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Nadie imagina a Córdoba sin su Valle de Punilla, una alfombra verde tendida hasta el faldeo de las Sierras Chicas y atravesada por una red de caminos que fueron ruta de comechingones, conquistadores, jesuitas, criollos, aventureros y peregrinos. Ese intenso ir y venir humano fue dejando huella en el paisaje local, transformando modestos senderos de tierra y ripio en vías de acceso a parajes y aldeas donde, en muchos casos, nunca llegó el asfalto.
Gracias a ese descuido es que, entre pinos, talas, cedros azules, robles, castaños, nogales y molles se conservan historias y arquitecturas mundanas como las que dan forma al idílico refugio que es La Cumbre, designado Poblado Histórico en febrero último por la Comisión Nacional de Monumentos. Además de su entorno natural y ubicación estratégica, la localidad alcanzó fama por alojar una importante cantidad de residencias de valor patrimonial ligadas al pasado de la Argentina, contexto en el que se alza Triana, una de las más imponentes y singulares de la zona.
Ubicada en un tramo del viejo Camino Real que siglos atrás vinculaba los principales asentamientos jesuitas de la provincia mediterránea, la propiedad corona una lomita invisible a los ojos del foráneo, que rara vez llega hasta el pueblo por este atajo a prueba de neumáticos. “Cuando todavía Mar del Plata no era el balneario más convocante del país, en la década de 1920 muchas familias de Buenos Aires veraneaban en las Sierras de Córdoba. Mi madre tenía problemas respiratorios entonces mi abuelo la trajo con la intención de que el clima le hiciera bien. No existía la Ruta 38 y para ir desde Córdoba hasta Cruz del Eje había que circular a la vera de la montaña por un trayecto de los tantos conectados al Camino Real, y que pasaba frente a Triana, el Castillo de Mandl, seguía por calle Benitz pasando frente a la Iglesia San Roque y el Cristo Redentor hasta al viejo hotel Cruz Chica, para continuar hacia San Esteban. Esta vía debe tener dos siglos, y mi casa casi cien: es de 1924” recuerda Carlos González de Urquiza, descendiente por línea directa del General Urquiza, apasionado de la historia y el legado familiar.
Sevilla serrana
Entre el tradicional club de golf y la Estancia El Rosario se encuentra esta propiedad que abarca cerca de 10 hectáreas. Según el anfitrión, los registros municipales atribuyen el proyecto a Alejando Bustillo aunque, revisando la obra de este prolífico arquitecto, es difícil asociarlo al carácter andaluz recreado en esta vivienda, cuyo nombre además evoca al barrio popular de Sevilla. Sin embargo, hay pistas que lo emparentan con ésta y otras autorías en la región: en el estudio de Bustillo trabajó un tiempo León Dourge, colega de origen francés radicado en Argentina y autor de una serie de mansiones con notoria impronta morisca dispersas en el vecino circuito de Cruz Chica. Además, Bustillo pasaba los veranos en Ascochinga - a kilómetros de Triana -y al decir de sus biógrafos disfrutaba recorriendo las cercanías. Por otro lado, entre 1936 y 1946 diseñó el barrio Aeronáutico de Córdoba, un conjunto de edificios de tipología rural con tejas coloniales sobre la entrada al antiguo camino “La Punilla”, hoy avenida Fuerza Aérea.
Coincidencias al margen, con sus 1400 metros cuadrados cubiertos y techos con viga de siete metros de altura, a Triana le sobra linaje. Mantuvo intacta su planta original y el detalle de rejas, galerías con arcos, columnas, fuentes exteriores, pisos de mosaicos alegóricos a la obra de Cervantes y típicos asientos murarios revestidos con estilo mudéjar.
Espíritu español
Muebles clásicos, otros más rústicos, objetos entre los que destaca una pieza de arte cusqueño del 1600 que perteneció a la colección de Frizt Mandl y una colección de grabados del 1700 del italiano Giovanni Piranese acompañan el marcado espíritu español de la caja, desarrollada en once cuartos, seis baños, varios livings, comedores y tres cocinas con tesoros de época: bachas de loza, pisos de granito en damero y paredes de azulejos con guarda negra.
“No tocamos nada. Solo cerramos un par de galerías para poder usarlas todo el año y mantener la temperatura interior en invierno. Todavía están las viejas cocinas económicas, como le llamaban antes. Ahí no solo se preparaba la comida, sino que también se calentaba el agua. Entonces nunca había agua caliente, cuando éramos chicos nos bañaban con agua helada. Después pusieron calefones eléctricos y las instalaciones fueron mejorando. Mi abuelo hizo la cancha de polo porque mi madre le gustaba jugar, igual que a mis tíos y ahora a mis hijos” aclara González de Urquiza y agrega que su esposa Cecilia, paisajista, se encarga del tremendo parque. En el predio hay dos casas de huéspedes, caballerizas, cocheras, pileta y un viejo tanque de agua devenido en un mirador que ofrece postales únicas de las sierras y más allá.
Veraneantes ilustres
En sus rigurosas investigaciones sobre el pueblo y sus orígenes, Francisco Capdevilla - reconocido historiador de La Cumbre - recordaba que la era dorada fue precisamente la década de 1930, cuando “los apellidos ilustres de Buenos Aires, Rosario, Santa Fe y Córdoba, sumados a la clase terrateniente de la pampa húmeda, eligieron esta población como destino de vacaciones. Primero, se alojaron en hoteles, principalmente el Palace… [ ] Luego vendría la compra de la tierra, y las fastuosas mansiones tomaban forma con materiales generalmente importados y diseñadores europeos como León Dourge o el renombrado paisajista Carlos Thays” describía en los textos.
Triana, Sevilla, Granada, Toledo, El Paraíso de Manuel Mujica Láinez, El Aduar, Los Copihues, el Castillo de Mandl y Ma Chumiere son algunas de las tantas casonas que enhebra esa primitiva senda, que para suerte de los vecinos sigue siendo casi toda de tierra y piedra, es decir, inédita dentro del circuito turístico habitual.
“Mi abuelo venía por el primer camino que pasaba detrás de La Falda, paraba en Alto San Pedro en Villa Giardino, un hotel centenario y lindísimo, para después seguir hasta La Cumbre. Triana, sin los pinos que ahora cubren el frente, se veía completa desde cualquier ángulo. En 1930, cuando salió a la venta, decidió comprarla” cuenta el actual propietario, que con el tiempo fue adquiriendo la parte de hermanos y primos hasta convertirse junto a su esposa en los únicos dueños. Después de dos décadas radicado en Venezuela, regresó con su familia para instalarse en este rincón de postal donde pasó su infancia, decidido a preservarlo.
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