Estaba en el mejor momento de su profesión, pero algo en su interior estaba roto y se propuso enmendarlo.
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Fue exactamente un mes antes de terminar la escuela secundaria que decidió cuál iba a ser su futuro profesional. Luego de cumplir con los seis años de formación en una escuela técnica de la que obtendría la base de conocimientos necesarios para seguir el camino de su padre como ingeniero civil, hizo un cambio de rumbo. En las vísperas del egreso optó por estudiar algo que fuese “difícil” y se anotó en la carrera de medicina en la Universidad Nacional de Cuyo. Siete años después estaba recibido y listo para comenzar la residencia, que cursó con éxito durante los siguientes siete años en el Hospital Privado de Comunidad de la ciudad de Mar del Plata. Allí también se especializó en clínica médica y luego en terapia intensiva.
Criado en la provincia de San Juan, Pablo del Cid (51) tuvo una infancia feliz, rodeado de amor. “La primera vez que recuerdo haber tomado consciencia de que era feliz fue a los 13 años, yendo tempranito en auto con mi madre al primer día de escuela secundaria. Noté en ese momento, mientras observaba los árboles del camino, que la felicidad emergía desde mi interior y fue simplemente maravilloso. Luego, en la adolescencia, sufrí de ansiedad severa y eso me indujo, lo sé ahora, hacia la medicina y el cuidado de la salud”.
Vivir para el trabajo
Consolidado como médico en Mar del Plata, luego de un tiempo entendió que, excepto en los lugares grandes, de referencia, donde se trabajaba en equipo y bajo protocolos estrictos y actualizados, la vida del terapista en aquellos años era bastante cruel. Se vivía de guardia en guardia y no en las mejores condiciones institucionales. Se dedicó entonces a la medicina de consultorio e ingresó en una clínica local. Le fue muy bien. Trabajaba muchísimo. Llegaba a ver más de 40 pacientes por día, de lunes a sábado, comprometido 100% con la profesión y haciendo malabarismos para que todo eso congeniara con su familia de esposa con dos hijos pequeños.
En esa época había fijado metas muy claras, objetivos que quería lograr a nivel familiar, personal y profesional. “Mi esposa, médica también, lo comprendía perfectamente y me apoyaba por completo. Sin ese apoyo incondicional hubiese sido muy difícil. La culpa por no estar más presente en la vida de mis hijos me carcomía a veces, pero lo justificaba aduciendo que lo que hacía era por la familia. Sin embargo, mucho tiempo después entendí que eso no era cierto, lo había hecho por mí, solo por mí”.
Un salto a un abismo sin red
Sin embargo, en su mejor momento profesional y económico, notó que algo no estaba bien. Una mañana, cuando llegó a su consultorio tuvo ganas de huir. “Abarrotado de pacientes, con la secretaria forcejeando con la cerradura, me di cuenta de que no era feliz. No importaba lo que tenía a nivel familiar, profesional, económico o cualquier otra cosa. No podía seguir escondiendo el hecho de que me sentía infeliz y la razón estaba delante de mis ojos todo el tiempo: vivía una vida llena de cosas y vacía de esencia, vacía de mí”.
Cuando comprendió que no era feliz, lo primero que pensó fue que se debía a lo que estaba haciendo. Con muy poca reflexión al respecto, vendió todas sus acciones de la clínica y de otras sociedades que tenía, creyendo que al hacerlo se liberaría y eso lo haría feliz. Error. “Al día siguiente de haber firmado la venta, mientras caminaba solo por las calles del barrio en que vivo, me dije ¡¿Qué hice?!. No sabía aún que a ese salto sin red le seguiría un largo camino lleno de idas y vueltas, aciertos y errores, alegrías y tristezas. La meditación mindfulness fue clave para que pudiese hacer pie y comenzar a encontrar el nuevo rumbo. Enfrenté, y aun lo tengo que hacer, a mis peores fantasmas y al hacerlo hice las paces conmigo y con mi historia. En otras palabras, pude perdonar y perdonarme y comenzar el camino del amor propio bien entendido”.
En el plano personal, comprendió que era necesario reparar su historia familiar. La relación con sus hermanos no existía. Aunque tenía seis por parte de su padre, como había crecido como hijo único y sus padres no estaban juntos, la realidad era que nunca se había interesado por conocerlos o tener trato con ellos. “Mi padre era ingeniero civil, una persona increíble, muy capaz. También muy conservador, de mandatos rígidos y una historia familiar fuerte. Mi madre era docente y pura emotividad (para bien y para mal). Escribía poesía aunque nunca se animó a publicar nada”.
La felicidad es como una mariposa, más la persigues más huye
Comenzó entonces un largo camino para reencontrarse. Fue una extensa búsqueda que lo llevó a conocer personas y lugares insospechados y fundamentalmente, lo trajo de vuelta a casa, es decir hacia su ser. Comenzó en el mundo del mindfulness, hizo cursos, se formó, luego participó como disertante y dando encuentros y talleres del tema. En 2017 viajó a la Universidad de Miami, al World Happiness Summit y desde entonces está dedicado a su investigación y comunicación.
La transformación fue gradual, con avances y retrocesos, con momentos de enorme certeza y otros de arrepentimiento. “Si pudiese decir cuál fue el motivo por el que no desistí de cambiar, creo que fue la necesidad de vivir en paz conmigo y la convicción de cumplir con mi propósito de vida”.
El 2021, antes que comenzara la segunda ola de la pandemia, Pablo dejó definitivamente la medicina clínica asistencial y la vida empresarial para dedicarse de lleno a ayudar a las personas a encontrar su mejor versión, es decir, una versión más feliz, reeditando algunos conceptos y creencias equivocados sobre lo que realmente significa esto.
“La felicidad se elige todos los días y uno decide todo el tiempo qué tipo de vida quiere tener. No porque se puedan modificar siempre las circunstancias externas, sino porque se puede elegir de qué forma vamos a afrontarlas. El mandato de época trata de imponer un modelo de felicidad que llamo de cartón, hueca, que no resiste los avatares del diario vivir, atada a factores externos como el dinero, la belleza, el poder, etc. La verdadera felicidad se construye desde adentro, conectándose a nuestra esencia y haciendo pie en el momento presente que es la única coordenada espacio-tiempo en la que realmente podemos ejercer una acción transformadora y desplegar nuestro potencial. Muy por el contrario de lo que se cree, la felicidad no se encuentra huyendo de la tristeza, aún en las peores circunstancias podemos crecer, fortalecernos y salir mejorados si aprendemos a aceptar la vida como viene, sin resistirnos a lo que es, tal cual es”.
En agosto del año pasado publicó Entrénate para ser feliz, un libro que reúne todo lo aprendido, con un apéndice lleno de ejercicios y técnicas diseñados para estimular el cerebro en la síntesis de bienestar genuino. Actualmente conduce el programa de radio Inspirados, historias que inspiran, que se emite por Radio Mitre y CNN radio en Mar del Plata. Además, está trabajando en su segundo libro, Ser feliz a propósito, donde la propuesta es dejar de perseguir desesperadamente la felicidad y usar toda esa energía en encontrar que le da sentido a la vida. “Porque como dice Henry David Thoreau: la felicidad es como una mariposa, mientras más la persigues más huye. Pero si vuelves tu atención a otra cosa, vendrá y suavemente se posará en tu hombro”.
Hace 22 años que está en pareja, pudo recomponer la relación con sus hermanos y ver crecer a sus hijos -que ya son adolescentes y están decidiendo su futuro profesional-. “Creo que podemos vivir mejor, todos sin excepción y que para hacerlo necesitamos aprender a usar los recursos de los que disponemos, físicos, mentales y sociales. Es un momento crítico de la humanidad y es necesario que salgamos del modo competitivo y evolucionemos hacia el modo colaborativo. Me hace feliz darme cuenta de que puedo conectar con las personas, disfrutar de cosas simples como un amanecer, un café con un amigo, una vuelta en moto o surfear una ola. Trato de ver los días como una oportunidad para ser la mejor versión de mí que pueda e intento tratarme con compasión y consideración”.
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