Eduardo González. “Lo vi muy bien a Pedro, muy bien. ¡Estaba hecho un galán! -confía el periodista radial-. Es cierto que por ahí yo lo miro con ojos de amigo... ¡Pero un tipazo! Alguien inteligente, con mucha capacidad. Y un muy buen amigo”.
A partir de allí la cronología extiende una nueva brecha sin novedades sobre el exboxeador, que se cortará abruptamente el 8 de enero de 2015. Ese jueves los portales de noticias de California informaron que “Pedro Lovell fue encontrado sano y salvo en Sunnyvale, después de que lo hubieran visto saliendo de su residencia de Mountain View el día anterior, para realizar su caminata matutina”.
Su desaparición -e inmediato hallazgo- fue la última noticia que se publicó en los medios sobre Lovell, quien evidenciaba las primeras señales del Alzheimer. Y la foto que acompañaba los artículos, difundida por las autoridades locales, la última imagen suya que se conoció.
Un par de años más tarde Stallone filmó para Creed II (spin-off de la saga) una escena desoladora: Rocky Balboa se presenta en el funeral de Spider Rico. En la secuencia de casi tres minutos las referencias a la vida del propio Lovell son tan visibles como el cruce entre ficción y realidad.
La pequeña capilla de Filadelfia está semi desierta. “Spider Rico, 1945-2018″, se lee en un cartel junto al féretro. Sin que nadie se lo pida -como si hubiera alguien para hacerlo-, Rocky decide pasar al frente para homenajear al “último amigo de los viejos tiempos”, como destaca. Y entonces Stallone pareciera reparar en Lovell.
En su improvisado discurso, Balboa se detiene en la célebre pelea en el oscuro submundo de Filadelfia. Menciona a su hija: en su momento Rico le había contando que no la visitaba porque había olvidado su dirección. “Te entiendo”, lo exime Rocky, consciente de las secuelas que los golpes generan en muchos boxeadores. Y concluye: “Estoy triste porque te fuiste. También estoy feliz porque donde quieras que vayas, sé que será mejor que donde has estado”.
El montaje final de Creed II dejó afuera la escena, que solo puede verse en YouTube. Lo habría decidido el propio Stallone al conocer que la salud de su viejo amigo era delicada.
Pedro Osvaldo Lovell murió en los Estados Unidos poco después, según pudo confirmar La Nación con integrantes de su familia. Ninguna noticia se escribió al respecto. Los sitios especializados en boxeo, que brindan estadísticas sobre su carrera, no reparan en su partida. Y su página en Wikipedia continúa contabilizando sus años.
Tamaño descuido resulta inútil. Porque la figura de Spider Rico se ilumina a partir del cariño de los fanáticos de Rocky, mientras que el recuerdo de Pedro Lovell encuentra refugio en el corazón de su familia. Y en el de sus amigos de siempre, como Eduardo González. También en la memoria de quienes fueron testigos de sus hazañas sobre el ring. Y hasta en esta crónica, que se propone una misión: honrar su vida para así rescatarlo del olvido. Una palabra, una oración, un párrafo a la vez...
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