La Biblioteca Bodleiana de Oxford exhibe una muestra del fondo documental del explorador Howard Carter sobre el descubrimiento, del que este año se cumple un siglo. La exposición reivindica el papel de los trabajadores egipcios
- 10 minutos de lectura'
Se hace raro viajar hacia el norte en busca de Tutankamón. La tumba del faraón está en realidad muy al sur, en Luxor, al igual que su momia, mientras que la inmensa mayoría de los objetos enterrados con él, las famosas “cosas maravillosas” que incluyen iconos como la máscara de oro, han tenido su hogar tradicionalmente en el Museo Egipcio de El Cairo (hasta que se inaugure el nuevo Gran Museo Egipcio en Giza). Pero hay un inesperado tesoro de Tutankamón septentrional, menos rutilante aunque también muy fascinante: el archivo del descubridor de su tumba, Howard Carter.
La documentación arqueológica del hallazgo reunida por el investigador Carter (Londres, 1874-1939) incluye mapas y planos, minuciosas fichas de los millares de objetos (5.300 inventariados), fotografías, diapositivas y las notas, los dibujos y los diarios personales y de excavación, así como otros materiales (cartas privadas, telegramas, recortes de prensa) que contextualizan el descubrimiento y constituyen una fuente de información excepcional. Donado al Griffith Institute (el centro para la Egiptología de la Universidad de Oxford) por la heredera de Carter (el descubridor ni se casó ni tuvo hijos), su sobrina favorita, Phyllis Walker (1897-1977), el fondo, enriquecido por otras donaciones como las del Metropolitan Museum de Nueva York, protagoniza ahora una interesantísima y oportuna exposición en la Biblioteca Bodleiana de la ciudad.
Tutankamón: excavando el archivo invita a sumergirse en la documentación para “ver más allá” de los tesoros dorados del joven faraón y explorar de primera mano, día a día, la complejidad del descubrimiento en el año del centenario del mismo, que se cumple el próximo 4 de noviembre. La exhibición muestra cosas tan emocionantes como la primera mención escrita de Carter del hallazgo. “First steps of tomb found”, [primeros escalones de tumba hallados], anotó a lápiz transversalmente, transmitiendo un incontenible entusiasmo. La inscripción ocupa toda la página correspondiente al sábado 4 de noviembre de su agenda para 1922 (una de las libretas de bolsillo de la marca Lett’s Indian and Colonial Rough Diary que usaba para registrar sus actividades en los ocho meses de trabajo que pasaba cada año en Egipto). Era el cuarto día desde que había empezado la última temporada de excavaciones, pues el mecenas de Carter, Lord Carnarvon, había decidido no seguir pagando la concesión para trabajar en el Valle de los Reyes.
Además de explicar detalladamente el sensacional hallazgo, su desarrollo, pormenores, miserias (se reconoce que Carter y Carnarvon mintieron al decir que no habían recorrido toda la tumba el primer día y que sustrajeron algunos pequeños objetos), polémicas (el hallazgo coincidió con la proclamación de la independencia de Egipto y el cambio en la política del país a propósito de sus antigüedades) y leyendas (la popular “maldición”), la exposición reconoce muy deportivamente (estamos en Oxford) los defectos de la arqueología colonial europea de la época y reivindica el papel esencial de los tradicionalmente silenciados y olvidados profesionales y obreros egipcios, que fueron indispensables en el descubrimiento e investigación de la tumba de Tutankamón.
Los egipcios (incluidos muchos niños trabajadores) aparecen en numerosas fotos de la excavación y vaciado de la tumba sin que se pueda saber quiénes eran, reducidos a la condición de comparsas anónimos y exóticos. Raramente eran mencionados y su papel se subestimaba en los informes oficiales. Ahora, la investigación en los archivos “está permitiendo devolver a los egipcios su papel en las excavaciones”, y “reparar el error”.
Burros en lugar de taxis
Recuerda especialmente también la muestra el olvidado papel de las mujeres que participaron en la empresa, como la esposa del fotógrafo Harry Burton (autor de las famosas fotos del proceso de investigación de la tumba), Minnie, que estuvo en Luxor, ayudó a su marido y llevó un diario personal que constituye una valiosa fuente de información y del que se exhiben páginas. En un pasaje recuerda la emoción de visitar la tumba mientras la vaciaban y cómo Carter le envió un burro a buscarla a casa como quien te envía un taxi.
Llegar a Oxford en busca de Tutankamón, aunque sea en bus y no en burro, tiñe todo el viaje de una extraña atmósfera egipcia. Los milanos divisados en ruta sobre la campiña inglesa evocan las aves que sobrevuelan los cielos prístinos del país del Nilo y que, revestidas de divinidad, aparecen representadas en templos y tumbas faraónicos. También están presentes en las pinturas de Carter (como la acuarela de 1895, que se muestra en la exposición, de un halcón de la capilla de Anubis en el templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari). El descubridor era un excelente dibujante que llegó a la arqueología precisamente gracias a su capacidad artística.
En la ciudad universitaria, el museo Ashmolean guarda una extraordinaria colección de antigüedades egipcias, con objetos como las grandes estatuas del itifálico dios Min ―que parecen excitarse ante la visión de un sensual busto de Antinoo, el amante de Adriano ahogado en el Nilo―, una impresionante cabeza de piedra de cocodrilo, los preciosos ataúdes y la momia del sacerdote tebano Djed-djehuty-iuef-ankh (“el dios Toth dice que él viva”) o las piezas de Amarna, que guardan tanta relación con Tutankamón pues representan a su familia (Akenatón, Nefertiti y las princesas) y personas y lugares que él vio en vida.
Si después de visitar la exposición del archivo en la Biblioteca Bodleiana uno siente la necesidad de correr a ver objetos arqueológicos egipcios, el Ashmolean está muy cerca (se expone asimismo la colección de ostracas -fragmentos calcáreos- del egiptólogo Alan Gardiner, que colaboró con Carter). Viajando bajo la advocación de Tutankamón y su tumba, Oxford aparece también lleno de evocadores cementerios. Desde el de la abadía de San Giles al abandonado (excepto por los duendes) del norte de Walton Street, pasando por el de la iglesia de María Magdalena en pleno centro de la ciudad con sus cruces y cornejas y la inscripción “the tomb is empty” [la tumba está vacía] que habría desesperado a Howard Carter.
La exposición de la Bodleiana ocupa la sala Treasury de la biblioteca y es pequeña, como la tumba de Tutankamón, pero igualmente llena de riqueza (documental). Consiste en una veintena de vitrinas en una conveniente atmósfera de penumbra y misterio. Hay que sumergirse en ella e ir extrayendo la información con voluntad de arqueólogo.
En un preámbulo, se ofrecen datos sobre el reinado del joven faraón y se recalca que su muerte fue inesperada y su enterramiento hubo de ser improvisado, lo que explica muchas de las características inusuales del mismo. También que la tumba, quizá reutilizada, permaneció sustancialmente inviolada (fue visitada por ladrones poco después de su cierre, pero no accedieron a la momia y el sepulcro volvió a ser reordenado y resellado de forma que Carter se encontró con un recinto prácticamente intacto). Hay que matizar que en un plafón se dice que el cuerpo de Tutankamón está aún en el sarcófago en la tumba, cuando hace años ya que se lo sacó de allí y se exhibe en el mismo recinto, pero enuna moderna urna climatizada instalada en la antecámara.
Obsesión por la tumba
El recorrido empieza con el momento culminante del hallazgo anotado en la libreta de Carter para retroceder a la historia del propio descubridor, de compleja personalidad, antes del hallazgo. Una foto lo muestra a los 19 años, la misma edad de Tutankamón al morir. Una carta de 1892 del gran egiptólogo Flinders Petrie, que lo llevó con él a Egipto, recoge una opinión negativa acerca del joven: “Su interés está en la pintura y la historia natural (…) No me sirve como excavador”.
Sigue un espacio dedicado a “la larga búsqueda” desde que Theodore Davis proclama en 1913 que el Valle está agotado y deja la concesión para excavar, que es adquirida por Carnarvon, que contrata a Carter, obsesionado con la idea de que queda una tumba para hallar: la de Tutankamón. Es emocionantísimo contemplar un mapa de su propia mano con las excavaciones entre 1917 y 1922, con la tumba aún sin localizar, allí, esperando en la arena bajo los restos de las antiguas cabañas de los trabajadores del vecino sepulcro de Ramsés VI que la tapaban. Y entonces, el momentazo del hallazgo y la primera entrada en la tumba, el 26 de noviembre, Carter, Carnarvon, la hija de este y algunos más, hacia las cuatro de la tarde.
Una página del diario de excavación de Carter, en papel cuadriculado, con agujeros de anillas, contiene el relato de ese Gran Momento de la arqueología, con todo su suspense, de los propios puño y letra del descubridor. El agujero en la puerta, la vela introducida, y Carnarvon: “¿Puede ver algo?”. La respuesta, según anotó Carter, no fue la famosa frase “sí, cosas maravillosas” (que luego puso en publicaciones posteriores), sino la menos dramática “sí, es maravilloso”.
Comenzaba una asombrosa aventura científica que duraría 10 años, hasta diciembre de 1932 lo que se tardó en vaciar la tumba. Carnarvon falleció el 5 de abril de 1923 sin llegar a ver la apertura del sarcófago y la momia de Tutankamón, que no fue examinada hasta el 11 de noviembre de 1925. Una carta de Carter a Gardiner describe algunos de los objetos emblemáticos observados en la antecámara: carros, lechos con extrañas formas de animales, dos figuras de tamaño natural de guardianes... “So far, it is Tutankhamun” [por el momento es Tutankamón].
Fotos (las de Burton son “las más famosas imágenes arqueológicas nunca tomadas”, recuerda la exposición) y dibujos de las distintas estancias de la tumba y los objetos tal como estaban al ir explorando los investigadores el recinto permiten sentirse transportado a los momentos fundamentales del descubrimiento. Se explican en la muestra los retos de conservación a los que se enfrentaban los arqueólogos y las soluciones inventadas para preservar los objetos. También se documenta el complejo sistema de raíles para trasladar en vagonetas el contenido de la tumba hasta el río y embarcarlo rumbo al museo.
Especialmente emotivo es un retrato a gran tamaño de un niño egipcio anónimo fotografiado en 1927 por Burton luciendo uno de los collares de Tutankamón para ilustrar la forma de portar el ornamento. Años después, Hussein Abd el Rasul, de la célebre familia Qurna (que incluye como ancestros a los famosos saqueadores), se identificó él mismo como el retratado. La exposición recuerda que “muchas historias se han contado sobre la imagen y quién fue el chico y cuál fue su papel en la excavación”. Un grupo de colegiales egipcios pasaba el otro día frente a la foto escuchando muy atentos las explicaciones de sus profesores. La muestra deplora la histórica falta de reconocimiento a los egipcios que trabajaron en la tumba, algunos de cuyos nombres y personalidades no obstante han llegado hasta nosotros por la agradecida mención de ellos que hizo Carter en sus escritos, como el rais (capataz) Ahmed Gerigar y sus colegas (nombrados todos en la muestra) Gad Hassan, Hussein Abu Awad y Hussein Ahmed Said.
La exposición hace autocrítica también de la arqueología británica al recordar la actitud patrimonial y la búsqueda del beneficio, sobre todo de Lord Carnarvon. Se sugiere que el cuento sensacionalista de la maldición (se exhibe un delicioso telegrama amarillento de 1923 enviado a “Carter Tutankamón Tebas” desde Dublín advirtiéndole que si los problemas continúan ha de resellar la tumba) fue en parte una venganza de los medios postergados por el contrato de exclusividad del aristócrata Carnarvon con The Times. La muestra incluye algunos objetos que reflejan la popularidad de Tutankamón tras su descubrimiento como un juego de mesa de 1923 o un disco de canciones.
El archivo, que se sigue enriqueciendo y que ha sido digitalizado para su consulta abierta (www.griffith.ox.ac.uk), constituye una fuente de trabajo valiosísima para completar el estudio del material de la tumba, una labor que Carter dejó inacabada.
Más notas de Todo es historia
Más leídas de Lifestyle
Para considerar. El alimento que un cardiólogo recomendó no incluir jamás en el desayuno
Secreto de jardín. El fertilizante ideal para hacer crecer las plantas en tiempo récord: se prepara en casa y es barato
¿Es así? Qué personalidad tienen las personas que se bañan por la mañana
“Nunca dejó de ser un nazi”. La historia desconocida detrás de la detención de Erich Priebke: un pintor belga y una confesión inesperada