Túnicas que cobijan más que un cuerpo, alegres camisolas de algodón blanco
Sentarse en una silla por pura certeza, para evitar el riesgo, es un acto de mediocridad. Mirar de pie desafiante el horizonte, con duda y sin certezas, es una diligencia de honor que hasta en el fracaso nos lleva a una conquista.El arraigo de mi amor, labrado con los detalles del tiempo, no dormirá en otro lugar que conmigo. Desafía cualquier descripción. Porque el sol vive entre mis boinas pálidas de azul y mis manos enormes de caricias y sostén. El mar me hospeda con la fresca salobre de sus playas: del hastió, mi verano. Del silencio, mi rincón. Del suspiro, mi razón.
Las arvejas de la huerta que desvainé sentado debajo de la parra del jardín, cayendo una a una dentro del perol sostenido entre mis piernas mientras revisaba el diseño de mi larga camisa de noche, que uso para dormir o al despertarme cuando salgo de la cama. A veces paso la mañana en ella mientras escribo, pinto o, como hoy, pelo arvejas a la sombra de la parra. Hay una extensa frescura en mis camisones que abrazan generosidad, de lino o algodón, ellos deben ser amplios y aunar muchos lavados y contiendas.
Al final en la vida, la suma de amores pequeños casi insignificantes, son los que nos dan la placidez que lleva contento y plenitud. La abundancia de satisfacción; esplendor de días y noches.
La costura que comienza con el molde, la tiza, los alfileres y la tijera luego plasma su forma con el hilván: ese bello y alongado punto de aguja que encabeza la forma de lo que se cose, el enunciado de un sueño. Coser es uno de los más bellos romances de la vida, lo aprendí de niño con mi abuela uruguaya en su casa de la ciudad vieja de Montevideo donde, desde una enorme mesa de trabajo, cosía con Fátima en el silencio de las tardes veraniegas y bochorno: faina, tranvías y lotería.
El acto de acostarme a dormir es para mi uno de los más bellos acontecimientos del día. Allí con la almohada de plumas termino el trajín y me abrazo al acto de descansar con un amplio y largo camisón que enuncia mi romance de detalles y colores.
Fue así que, inspirado por mis pensamientos de diseño, la cité para vernos, ella tiene una bondad de ingenio y regala belleza, poniendo a prueba las brisas y las tinieblas –como si en una sola bocanada de aire ella pudiera llorar y reír al mismo tiempo–. La senté frente a mí en una silla, tomé sus manos y le dije: Quiero que comprendas la importancia que tienen las vanas túnicas que me coses y que me abrazan la mayor parte del día y la noche. Ellas no deben cobijar únicamente mi cuerpo ajado, sino también mis inspiraciones. Mi lapicera, mi libro de turno y mis costuras. Cierra los ojos y escucha. Dame tus manos, soy un hombre desmedido de impulsos, soy de pecho ancho, alto y protuberante como un calefón, por lo que el bolsillo de arriba debe ser bajo, para abrigar los objetos de mis mañanas que deambulan por casa y jardín conmigo como dignos amantes de lo posible.
Necesito agregarle, además, un bolsillo canguro, amplio de amor; para libro, costura, manzana o libreta de notas. A veces mis extensas mañanas de hacer que comienzan al alba y me llevan, entre flores y música, a trabajar en el jardín o a minutas de trabajo con mis colaboradores. Y ya que poseo la belleza de haber cumplido más de 60 años, conllevo la irreverencia audaz del desacato como para atender estas reuniones con mis alegres camisolas de algodón blanco, con ribetes negros y solo por discreción un extenso shahtoosh en los hombros.
Es así que te pido que olvides la elegancia, que tomes en consideración mi pedido para que mi atavío de pasión, además de llegar hasta los tobillos, pueda cobijar mis enseres que día a día transitan mis horas de hacer entre las alegrías de tus algodones.