Tute: donde nacen las ideas
El sillón giratorio que el humorista gráfico heredó de su padre, Caloi, mantiene vivo el legado de un oficio y el gesto creativo del artista
El sillón tiene inscripto el paso del tiempo. No se trata de la simple acumulación de los años, sino de la suma de las horas marcadas por la persistencia del trabajo humano. Por el simple uso. En él se sentaba Caloi a trabajar. De chico, Tute lo veía frente a la mesa y el tablero. Primero, pensaba en silencio. Cuando surgía la idea, trazaba el boceto en lápiz. Y después lo pasaba a tinta. Hoy Tute repite casi exacto este proceso sentado en el mismo sillón giratorio. Lo heredó cuando murió su padre, hace cinco años. “Mi viejo pasó más tiempo aquí sentado que en cualquier otro lado –dice–. Tal como ahora paso yo buena parte de mi vida.”
Ante el sillón, nadie dudaría de la dedicación de padre e hijo a su oficio. Se diría que trabajar de humorista es estar ahí. Mantenerse quieto hasta que alguna idea mueva la mano hacia el papel. Tanto han estado ahí Caloi y Tute que el sillón pide a gritos un tapicero: el cuero marrón del respaldo está hecho jirones y el del asiento ya no existe; todo lo que queda es la funda blanca y raída de la gomaespuma. Pero Tute no necesita más. O, mejor, eso es precisamente lo que necesita. “Estoy buscando al tapicero indicado –dice–. Cualquier psicoanalista diría que me resisto a arreglarlo.”
Tute no se apega a los objetos. Junto con una planta que no deja de crecer, el sillón es lo único que conserva de Caloi. Sin embargo, todavía le dura el duelo. Ya no hay angustias, pero sí una tristeza que a veces viene de visita. “Es difícil creerle a la muerte. Mirá lo que me pasó. Dos días después de que mi viejo muriera recibí un e-mail suyo. En una fracción de segundo, mi cabeza eligió creerle al mail y borrar el velorio y todo. Creí que seguía vivo. Al final, era un mensaje de la mujer de mi padre, escrito desde su casilla.”
Aquel hombre, sin querer, por el simple hecho de aceptar su compañía mientras trabajaba, le legó un oficio. Se aprende por imitación: Tute dibujó su primer Clemente, el personaje más reconocido entre los que creó su padre, a los cuatro años. Al terminar la secundaria, decidió hacer diseño gráfico. Pero la carrera no le cerraba del todo. ¿Podría acaso ser humorista gráfico? ¿Era capaz de hacer buenos chistes que entendiera todo el mundo? Se quedó toda una noche despierto, dibujando, para responder esa pregunta y encontrarse con su destino. Al día siguiente, puso los dibujos en una carpeta y con ellos entró directo a segundo año en la escuela de humor gráfico de Garaycochea. “Esa noche me di cuenta de que sabía. Pero hasta ahí no sabía que sabía.”
Hay lecciones que Tute recuerda. Una vez estaban los dos, padre e hijo, haciendo modelo vivo. Entonces Caloi, quizá ante las dificultades que enfrentaba su hijo, o ambos, le dijo: “Al dibujo hay que aprender a resolverlo. Y resolver en el papel te enseña a resolver en la vida”.
El arte ayuda a sublimar la pérdida. Tute está escribiendo una historieta autobiográfica sobre la relación que tuvo con su padre. Tiene hasta ahora 80 páginas hechas y un título: “Diario de un hijo”. Además, en un disco con canciones propias que está a punto de lanzar, hay una dedicada a Caloi. La canta Lisandro Aristimuño, se llama Sin querer y hay un verso que dice así: “Y en el papel, al dibujar, es mi mano tu mano también”.
Pasan las generaciones, los gestos quedan. Y es en ellos donde Tute se reencuentra con su padre: “Cuando estoy trabajando y giro sobre este sillón para ver a mi hija, enseguida lo veo girar a él para mirarme y hablarme a mí”. Así, pasado y presente se confunden. Pero es aquí y es ahora: para Tute ese sillón que ha resistido el peso de tantas ideas ya no es más “el sillón de mi viejo”, sino el suyo propio. Y bien ganado que lo tiene.