Tu historia, la mía
Todos los transeúntes son personajes de novelas escritas (o no) y detrás de cada rostro, cada silueta y cada expresión hay un misterio y un universo por descubrir
Miro por la ventana de un café de San Telmo. Siempre me gustó ver gente pasar. Imagino historias. Las invento, o a lo mejor, intuyo algo de lo que pasa con esa persona que cruza la calle o que camina a ritmo acelerado.
Un señor peinando canas pasea a su perro ovejero. Se me hace que está solo en la vida, que los hijos están lejos, que está separado de su mujer, que tiene nietos, pero que los ve poco porque se lleva mal con un yerno.
Ahora la que roza el vidrio de mi ventana es una señora que viene con bolsas del supermercado más cercano. Se la ve cansada, pero tiene todo el aspecto de una mujer bonachona, fuerte, que siempre supo enfrentar la adversidad. La veo liderando la mesa de los domingos, a la vieja usanza, ante la raviolada que la familia devora con elogios, mientras cuentan chistes, hablan de fútbol y de política.
Una parejita enamorada se da besos, apoyada en una pared de la heladería. La vida les sonríe, son jóvenes y bellos. Pero imagino celos futuros, sufrimientos, peleas, quizá todo esto está en mi cabeza y nada que ver. Ojalá me equivoque y ojalá se casen felices y coman perdices…
Una chica va caminando con cuidado sobre el adoquinado de la calle. Lleva unas botitas con unas enormes plataformas a la moda y debajo del brazo tiene una pila de libros. Me veo a mí misma, muchos años atrás, tratando de mantener el equilibrio arriba de unas sandalias con plataformas altísimas, con las cuales me era casi imposible caminar. ¿Qué estará estudiando esta muchacha, porque tiene todo el aspecto de ir a la universidad? Decido que Ciencias Sociales, no sé por qué.
Pasa un viejo matrimonio, ella apoyada en un bastón. Se la ve sufrida y estoica a la vez. Él la acompaña con pasitos pequeños, sin levantar los pies. Pasaron sus bodas de oro juntos, pienso.
Una pareja de muchachos entra en el bar. Decido que son nórdicos y que se miran con amor. Piden cerveza y comen maníes.¿De dónde vienen y adónde irán? Imagino que son de Oslo y que luego de las Cataratas irán a Brasil y a Perú, a conocer Machu Picchu.
Veo ahora a un joven matrimonio paseando a su niño en cochecito. Están absolutamente enfocados en el pequeño, que da señales de descontento. Más allá, un grupo de escolares se ríen a carcajadas.
Y así, todo puede seguir hasta el infinito. Un cincuentón, medio marginal, habla solo y gesticula, rumbo al parque. Dos amigas que usan unas minifaldas más que minúsculas se paran frente al quiosco de golosinas.
Veo alegría, tristeza, enfermedad, locura, vitalidad, hastío, enojo, entusiasmo.
La vida misma. Usted o yo. Yo y tú. Cada uno, con su historia a cuestas.
Y ya no importa si la historia la acabo de inventar o si existe de verdad. Lo que importa es que cada persona que pasa es un hermano, una hermana, un hijo. En lo que le sucede, en lo que siente, en los pensamientos dispares que van circulando por su mente.
Y finalmente se me ocurre que cada vida es tan, pero tan interesante que todos los transeúntes son personajes de novelas escritas (o no) y que detrás de cada rostro, de cada silueta, de cada expresión, hay un misterio y un universo por descubrir. Toda una aventura, a la que algunos llaman destino.
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