Tute. “Me angustia que un dibujo se vuelva descartable de un día para otro”
Ahora parece lógico que Juan Matías Loiseau (44), hijo de uno de los grandes humoristas gráficos argentinos y de una artista plástica, se convirtiera en dibujante. Creador de una familia de personajes encabezada por Batu y de una constelación de escenas poético-humorísticas que suelen desarrollarse a la luz de la luna, Tute hizo de sus bocetos en apariencia improvisados, con manchones y leyendas que exceden las fronteras de la viñeta, una marca de estilo. Diariamente desde la contratapa de LA NACION y cada domingo en las páginas de LN Revista, su obra crece en ternura, delirio y sorpresa. A la quincena de libros que ya lleva publicados en la Argentina y en otros países este año se sumó Humor al diván (Sudamericana), donde el psicoanálisis se interpreta en clave risueña. "Tengo que tomar la decisión yo solo. ¿Qué hago?", pregunta un angustiado paciente a su terapeuta. Pero la cosecha 2018 de Tute no se termina ahí. Además de ilustrar la portada de Amares, de Eduardo Galeano (Siglo XXI), y de realizar, junto con el equipo de Un3TV (el canal de la Universidad Nacional de Tres de Febrero), un proyecto musical y audiovisual inédito en el país bautizado Canciones dibujadas, el artista de San Cristóbal presentará un vino propio que lleva su nombre.
–¿Cuándo supiste que te ibas a dedicar al humor gráfico?
–Desde siempre. Miraba lo que hacía mi viejo y pensaba que quería hacer exactamente lo mismo: dibujar. Además, la gente lo paraba en la calle, le pedía dibujos, todo el mundo lo quería, y eso es lo que yo quería para mí. Me parecía muy seductor. Por otro lado, me sentía dibujante. Era un pibe muy inquieto con el dibujo como primer mecanismo de expresión. Pegadito a la palabra viene el dibujo; uno empieza a hablar y empieza a dibujar. Yo dibujaba todo. Mi vieja, la artista plástica María Cristina Marcón, fue la que me dio a leer el primer libro de poesía. Ella es tan importante como mi viejo en mi formación artística. Y la música: era muy chico y escuchaba a los cantautores franceses, cubanos, españoles. Entregué hace poco Diario de un hijo, un libro que saldrá en 2019. Es muy especial porque por primera vez me dibujo y dibujo a mi viejo. Es una autobiografía dibujada que narra nuestra historia desde mi nacimiento hasta su muerte. Y en una de las páginas está contado eso: era muy chico, con 9 años, y, en pijama, me ponía los discos de cantautores como Serrat antes de dormir. Apuntaba el parlante hacia mi cuarto y si no me dormía daba vuelta el disco. Todavía recuerdo el frío del piso en los pies.
–¿Tuviste formación como dibujante o fuiste autodidacta?
–En cierto sentido, me formé después. Fui a la escuela de Carlos Garaycochea de grande, con una carpeta. Carlos me puso directamente en segundo año. Hice segundo, tercero, y después prácticamente ya estaba trabajando. Tuve como maestros a Garaycochea y a Eduardo Ferro. Garaycochea era muy bueno para enseñarte las obras de otros dibujantes. Siempre ponía el proyector y te decía: "Si querés ser dibujante, no podés no conocer a Moebius". Y te ponía todo Moebius, y hacía lo mismo con Saul Steinberg, con Ralph Steadman. Y Ferro tenía un entusiasmo increíble. Era un viejo de 70 años con las ganas de un pibe. Te enseñaba muy bien cómo era el laburo de la calle, cómo tenías que hacer para armar una carpeta, a quién tenías que ir a ver. Después llenaba los pizarrones con dibujos en tiza, hechos a mano alzada. Le sacábamos fotos. Garaycochea siempre decía que el día en que sintiéramos que no aprendíamos más no volviéramos. Igual me dieron mi diploma de dibujante.
–¿Y cuál fue tu primer trabajo?
–Fue en el diario La Prensa. Se abrió un concurso que se llamaba "Vote por su humorista preferido" y la gente llamaba a un teléfono y votaba. Se hizo una selección, en esa selección quedé, y al final entré en el diario con otros humoristas. Así se conformó la contratapa del diario. El premio era publicar de manera diaria.
–¿Ganaste con un personaje?
–No. Era un cuadro diario, como el que hago actualmente. Los personajes aparecieron mucho después. Hice lo mismo en un diario de la época del menemismo que dirigía Gerardo Sofovich, El Expreso. Ahí duré lo que duró el diario, menos de un año. Mis dos objetivos eran Clarín y LA NACION; quería publicar en uno de los dos diarios más grandes del país. Desde los 17 siempre golpeaba las puertas de las redacciones. Y un día me llamaron de LA NACION para decirme que les gustaban mis dibujos y me ofrecieron publicar el cuadro diario.
–¿En ese momento estabas más apegado a la actualidad o ya empezabas con tu poética?
–Publicaba dibujos con mi poética atemporal y universal. Es un camino que tomé desde el principio porque me produce mucha inquietud pensar que un dibujo que hago hoy no va a tener sentido dentro de un año. Y porque tiene que ver conmigo, con mi deseo de trascender. Me angustia que un dibujo se vuelva descartable de un día para otro. Seguí el camino de Quino. Toco temas existenciales y universales, como las conductas humanas, el amor, la libertad, las luchas de poder, la soledad, el paso del tiempo. Hago humor con lo que está pasando, no sobre Cristina o sobre Macri, pero sí sobre las relaciones de poder. La tecnología, la dificultad para la comunicación, la soledad son siempre actuales. Siento que produzco al ritmo del pulso de la actualidad. Cuando hay una noticia caliente, me gusta bordearla con mis dibujos sin necesidad de hablar, qué sé yo, de Durán Barba. Creo en otra actualidad. Había un viejo dibujante español, Chumy Chúmez, que cuando le preguntaron por qué no hacía humor con la actualidad respondió: "Lo hago. ¿O acaso usted no se siente solo?".
–¿La categoría de humor gráfico define tu trabajo o solo de manera parcial?
–Es humor gráfico, pero esa categoría se amplió. No solo yo, sino que mi generación corrió los límites del humor gráfico un cachito más. Dentro de esa categoría ahora cabe la posibilidad de hacer una página que no sea necesariamente graciosa, sino con connotaciones poéticas, reflexivas. Desde la página de LN Revista ilustré canciones, hice chistes absurdos, usé cartón corrugado, despedí a mi viejo. El lector sabe que en ese espacio puede encontrar más que humor gráfico. Incluso dibujé mis propias canciones.
–¿Así nació el proyecto de Canciones dibujadas?
–No. Nació mucho antes, cuando un amigo cantor de tangos, Hernán Lucero, me invitó a ponerle letra a una composición que él empezaba a probar. Me salió con cierta facilidad y luego surgieron más músicas y más letras. Así hicimos el disco Tangos nuevos, de 2010. Empecé a hacer mis propias melodías y surgió Canciones dibujadas. Ya hay dos temas en plataformas digitales: "Barcos de papel" y "Sabana esperanzada". El 13 se presenta en vivo, con banda y proyecciones en el Xirgu Espacio Untref. Y ese mismo día se suben las ocho canciones restantes del álbum y sale el disco en físico. Es un proyecto audiovisual de diez canciones con sus videoclips hechos con dibujos de animación por ilustradores invitados, como Lucas Nine, Luis Scafati, Max Aguirre y mi hermana, Aldana Loiseau, que hizo un video en stop motion con arcilla cruda.
–¿Y hay músicos invitados?
–Son todos músicos invitados porque yo no toco ni canto. Solo hago un recitado en una de las canciones. Cantan Ricardo Mollo y Charo Bogarín; Inés Estévez y Hernán Lucero; Víctor Heredia; Kevin Johansen y Miss Bolivia; la Gata Varela; Manuel Moretti, y mi hermano, Tomy Loiseau. Lisandro Aristimuño canta una canción que le escribí a mi viejo poco tiempo después de su muerte, "Sin querer". Y lo hace con una profundidad y una emoción propias de un hijo. El recital será gratis. Además del disco, voy a aprovechar para presentar en sociedad mi vino. [El enólogo] Marcelo Pelleriti me invitó a hacer un vino malbec: le pusimos Tute y dibujé un etiquetón para las botellas.
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