Truman Capote y el fin de la era de los cisnes
NUEVA YORK.– Truman Capote las llamaba sus "cisnes". The New York Times las llamó las primeras influencers. Eran mujeres con fuerte glamour y personalidad, con maridos poderosos y un tren de vida extravagante que todo el mundo soñaba por imitar y que los medios se volvían locos por retratar. Capote las adoraba porque, como él y en la gran tradición americana, se habían reinventado a sí mismas. Dominaron las décadas del 50 y 60. En las últimas semanas, las únicas dos que aún vivían fallecieron. Para muchos analistas culturales, así se cierra un capítulo irrepetible de la historia de Nueva York. Y con ello también desaparecen los últimos personajes de una... ¿traición?, ¿legítimo ejercicio artístico? que ya es parte de la mitología literaria de la ciudad, y cuyo debate sigue vigente.
Todo comenzó en los tempranos 50, cuando Capote, un joven escritor que ya era famoso en los circuitos culturales, irrumpió en la escena social de la Gran Manzana con la fuerza de un tornado. "En los bailes de caridad hay un nuevo secreto para causar sensación", lo describió The New York Times.
Todas las mujeres con maridos poderosos, pero siempre ocupados, o que se encontraban entre maridos, daban cualquier cosa por tenerlo de acompañante.
Pero él enseguida marcó sus favoritas. Entre ellas estaban la heredera y diseñadora Gloria Vanderbilt , Babe Paley (mujer del fundador de un imperio televisivo), Gloria Guinness (de la poderosa cervecera), Slim Keith (casada con un gran productor de Broadway) y Pamela Churchill (casada con el hijo de Sir Winston). También estaban Lee Radziwill , la hermana de Jackie Onassis, cuyo segundo marido era un príncipe polaco emigrado. Y finalmente, la única internacional del grupo, Marella Agnelli , la hija de un noble napolitano y una cervecera de Illinois que se había casado con Gianni Agnelli, el patriarca del imperio Fiat. Los funerales de Agnelli y Radziwill fueron en febrero de este año, y la cobertura mediática que recibieron mostró cómo la fascinación por sus vidas nunca decayó.
El cisne original
Para muchos, Agnelli era el cisne original. Tenía el largo cuello que Richard Avedon había retratado en una foto muy famosa de 1953. "El cisne europeo número uno", la llamó Capote. Respecto de Babe Paley, él había declarado: "Tiene una sola falla: es perfecta. Salvo por eso, es perfecta". Pero a Katherine Graham, la editora de The Washington Post, Capote le confesó: "Si en una vidriera de Tiffany's estuvieran Babe y Marella, Marella sería más cara".
Marella no siempre había sido como una alhaja glamorosa. Había nacido dentro de un circuito ultraconservador de nobles italianos del norte y estadounidenses puritanos exptriados, que se la pasaban "visitando los jardines exquisitos y villas venidas a menos de uno y otro para pasar el tiempo en interminables disquisiciones filosóficas", según escribió en su libro de memorias, El último cisne. Trabajaba de asistente de fotografía en la editorial Condé Nast, en Nueva York, y luego le ofrecieron una corresponsalía en Italia. Cuando se casó con Agnelli –a quién su madre le parecía demasiado jet-set y peligroso– y dejó su puesto, se la pasaba encerrada en la casa leyendo. Fue Gianni quien tomó las riendas del asunto y la puso en contacto con la gran socialite del momento, la condesa Volpi, que le dijo: "Para conseguir un marido solo necesitás una cama, pero para mantenerlo hace falta toda la casa", y la convirtió en una anfitriona extraordinaria no solo parar la aristocracia rancia, sino para el jet set y los artistas.
Pronto, los Agnelli se habían convertido en la pareja más fabulosa del circuito internacional, y Nueva York cayó rendido a sus pies.
A pesar de ser un símbolo de la industria italiana, los Agnelli pasaban largas temporadas en la Gran Manzana. Tenían un departamento en Park Avenue, eran íntimos de los Kennedy, hacían el circuito de Palm Beach y se dedicaban a comprar arte en las galerías locales. Cuando ellos no estaban en Nueva York, Nueva York iba a ellos. Nada más simbólico que Capote mismo, que solía llamar a Marella desde algún punto de Europa, decirle que estaba aburridísimo, e ir a instalarse en el yate de los Agnelli en algún puerto del Mediterráneo.
En uno de esos viajes, Capote le dio a leer a Marella un borrador de parte de lo que sería su última obra, Plegarias atendidas y ella inmediatamente trató de disuadirlo de su publicación.
"Lo que estaba escribiendo era muy superficial, y recuerdo haberme enojado con él", recordó Marella, que le dijo: "Ay, Truman, esto es una columna de chimentos. ¿En qué te estás metiendo?". Agnelli escribió que después del escándalo que surgió por la publicación del libro, ella a menudo pensaba que el famoso Baile blanco y negro que realizó Capote en el Hotel Plaza en 1966, había sido forma de juntar a todos los personajes que serían parte de su novela y verlos interactuar.
Almuerzo complicado
Pero Capote siguió adelante y publicó, a modo de adelanto,un cuento corto en la revista Esquire titulado "Almuerzo en la Cote Basque, 1965". El artículo debe su nombre al restaurante donde todo el mundo iba para ver y ser visto en ese momento. En él, Capote cuenta no solo sobre las infidelidades de los maridos con mujeres de políticos y la superficialidad pasmosa de sus amigas, sobre la violencia sexual, sino incluso cómo una de ellas –que se suicidó a los pocos días de la publicación– había sido la culpable de un asesinato.
El efecto del cuento fue que destruyó buena parte de lo que Capote tenía: sus amistades, su reputación, incluso su voluntad de escribir. Hasta los críticos que siempre lo habían laudeado se impresionaron por la forma en la que había sacado a la luz secretos que hundían a sus íntimas.
"Durante la década del 60 consideré a Truman como uno de mis amigos más cercanos, quizás el más cercano de todos –escribió Agnelli–. Era cálido y entretenido, y tenía el talento para volverse íntimo. Para cuando lo conocí, había leído dos de sus libros, Desayuno en Tiffany's y A sangre fría, y lo consideraba un joven genio. Pero eso no era lo importante. Yo creía que nuestra relación se basaba en una afinidad recíproca. Me encontré contándole cosas que nunca hubiera soñado confesar a nadie. Él era capaz de crear una sensación de intimidad profunda. Pero estaba esperando como un halcón al momento de atacar".
Capote sentía que los cisnes no habían mantenido su parte en un acuerdo tácito que él mantenía con ellas. Él las entretendría, impresionaría a los invitados en sus fiestas, compartiría su intelecto; pero, a cambio, tomaría de ellas lo que querría y lo usaría para su arte.
"Toda la literatura son chimentos –se justificó Capote en una entrevista en Playboy tras el escándalo–. Por Dios, ¿qué es sino Anna Karenina o La guerra y la paz o Madame Bovary si no chimentos?". Pero Agnelli se desencantó con él, no por algo que él hubiera escrito sobre ella específicamente, sino por su falta de exclusividad. Cuando Capote invitó a Agnelli a un almuerzo en 1970, ella se dio cuenta de que la conexión que creía que él solo tenía con ella era, en realidad, una que compartía con muchas mujeres.
"Todas nos encontramos, de golpe, como parte de este grupo considerable de mujeres que tenían, todas, más o menos la misma relación con Truman. Él nos llamaba sus cisnes, pero ahora parecía que había demasiados cisnes. Algunos de esos cisnes ni siquiera me gustaban demasiado. Siempre había pensado que mi relación con Truman era personal, sin saber que también estaba susurrando y riéndose con Beb o Gloria o Slim. Cuando le dije: ‘Qué raro, yo pensé que era el único cisne’, él sólo respondió: ‘Ay, bueno, querida...’".
La geisha occidental
Lee Radziwill también fue de las pocas que no salían del todo mal paradas en los cuentos de Capote. A ella y a su hermana Jackie él las describe como "dos geishas occidentales", pero no mucho más.
"De hecho, permanecieron íntimos hasta mediados de los 70. Truman dio una entrevista donde dijo que Gore Vidal , que había sido amigo de los Kennedy, fue echado de la Casa Blanca y se le prohibió volver. La historia era cierta, pero Vidal lo llevó a juicio. Radziwill, que fue la fuente de Capote pero estaba comprensiblemente molesta de haber sido arrastrada en esta situación, se negó a declarar", explica a LA NACION revista Gerald Clarke , autor de Truman Capote: la biografía.
Por pedido de Capote, Clarke la llamó, pero sin efecto. "Quedé pasmado. Era un hombre que había hecho tanto por Lee, pero ella lo descartaba como un pañuelo de papel usado", recuerda el biógrafo.
Clarke, incluso, llama a Capote "el Pigmalión" de Lee. "Lee era más un polluelo de cisne que un cisne hecho y derecho. Era bella y con gran estilo, pero nunca había logrado casarse con un magnate, si bien lo intentó en repetidas oportunidades. Siempre estuvo a la sombra de su hermana, y quizá por eso se llevó el corazón de Truman. No tuvo éxito en el intento, a través de sus amigos en la industria del espectáculo, de transformarla en una estrella del cine y del teatro", dice.
Radziwill también fue brevemente decoradora y escribió dos libros, pero por lo que más está siendo recordada es por el estilo despojado y sereno en el vestir que diseñadores actuales como Marc Jacobs señalan como un enorme legado, aunque no habitualmente reconocido.
"Con la muerte de estos dos últimos cisnes, los tiempos que conoció Truman en los 50 y 60, la stylish life, se cierra para siempre –concluye Clarke–. Todavía hay mujeres muy lindas y muy bien vestidas, pero no son cisnes, y dudo que jamás vuelvan a existir".
Capote murió en 1984, a los 59 años, de problemas de hígado. Nunca volvió a amigarse con sus cisnes, que jamás lo perdonaron.
"¿Pero qué era lo que ellas esperaban? –dicen los biógrafos que solía repetir Truman–. Soy un escritor".
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