Ganó un Mundial en un arte desvalorizado en Argentina, las puertas del mundo se abrieron y hoy busca recuperar en Buenos Aires una atmósfera que persiguen locales y extranjeros
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Vivir y trabajar en la Costa Azul de Francia, lejos de alejar a Dante Ezequiel Sánchez de la Argentina, lo acercó aún más a su tierra. Como artista profesional, todo lo que veía en aquel ambiente cargado de cultura y glamour sentía que lo podía replicar a su manera en las calles porteñas de Boedo, con la atmósfera e identidad propias de un suelo con esencia de barrio, creativo e impregnado de historia.
De hecho, mucho de lo que Dante estaba experimentando en Francia ya lo había visto en Buenos Aires; en la capital de su nación abundaba el mismo talento, y junto a él, era posible lograr una explosión cultural similar a las maravillas que disfrutaba en aquellas lujosas ciudades europeas.
Pero, si bien la atmósfera porteña acompañaba y el talento existía, percibía por momentos que la escasa valoración del argentino hacia sus propios artistas debilitaban las posibilidades de brillar tal como las calles porteñas se lo merecían.
“A pesar del talento, no todos tienen la oportunidad de llegar a eso. El recorrido es largo, es difícil trabajar en Argentina, en especial en el tango, que es lo mío. El bailarín no es valorado en nuestro país, mientras que en el resto del mundo es super reconocido. Uno no reniega de eso, sabe que es así con los artistas en general”, reflexiona Dante.
Aun a pesar de los bemoles de emprender en Argentina, Dante decidió absorber las riquezas europeas, aprender de ellas, y lanzarse a la odisea de crear un movimiento distinto en Buenos Aires. Y así, se aventuró a un estilo de vida de idas y regresos: “Porque a la Argentina siempre hay que volver”.
Una pasión desde la cuna que jamás imaginó su destino: “Es muy difícil dedicarse al arte”
Dante nació en Comodoro Rivadavia, una ciudad que con el boom petrolero comenzó a incentivar la migración de muchos porteños, y con ellos, el tango aterrizó en el sur y aquella comunidad lo abrazó con fuerza.
La madre de Dante le cantaba tangos en la cuna para que se duerma. Por eso, tal vez, él no tiene un recuerdo preciso de cuándo estas melodías ingresaron a su vida, simplemente siempre estuvieron, desde la primera bocanada de aire que dio en este mundo, e incluso desde antes. A partir de entonces, de la mano de sus abuelos, padres y tíos, se sumergió en aquel universo sin retorno.
Lo que sí recuerda con precisión fue aquella vez, a sus 9 años, cuando sus padres le anunciaron que era tiempo de inscribirse en una academia para aprender a bailar tango. Allí halló a una compañera y su cuerpo inició un baile del que supo que jamás se iría a despedir: quería bailar tango toda su vida.
Aun así, jamás imaginó que aquel sería su camino profesional: “Es muy difícil dedicarse al arte”, asegura. “Fui al colegio, después a la universidad y ahí siguió estando el tango, hasta que efectivamente se transformó no solo en una forma de vida, sino en mi profesión”.
Ganar el Mundial, abrir las puertas al mundo y vivir en la Costa Azul: “Teníamos un baile muy tradicional y éramos muy jóvenes”
Su padre, uno de los impulsores del baile, colaboró en la apertura de la academia de folclore de Comodoro. Él fue quien sugirió que se incluya el tango para los más pequeños.
Primero fueron cuatro alumnos, después diez, hasta que pasados los años llegaron a ser quinientos: “Desde chico siempre estuve vinculado con la difusión del tango en la ciudad, así como más adelante lo hice en el mundo”.
Con la escuela de tango infantil, Dante tuvo la oportunidad de viajar a Europa. Fue su primera oportunidad de salir al mundo, algo que despertó en él una enorme curiosidad. Pero fue en el 2007, que su vida se revolucionó para siempre. Junto a su compañera Inés Muzzoppapa, Dante ganó el Mundial de Tango en la categoría de tango de salón, con apenas 19 años. Rodeados de personas mayores de diversos países, un sinfín de oportunidades se presentaron: “Lo que llamó la atención en su momento es que teníamos un baile muy tradicional y éramos muy jóvenes”, cuenta Dante.
Para entonces, las puertas del mundo se abrieron definitivamente. El primer viaje de Dante fue a Japón por cuatro meses, les siguieron Europa, y América. Al recorrido se le sumaron las diversas personas que los contactaban a través de los videos que comenzaban a circular por YouTube, y fue por ese camino y las recomendaciones, que el joven llegó al sur de Francia para trabajar de su pasión.
“En Cannes, Niza y Mónaco hay mucha calidad artística”, asegura. “Todos las semanas hay conciertos de primer nivel. Fue arribar a la mayor calidad. Fue un mimo al alma, al esfuerzo y al recorrido. Ese fue el impacto cultural más fuerte para mí de vivir en Mónaco y sus alrededores: su fuerza cultural. Eso va alimentándote e inspirándote”.
Volver a Boedo: “En mis recorridos por el mundo veo que todos están en búsqueda de esa esencia, lo más puro de la ciudad”
La inquietud de Dante de traer otro modo de vivir en tango en Argentina lo inspiró con los años a buscar un espacio en Boedo y darle nacimiento a Aura. Su idea era recuperar los reductos tangueros, aquellos recovecos originales alejados de las masivas cenas show de Tango para extranjeros.
Dante descubrió que, tanto en Argentina como en el mundo, eran muchas las personas que estaban tras la búsqueda de volver a las atmósferas íntimas, a las esencias más puras de lo que es la música folclórica de cada lugar.
“Elegimos Boedo porque tiene una historia riquísima. Es impresionante las historias tangueras que tienen los vecinos. Todos saben de tango, cantan, saben un poco del baile. Caminar por Boedo es caminar por el tango. La esencia del barrio hace que nosotros sintamos que es el Buenos Aires profundo”.
“También en Boedo antes existía el Café Dante y el Japonés, donde llegaban los artistas y muchos grandes líricos del género escribieron allí varias de sus letras. Todo esa memoria, esa riqueza, esa historia hizo que abramos este reducto donde tenés al bailarín y al músico cerca, donde no hay formalidades, Lo interesante es que mi papá, Aurelio, me decía: mirá cómo Copes y María Nieves hacen tal o cual cosa, pero entonces agregaba: mirá el aura que hay alrededor de ellos. No se trataba ni de uno ni de otro, sino lo que generaban juntos. De allí nació el nombre, de la combinación, del aura que solo cierta gente tiene y el nombre de mi padre”.
“Por otro lado, emprender en Boedo es devolverle algo al barrio, que da una satisfacción enorme. Somos de acá, la gente nos conoce, es una comunidad increíble”, dice emocionado.
“Siempre hay que volver al punto donde todo nació, al tango, pero también al colectivo, subirse a un taxi, que las puertas no anden, que las cosas no funcionen”
Desde chico, a Dante le inculcaron que el dinero, los lujos, son cosas que van y vienen, que “un día podés comer polenta y al siguiente tomar champagne francés en alguna parte del mundo, son olas que van y vienen”.
Por ello, para el argentino, al final del día no se trata de aquellos lujos, sino de la atmósfera y la compañía: él disfruta por igual tomar un vino en Boedo con los chicos del barrio, que un espumante en Mónaco, en ningún momento siente que un rincón del mundo sea más trascendente que el otro.
“Son dos mundos diferentes, son dos placeres diferentes, pero lo que hace la vuelta al barrio es que Buenos Aires tiene un alma diferente que no tiene otra parte del mundo. Y no lo digo yo, lo dice cualquier persona muy viajada. Nos pasa en Aura que muchos extranjeros, al empezar a conocer Boedo, dicen: esto está buenísimo, la próxima vez no vamos a alquilar en Palermo, sino en Boedo, porque la gente es más amable y hay gente local, propia del lugar”.
“Lo cierto es que un turista quiere ver la esencia del lugar. Eso también es lo que hace que yo siempre quiera volver al barrio. Siempre hay que volver al punto donde todo nació, al tango, pero también al colectivo, subirse a un taxi, que las puertas no anden, que las cosas no funcionen, eso hace también que el alma y el cuerpo empiecen a funcionar de otra manera a la hora de hacer arte, de bailar, de tocar, de cantar. Si uno pasa mucho tiempo afuera esa esencia se va perdiendo. Siempre hay que volver y recuperar el alma de Buenos Aires, no se puede vivir sin Buenos Aires…”
“Y el aprendizaje más grande que me llevo de mi experiencia es saber que nada es imposible. Tengo presente a un geólogo en Comodoro, que me preguntó por qué bailaba tango, me dijo que perdía el tiempo y que haga otra cosa. Es como una moda, como el paddle, se va a ir, dijo. Recuerdo que me lastimó pero que me dio un impulso”.
“Nunca imaginé alcanzar las oportunidades que alcancé con mi pasión, el camino es bastante largo y no lineal, pero finalmente entendí que todo se puede hacer si uno tiene un deseo, una meta. Eso se lo digo a las nuevas generaciones, hay que alimentar la idea de que se puede vivir de la pasión que uno tiene, lo que hay que hacer es esforzarse, como en cualquier carrera, estudiar no solo la técnica, sino la historia. Tener el deseo personal genuino. En casa nunca sobró nada, siempre hizo todo con mucho esfuerzo y se recogieron los frutos. Mi deseo es que en Argentina el tango se aprecie tanto como se lo aprecia en el mundo”, concluye.
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